¿Quién puede detener el ascenso de China? Los comunistas, por supuesto

por Mark Steyn, 21 de junio de 2005

Hace setenta años, en los días de Fu Manchú y Charlie Chan, cuando el inescrutable Oriente mantenía un atractivo férreo en la cultura Occidental, Erle Stanley Gardner escribió un pasaje en el curso de un relato corto: “El chino con dinero construye su casa a semejanza astuta de la pobreza externa. En Oriente, uno puede buscar mansiones en vano, a menos que tenga acceso al interior privado. Las entradas de la calle siempre dan la impresión de congestión y pobreza, y las líneas de arquitectura son seguidas cuidadosamente para que ni un resquicio de la propia mansión sea visible por encima de la prohibitiva fachada de lo que parece ser una chabola escuálida”.
 
Bien, la mansión está bastante abierta hoy. Confucio dice: Si lo conseguiste, alardea de ello, baby. China es el destino de vacaciones predilecto para los británicos de clase media; los empresarios occidentales vuelven murmurando con admiración acerca de la calidad del WiFi en los Starbucks de las recepciones de sus hoteles Guangzhou; siluetas brillantes ascienden cada vez más alto desde las ciudades costeras, mientras flotas de BMWs cruzan junto a las tiendas de clase alta de las calles de abajo.
 
La premisa de que este será “el siglo asiático” es tan universal que Jacques Chirac (tomándolo prestado de Harold Macmillan con respecto a JFK) se promueve a sí mismo como la Grecia de la Roma de Beijing, y los muchos euro-fantaseadores del menos alocado The Guardian excusan la esclerosis de la UE con el argumento de que probablemente nadie podría competir con el imparable ascenso del mamotreto chino, que hacia la mitad del siglo habrá aplastado a América como la cucaracha que es.
 
Hasta en Estados Unidos se oye el grito: ¡Vaya al este, joven!. “Si fuera un joven periodista hoy, tratando de figurarme dónde ir para cimentar mi carrera, iría a China”, decía Philip Bennett, editor gerente del Washington Post, en una entrevista aduladora en el Diario del Pueblo en Beijing algunas semanas atrás. “Creo que China es hoy el mejor lugar del mundo donde ser periodista americano”.
 
¿De veras?. Dígaselo a Zhao Yan, de la oficina de Beijing del New York Times, que fue detenido el pasado septiembre y lleva retenido sin juicio desde entonces.
 
Lo que estamos viendo es una inversión de lo que observó Erle Stanley Gardner: una astuta simulación de riqueza y poder externos que, en la práctica, es una fachada prohibitiva de un estado que continúa siendo una chabola escuálida. El tal Zhao del New York Times no está solo en su sino: China encarcela a más periodistas que ningún otro país del mundo. Ching Cheong, un corresponsal del Straits Times de Singapur, desapareció en abril mientras buscaba copias de entrevistas no publicadas con Zhao Ziyang, Secretario General del Partido Comunista, que perdió el favor tras rehusar apoyar la masacre de la Plaza de Tiananmen. Y, si así es como trata el régimen a los representantes de las principales publicaciones globales, puede usted imaginarse cómo será “el mejor lugar del mundo” para un periodista.
 
China es (por utilizar la formulación que utilizaron cuando se tragaron Hong Kong) “un país, dos sistemas”. Por una parte, está la China de la que el mundo habla con efusión - de la central económica que fabrica casi todo lo que hay en su casa. Por la otra, está la China oficial, en gran medida sin reconstruir - un régimen que, mientras que ya no es tan celosamente ideológico como fue una vez, se ciñe no obstante a las antiguas técnicas adoradas del totalitarismo paranoide: mienta y engañe en público, detenga y torture en privado. China es el miembro del Consejo de Seguridad que promueve más activamente la inacción en Darfur, donde (en el despliegue militar a distancia más significativo en cinco siglos), dispone de 4000 tropas protegiendo sus intereses petroleros. Kim Jong-Il, de Corea del Norte, es una amenaza internacional sólo porque Beijing le da licencia de provocador con la que atormentar a Washington y Tokio, del modo en que un líder de un tumulto enviaría a un pesado mentalmente inestable. Éste no es el comportamiento de un estado psicológicamente cuerdo.
 
¿Cuánto tiempo pueden coexistir estos dos sistemas en un país, y qué ocurrirá cuando colisionen?. Si la República Popular es hoy el taller del mundo, el Partido Comunista es el elefante en su propia cristalería. Si tienen o no, por ejemplo, la disciplina para ser capaces de resistir a la tentación de cargar contra Taiwán en un par de años. Al contrario que en el período soviético final de nomenclatura, desmoralizada, la dirección de Beijing no acepta que la causa esté perdida: al contrario que la mayoría de los analistas externos, ellos no asumen que la primera forma económicamente viable de Comunismo del mundo es simplemente una fase interina camino de una sociedad libre - incluso libre en parte.
 
