¿Qué nuevo orden? Reflexiones sobre el mundo al que vamos

por Rafael L. Bardají, 3 de noviembre de 1997

Seminario ¿Qué nuevo orden internacional?, Fundación para el análisis y los estudios sociales

I.- Se disipa la niebla:
 
Entre noviembre de 1989 y el día de Navidad de 1991 un terremoto social y político sacudió el Este. Tan intenso como para liberar, primero, a los satélites centroeuropeos de la órbita del Moscú soviético, desmembrar, después, la URSS en una inestable Comunidad de Estados Independientes y, finalmente, borrar de Rusia el carácter comunista de su régimen político. Hubo quien comparó este movimiento tectónico con la Revolución Francesa(1).
 
La desaparición del bloque del Este sorprendió a todos, a uno y otro lado del muro. Especialmente por la suavidad conque aconteció. Vaclav Havel habló de 'revoluciones de terciopelo'. Casi sin darnos cuenta, la rígida ordenación del mundo bipolar, se desvaneció ante nosotros. No más Pacto de Varsovia, no más coordenadas para un mundo regido por la confrontación Este-Oeste.
 
La inexorable difuminación de la amenaza dio pábulo a interpretaciones muy optimistas del futuro que nos aguardaba. El hasta entonces analista de la Rand Francis Fukuyama, se atrevía a anunciar el fin de la Historia en un célebre artículo en el que proclamaba que, una vez desaparecido el comunismo, el liberalismo triunfaría como la ideología universal sin contestación posible(2).
 
La invasión de Kuwait por las tropas del 'carnicero de Bagdad' acabó en la madrugada del 2 de agosto de 1990 con el sueño de un mundo mejor, libre del recurso a la fuerza. Sin embargo, la eficaz diplomacia norteamericana y la sobrevaloración pública del papel desempeñado por la ONU hizo que dicho conflicto se viera como una mezcla de lo peor de lo viejo, la agresión, con las promesas de lo nuevo, el castigo colectivo desde las Naciones Unidas para todos los aventureros políticos.
 
El Presidente Bush hablaría de un nuevo orden internacional mientras los europeos marchaban animosos hacia una mayor unión política y económica gracias a los acuerdos de Maastricht. Kuwait era una anécdota pasajera.
 
No obstante, la violenta ruptura de la república yugoslava sacudiría definitivamente el optimismo de los primeros 90. Dividiría a los europeos sobre los pasos políticos a dar, justo en el momento en que la recién anunciada UE más necesitaba de la cohesión y firmeza; horrorizaría a los ciudadanos con las noticias e imágenes de los campos de concentración, la limpieza étnica y las masacres; confundiría a los intelectuales con un odio y una violencia que se creía desterrada del Viejo Continente; pondría de relieve los límites de la ONU, el desconcierto de la Alianza Atlántica, el frustrado oportunismo de la UEO, así como las desaveniencias entre los aliados europeos y los EE.UU. La guerra y no el orden campaba por su respeto a hora y media de vuelo de las principales capitales europeas.
 
Los éxitos editoriales del momento dan buena cuenta de la frustración con el creciente engendro del nuevo orden: 'Regreso al futuro' de John Mearsheimer y su tesis del regreso a la tradicional política de equilibrio entre las grandes potencias; La Guerra del Siglo XXI, de Lester Thurow y su visión de una inevitable y fiera competición económica entre EE.UU., Japón y Europa; La Nueva Edad Media, de Alain Minc, quien dibujaba la vuelta a la coexistencia de pequeñas unidades políticas y grandes lagunas de poder de las que se beneficiarían las mafias y el crimen organizado; Lucha de Civilizaciones, del académico Samuel Hungtinton, con su pesimismo acerca del embite irresistible confuciano y fundamentalista sobre la civilización occidental.
 
Parecería que el nacimiento del nuevo orden había dado lugar al viejo orden al que a la anarquía del sistema, esto es, a la ausencia de una autoridad única y legítima, se sumaba el caos y la difusión del poder. Robert Gilpin llegaba a cuestionar seriamente si de verdad nos adentrábamos en un nuevo orden, defendiendo que la política internacional no ha cambiado en los dos mil últimos años y que Tucídides no tendría problema alguno en explicarse el mundo de hoy(3). El anuario del prestigioso IFRI parisino titula la sección política de su anuario para el año que viene, el Ramses 98, 'Las lógicas del desorden'.
Es comprensible el pesimismo que sucedió a las promesas de un mundo nuevo tras la desaparición del Este, parte esencial de la ecuación estratégica de las últimas cuatro décadas. No sólo se frustraban las expectativas de un mundo en calma sino que los estallidos violentos se multiplicaban por doquier a un ritmo que poco dejaba para la reflexión y el sosiego. Hoy se desembarcaba en Somalia en un orquestado desfile nocturno para la prensa y mañana se huía de dicho lugar; se forzaba el cambio de Gobierno el Haiti con la presencia de una fuerza anfibia en aras de los derechos humanos y las libertades, pero se daba la espalda a la sangrante realidad argelina; se incrementaban las tropas en Bosnia, pero goteaban los observadores en la zona de los Grandes Lagos; cuando los Estados fracasaban, se podía considerar acudir en su socorro, pero si eran fuertes, se imponía la parálisis, como en Chechenia, donde todos dejamos que el horror se materializase. En fin, el mundo era un hervidero; el presente confuso y el futuro incierto.
 
Y sin embargo, estamos en un nuevo orden. Tal vez no sea el que queríamos tras los acontecimientos de 1989, pero se trata de un orden radicalmente distinto del sistema bipolar y diferente, incluso, al tradicional de equilibrio de poderes inaugurado con la Paz de Westfalia en 1648. Nos adentramos en un Nuevo Orden cuyos actores principales no serán los estados que conocemos, ni la distribución de poder se corresponderá con la que hoy tenemos. Es más, se tratará de un orden con unos principios y valores distintos a los del viejo régimen.
 
Se les ha prestado poca atención, pero hay dos hechos en los últimos 7 años, que suponen una divergencia histórica con el viejo sistema que estamos enterrando: La resolución 688 de Naciones Unidas y la saludable ausencia de guerra para acabar con la 'Guerra Fría'.
 
Como escribe el corresponsal de guerra británico Christopher Bellamy, 'La resolución 688 de 5 de abril de 1991 fue un hito histórico porque solicitaba una acción dentro de un Estado soberano contra el deseo expreso de las autoridades de dicho Estado'(4). Llamando y autorizando la intervención aliada para proteger a los Kurdos de Irak, la ONU se estaba suicidando, pues barría con su establecido principio de no injerencia en los asuntos internos de los Estados, dando pie a un nuevo principio que ya no distinguía entre los externo y lo interno de un estado, sino entre acciones pacíficas y acciones que ponían en peligro la paz y la seguridad internacional. Teóricamente, las fronteras políticas quedaban deslegitimadas bajo ciertas circunstancias.
 
Pero tal vez sea incluso más relevante el hecho que la desaparición del Este ocurriese sin librarse un combate ni dispararse un tiro. Hasta ese momento, en la Historia de la Humanidad, el paso de un orden a otro era el producto de una guerra, de un trastocamiento violento de los poderes. Desde 1989 somos testigos de revoluciones pacíficas. Y no por el mero azar o la habilidad de los líderes que las pilotaron. Hay una causa mucho más profunda: La paz necesaria entre los dos polos de la guerra fría, consecuencia de la disuasión nuclear y la destrucción mutua asegurada, fermentó una conciencia de inutilidad del recurso a la fuerza que ha llevado, según algunos, a que las nuevas generaciones vean la guerra como algo obsoleto(5).
 
Tucídides puede que llegase a comprender muy bien la situación en oriente Medio, pero tengo mis dudas que supiera explicar las actuales relaciones franco-alemanas o la intervención de la OTAN en Bosnia.
 
Bien sea, desde una óptica realista, por el cambio en la distribución de poder en el emergente mapa internacional, bien por una atención más liberal a los principios de actuación sobre dicho mapa de quien en él juega, bien porque los motores del mundo futuro no coincidan con los de hoy, estoy convencido de que el nuevo orden será bien distinto de todo lo que conocemos. Ciertamente, en el año 7 Después del Comunismo, este orden es hoy un híbrido de lo naciente y lo moribundo. Sin embargo creo que contamos ya con la suficiente claridad para poder dibujarlo con cierto grado de definición. Al fin y al cabo nos encontramos ya más cerca del tercer milenio que de 1989.
 
II.- El avión como símil
 
Hay quien ve y explica el mundo de hoy a través de 'zonas de paz y zonas de desorden'(6), o por 'capas de estabilidad y de conflicto'(7), o por círculos concéntricos con diferentes grados de seguridad, como hace el Ministro de Defensa Eduardo Serra. Yo me voy a atrever a usar otro símil, el del avión. Esto es, el de un aparato inestable -siempre hay una posibilidad de accidente- que encierra a dos clases de pasajeros -los Vips de primera y los más mortales turistas-, cada clase con su propia etiqueta y normas, incluso alimentación diferenciada. Es más, dos clases encapsuladas en sus compartimentos pero separadas por una tenue cortinilla, que, en los momentos más arriesgados del vuelo, se abre.
 