Aunque tiene mejor prensa que Hitler o Stalin, Mao fue el mayor asesino de masas de todos los tiempos, con un recuento de cadáveres 10 veces superior al de los Nazis (como nos recuerda la nueva biografía de Jung Chang). La línea estándar de los sinólogos -estudiantes del lenguaje, cultura y civilización chinas- es que, mientras aún genuflexionan ante su cadáver embalsamado en la Plaza de Tiananmen, sus sucesores han evolucionado - exactamente igual que el Dr. Evil se encuentra en animación suspendida en Austin Powers, mientras su Número Dos diversifica el núcleo del consorcio lejos del mal y lo reorienta hacia una cartera de inversiones que incluye una cadena de cafeterías con pretensiones. Pero los maoístas con acciones son aún maoístas - especialmente cuando deben una posición privilegiada dentro de los aparatos del estado a sus robustas carteras de inversión.
 
Las contradicciones internas del Comu-capitalismo hundirán deliberadamente al final los presentes acuerdos de Beijing. China fabrica los productos para algunas de las mayores marcas del mundo, pero también es el mayor ladrón de copyrights y patentes de esas mismas marcas. Fabrica prácticamente todo el merchandising oficial de Disney, pero también es el país que más defrauda a Disney y que más piratea sus películas. El nuevo desprecio de China al concepto de propiedad intelectual se deriva del antiguo desprecio de China al respeto a toda propiedad privada: dado que todos los grandes negocios chinos están controlados por el gobierno (de una forma u otra), han sido incapaces de comprender el vínculo entre derechos de la propiedad y desarrollo económico.
 
China no ha inventado o descubierto nada significativo en más de un siglo, pero la descuidada premisa de que la propiedad intelectual es algo a ser robado en lugar de protegido muestra por qué. Si eres una nación pobre en recursos (como es China), la prosperidad a largo plazo llega de liberar las energías creativas de tu pueblo - y Beijing no tiene aún interés alguno en eso. Si un blogger intenta utilizar las palabras “libertad” o “democracia” o “independencia de Taiwán” en el nuevo portal chino de Microsoft, obtiene el mensaje: “Este artículo contiene discurso prohibido. Suprima por favor el discurso prohibido”. ¿Cuán patético es eso?. No sólo para la Microsoft-doblegada Corporation, que debe estar avergonzada de sí misma, sino para el gobierno chino, que pretende ser una potencia mundial pero le aterrorizan las palabras.
 
¿Cuenta “pelele comunistoide” como discurso prohibido también?. ¿Y cuál es la probabilidad de que China avance hacia una cultura de negocios moderna e independiente en funcionamiento si es incapaz de debatir nada excepto dentro de sus corsés políticos feudales?. Su código de discurso no es una muestra de control, sino de debilidad; sus obstáculos protectores de internet no son armadura, sino, errr, tintineo.
 
Con mucha menos publicidad sensacionalista, la India, por el contrario, avanza más rápidamente que China hacia una economía completamente desarrollada - una que crea sus propias ideas. Pequeño ejemplo: hay líneas aéreas de bajo coste que venden pasajes en un solo sentido por todo el país por 40 libras, desde los monitores de las gasolineras hindúes. Nadie desarrollaría tal sistema para China, donde el viaje interno está aún estrictamente controlado por el estado. Pero, a causa de que respetan a su propio pueblo como mercado, los negocios hindúes ya están demostrando ser más ágiles a la hora de servir a otros mercados. El retorno de la inversión de capitales ya es mucho mejor en La india que en China.
 
Dije hace un tiempo que China era una apuesta mejor para el futuro que Rusia o la Unión Europea. Lo que es invalidar con alabanzas vacías; atrapados en una espiral demográfica letal, Rusia y Europa carecen de futuro totalmente. Pero eso no significa que China vaya a encabezar la escena como coloso geopolítico. Cuando los analistas europeos murmuran acerca de un “siglo chino”, todo lo que quieren decir es “Oh, dios, por favor, cualquier cosa menos un segundo siglo americano”. Pero desearlo no lo hará realidad.
 
China no avanzará hacia el primer mundo con sus presentes fronteras intactas. En un estado de un billón con el 80% de la población rural desvinculada del boom costero y disuadida de participar en él, “un país, dos sistemas” llevará a dos o tres países y tres o cuatro sistemas. El siglo XXI será un siglo de ciertos países anglosajones, con América, India y Australia abriendo camino. La apuesta de los antiamericanos por Beijing descubrirá finalmente que el elefante en la cristalería es sobre todo un montón de elefante.