No es un símil perfecto, pero puede valer. El mundo tal y como yo lo veo está formado por dos grupos de naciones, las Vips, es decir, aquellas sociedades modernas, ricas y democráticas, que disfrutan de la estabilidad y la paz en su suelo y son conscientes de su afortunado destino, y el resto, un magma donde conviven a duras penas candidatos a la primera clase, algunos centroeuropeos, con ambiciosos militaristas, como Irak, o países indesarrollables, como muchos de los africanos.
 
El avión también me sirve porque se trata de un artefacto de alta tecnología, un factor clave para comprender el panorama del futuro. Y, por último, porque da pie, como la vida misma, a turbulencias externas a nosotros que pueden volver el viaje más o menos cómodo o, llegado el punto, incluso arriesgado. La única gran diferencia entre la realidad de la política internacional y el avión, es que no contamos con la experiencia de ningún piloto. El piloto lo somos nosotros mismos.
 
Lo que, en cualquier caso, sí tiene que quedar claro es que el nuevo orden se compone, de hecho, de dos órdenes o, si se prefiere, dos subsistemas, cada uno con dinámicas propias y con una desigual y limitada interacción entre ambos. Por razones expositivas pasaré primero a describir cada uno de estos dos submundos para abordar, después, las relaciones entre ambos.
 
III.- Clase Vip: ¿Adiós a las armas?
 
La primera clase del nuevo orden la integran una veintena de países que comparten los primeros puestos en el ranking económico y social. Su núcleo central son los países del antiguo G7 o, si se prefiere en términos de política actual, el G8-1 (menos Rusia), y su base geográfica coincide en gran parte con el hemisferio noroccidental, pero hay que sumar Australia, Japón y Nueva Zelanda. No están incluidos ni Rusia ni los PECOS. Ni, obviamente, lo que durante la guerra fría se conocía por Tercer Mundo, países en desarrollo, subdesarrollados o por desarrollar(8).
 
A primera vista, este grupo comparte un mismo sistema político, la democracia representativa, y un mismo modelo económico, el libre mercado. Pero no es esa la característica que más me interesa destacar, aún siendo importante reconocerse en unos valores comunes, ya de tolerancia ya de innovación o ambos a la vez.
 
El gran salto cualitativo para este grupo de naciones es que, por primera vez en la Historia, ni los líderes políticos ni las poblaciones que los apoyan conciben resolver sus posibles disputas mediante el recurso a la guerra. Tres pueden ser las causas más relevantes de este rechazo de la guerra en tanto que continuación de la política por otros medios:
 
1.- La naturaleza moderadora del sistema democrático. En una democracia las grandes decisiones. Como ir a la guerra, son difíciles de adoptar porque es difícil lograr el apoyo de una mayoría de la población y la unanimidad de sus líderes. Los conflictos recientes muestran que ese fervor necesario para conducir una campaña sólo se logra como reacción a una agresión flagrante por parte de un país que se percibe como extraño, alejado y perverso. Incluso la legitimidad de las acciones de la ONU o de la OTAN al servicio de la ONU se ve circunscrita a aliviar el sufrimiento, garantizar la paz y contribuir a la reconstrucción tras las guerras.
 
2.- La globalización y el carácter transnacional de la economía. La desterritorialización de las unidades de producción multinacionales y las nuevas fuentes de riqueza, esencialmente la generación de conocimientos y su aplicación, vuelven ruinosa cualquier aventura militar entre paises de la primera clase, ya de por si costosa habida cuentas del coste de los nuevos sistemas de armas. Si en el pasado destruir la economía del enemigo ayudaba a ganar la guerra, hoy 'merma la posibilidad del vencedor de ganar la paz'(9), pues destruyendo las fábricas y plantas del otro se destruyen las de uno mismo. De igual manera, 'adquirir territorio no tiene ya interés. Adquirir poblaciones cautivas sería una pesadilla para la mayoría de los Estados'(10). La integración regional, tipo UE o NAFTA, hace aún más absurdo el recurso a la guerra entre sus miembros.
 
3.- Una cultura pacifista, post-militarista, ampliamente extendida. Casi nadie ama la guerra, porque la guerra supone privación, destrucción y dolor, cuando no la muerte. Pero incluso cuando los ejércitos están formados enteramente por profesionales la opinión pública tampoco apoya las acciones bélicas. Es más, es patente la falta de entusiasmo público por el gasto en defensa. En parte es lógico, dada la creciente marginalización de la fuerza en las relaciones internacionales en ausencia de sensación de amenaza. El hecho es que la opinión pública sólo consiente la intervención humanitaria como exclusiva fuente de legitimidad militar. Y no a cualquier precio. El temor a las imágenes de las tétricas 'body bags' llegando a casa se ha convertido en un factor determinante de cualquier acción bélica. Lo fue en El Golfo, lo fue en Somalia, lo ha sido en Bosnia y lo será tanto más fuerte cuanto la intervención tenga que desarrolarse en territorios poco conocidos y de importancia relativa. En ese sentido, 'la opinión pública dictará cuándo y dónde los países (de la primera clase) usarán sus fuerzas'(11). No sólo será importante saber, entonces, qué país cuenta con mejores y más potentes fuerzas, sino también qué opinión pública resulta más fuerte y determinante de entre todos los países.
 
La segunda gran característica de este grupo de primera clase reside en las nuevas fuentes del poder, esencialmente el desarrollo y aplicación de las nuevas tecnologías, que suplantan a las cabezas nucleares y a los parámetros militares en la jerarquización de los actores.
 
Antaño, los factores de la riqueza de las naciones se medían por la fertilidad de sus tierras, los recursos naturales, la población y el oro acumulado. La 'era del silicio' se ha liberado de dichos factores para basarse en el conocimiento como elemento esencial de la riqueza de un país. La aplicación de este conocimiento está dando lugar a una sorprendente e imparable aceleración de la innovación tecnológica: Ya nadie se acuerda, pero cuando en 1981 IBM sacó al mercado el primer PC, éste era capaz de procesar dos mil datos por segundo; hoy en día, cualquier PC procesa 300 mil y, lo que es más importante, a una fracción del precio de 1981.
 
La caída de los costes de producción, la mejora cualitativa de ciertos componentes y tecnologías y un clima político desregulador ha hecho que las Tecnologías de la Información cambien la faz del planeta en los últimos 5 años. Tanto el presidente Bush como Saddam Husseim miraban la CNN para estar informados en tiempo real de lo que pasaba en Kuwait; las tropas se guiaban en sus movimientos gracias a los GPS que se comercializan en las tiendas de medio mundo; el teléfono móvil impide el bloqueo informativo sobre Sarajevo y otros enclaves; y, sobre todo, Internet conecta a instituciones y personas independientemente de la hora y el lugar. El Cyberespacio acaba con la distancia(12).
 
Es difícil, si no ridículo, intentar predecir el impacto de las nuevas tecnologías, pero algo hay seguro: se están desarrollando horizontal y verticalmente en todos los sectores de la vida y su impacto se deja notar no sólo en los nuevos productos, o en la forma de producirlos, sino, muy especialmente, en la organización de la producción, el conocimiento y la economía. Los nuevos materiales prometen fabricar cualquier cosa de cualquier cosa; la biotecnología augura una revolución alimentaria y en la salud; la interactividad y la informática prometen una educación personalizada 24 horas sobre 24.
 
En suma, socialmente la cuarta ola modificará los hábitos y los comportamientos sociales más allá de lo imaginable(13). Y sería impropio no pensar en impactos en la esfera política(14). ¿Pero cómo puede afectar a los países y a sus relaciones?
 
En primer lugar, las nuevas tecnologías se colocarán como la medida del valor y la potencia de un país. El PIB no tiene ya sentido alguno (de hecho, en mi categorización de países ricos no he incluido a los productores de petróleo, a pesar de su PNB y renta per cápita). La infraestructura de ordenadores y de la información, así como los servicios de sanidad, tendrán más relevancia a la hora de comparar el poder relativo de cada uno. De hecho, ya está siendo utilizado el ISI (Information Society Index) que 'será la alternativa del Siglo XXI al PNB y PIB, categoría creadas hace medio siglo para medir la riqueza en términos de producción industrial y que son totalmente irrelevantes en la sociedad de la información(15). Ahora bien, la preeminencia en alta tecnología será la resultante de su desarrollo y aplicación a lo largo y ancho de las actividades de un país y no al control superespecializado de unas pocas parcelas de conocimiento. La difusión de las nuevas tecnologías es lo que caracteriza las economías modernas(16).
 
Pero lo más importante, dada la dinámica que conocemos de la innovación, es que en el desarrollo de las nuevas tecnologías quien va primero tiende a seguir primero y quien se queda rezagado, acaba fracasando. Esto nos da ya una idea de la jerarquía de potencias y de la necesidad política de invertir en educación y conocimiento, así como de alimentar un ambiente propicio para la necesaria interacción de científicos, ingenieros, administración y empresas.
 
La aplicación general de las nuevas tecnologías tendrá una tercera y clara consecuencia en la llamada RAM o Revolución de los Asuntos Militares, no sólo en nuevas armas (PGMs, no letales, etc., sino, sobre todo, en la captación y tratamiento de la información). Quien no cuente con una base económica y tecnológica avanzada, moderna, no podrá contar con las ventajas de una fuerza integrada ni estará en disposición de actuar con otras fuerzas armadas en igualdad de condiciones. Unos pocos sistemas de armas muy sofisticados, o unas pocas unidades de elite, en el seno de unas fuerzas armadas atrasadas, podrán conceder una ventaja táctica y puntual, pero no forman ni consolidan una fuerza moderna.
 
Por último, las nuevas tecnologías refuerzan el carácter global de la economía y el entremezclamiento de los procesos de producción y gestión, ya que abonan la desterritorialización de las unidades de producción y los centros de decisión. Pocos productos se fabrican íntegramente en un solo país, ni siquiera aquellos más ligados a la soberanía nacional, los militares.
 
Una tercera gran característica en el grupo de países de primera clase es la continua difusión del poder. En dos aspectos: La concurrencia al Estado como fuente de ordenación; y la dificultad de manejar provechosamente el poder económico por parte de los gobiernos.
 
Hoy es ya una moda hablar de la muerte del Estado Nación o del Estado Territorial. Autores varios y utilizando distintos ángulos y razones anuncian la inexorable decadencia de la unidad política salida de Westfalia. Así, Kenichi Ohmae, sobre las ineficiencias del Estado actual para responder a los mercados, concibe una supervivencia de la especie sólo hacia arriba, agrupando en unidades regionales, supraestatales, las actividades económicas(17); en el nivel político, sin embargo, se concibe una devolución del poder central hacia abajo, regional o localmente; incluso a nivel militar cobra cada vez más sentido la integración multinacional.
 
La experiencia europea, tanto a nivel de Bruselas como de la Padania, nos ha acostumbrado al embite sobre el Estado Nación desde esferas superiores o desde entidades subnacionales. El Estado de las Autonomías nos sirve de un reflejo bien directo a los españoles.
 
Sin embargo, en el futuro inmediato el asalto al Estado Nación, no vendrá ni de los intentos de crear un superestado, ni de la proliferación de estados pequeñitos, sino de la incapacidad casi absoluta de los Gobiernos por controlar el mundo económico y el cambio tecnológico. Son varias las razones para ello:
 
1.- La aparición y generalización de las organizaciones transnacionales como superación de las clásicas multinacionales. Hasta hace apenas nada una multinacional se consideraba americana, o Suiza, cuando su central se ubicaba en el suelo de su país, la composición del capital era mayoritariamente nacional., al igual que sus gestores. La multinacionalidad consistía, simplemente, en aprovecharse de los variables costes de producción según los países. Ese esquema de identidad de ha perdido. Una transnacional ya no nace en un sitio y opera en varios otros, sino que su propiedad se reparte en múltiples países, su gerencia es multinacional y los subcomponentes que fabrica salen de muy diversas fronteras. Las transbacionales trascienden los límites de los Gobiernos.
2.- La internacionalización de la producción. Comprar español, francés o americano es hoy un imposible en los productos de cierta complejidad. Raramente una compañía produce todos los subcomponentes que necesita, bien al contrario. Incluso el F-16 de la USAF le debe a Japón el 80% de sus microchips.
3.- La globalización del mundo financiero. La masa monetaria puesta en circulación en una red global de mercados de valores ha escapado al control de los Estados, para bien y para mal, como acabamos de vivir con el lunes negro de Hong-Kong y la bola de nieve circulando imparable desde allí a Tokio, Londres, Madrid y Nueva York. La incapacidad de los gobiernos para actuar es sorprendente habida cuenta que un especulador como Soros acaba sacando a la Libra del sistema Monetario o que un joven broker en el Sudeste asiático es capaz de eliminar al banco más tradicional de Inglaterra.
4.- La dispersión informativa. La universalidad de la televisión instantánea como consecuencia de los videoaficcionados y las cadenas globales tipo CNN o ITN, las tupidas redes de acceso a la información a través de Internet, han vuelto la política informativa de los gobiernos un instrumento abierto al descrédito. Al mismo tiempo, el estrecho escrutíneo de las decisiones de los líderes se compagina con la estudiada explotación de su imagen personal. En cualquier caso, el efecto principal, creo, es una mayor transparencia y, consecuentemente, un menor margen para la arbitrariedad de los gobiernos.
 
Es más, la capacidad de los Estados en hacer líquido en la arena internacional su poder económico es harto problemático. En primer lugar porque la riqueza de una nación no es propiedad privada del Estado, sino que su generación se reparte entre todas las compañías y sociedades del país. En ese sentido, la acción exterior de un Gobierno podrá beneficiar o dañar los intereses de grupos particulares. En la medida en que dichos grupos sean cada vez más fuertes, su influencia en la decisión gubernamental cobrará mayor relevancia. Es lo que Samuel Huntington llama 'la privatización de la política'(18).
En segundo lugar, la globalización y la transnacionalización de la actividad económica, unida al desarrollo de las tecnologías de la información, lleva a que los gobiernos pierdan el control de la actividad económica incluso en su propio país y, con ello, su habilidad para utilizar la economía nacional como instrumento de su acción exterior.
Por último contamos con una pobre experiencia a la hora de sacar resultado de los embargos económicos como arma diplomática: Kuwait se liberó por la fuerza y en Bosnia sólo los aviones de la OTAN forzaron un alto el fuego, no las sanciones económicas.
En suma, el poder económico es más sutil y complejo que el militar y los Estados tienen grandes dificultades (y cada vez tendrán más) a la hora de poder emplearlo. Unido a los constreñimientos políticos y a la irrelevancia de su fuerza militar, se entrevé que el Estado Nacional ceda frente al empuje de otras instituciones. He mencionado las transnacionales, pero no podemos dejar de lado las variopintas ONGs, desarrolladas bajo el manto de la inadecuación del Estado.
 
Es más, si tenemos presente la estructura de la población y, sobre todo, la creciente heterogeneidad de su composición, tenemos que reconocer que la frase 'privatización de la política' cobra cierta realidad. Particularmente en el terreno de la acción exterior. Siempre hemos reconocido la influencia del lobby judío en la política norteamericana hacia el oriente Medio. También hemos visto las presiones de grupos polacos y centroeuropeos en el debate sobre la ampliación de la Alianza. Como también comprobamos en su día el peso de la emigración musulmana en las decisiones externas de Francia.
A medida que los grupos de emigración se hacen más numerosos y menos asimilados y asimilables, el impacto de sus opiniones y posiciones en la formulación de los intereses nacionales y de la acción exterior de un Estado deberán tener alguna consecuencia. Para Samuel Hungtinton, con su tesis de las culturas rivales, no podrá significar más que el fin del interés nacional a favor de intereses sectoriales y grupales, agolpados en un producto poco lógico y errático(19).
 
IV.- El caos de la segunda clase:
 
Al igual que en un avión comercial, la segunda clase resulta mucho más variopinta y desigual que los pasajeros de primera, donde las diferencias de un pasajero a otro aparentan ser menores. Posiblemente deberíamos referirnos a una segunda y tercera clase, al menos, pero por razones expositivas voy a simplificar. En cualquier caso, por segunda clase entiendo los países:
 
1.- Desarrollados y competitivos en el mundo moderno pero no democráticos, como los tigres del sudeste asiático;
2.- Los países petroleros;
3.- Los en desarrollo y, por tanto, inestables (PECOS, Rusia, México, Brasil, China);
4.- Los desarrollables (India);
5.- Los indesarrollables (gran parte del Africa Subsahariana y otros como Bangladesh)(20).
 
En cualquier caso estamos hablando de la aplastante mayoría de países y de algo más del 80% de la población mundial.
 
La característica más llamativa de este segundo mundo es, precisamente, su falta de homogeneidad, la ausencia de unos mismos valores compartidos, ni a nivel de ordenación política (la democracia de Israel convive con la monarquía tradicionalista de Arabia Saudí o con la teocracia de Irán), ni económica (de la alta tecnología a las economías agrarias y de subsistencia), ni religiosa (laicos frente a fundamentalistas), ni ideológicas (autoritarios vs. democráticos).
 
Esta falta de homogeneidad alimenta y perpetúa una lógica de la seguridad nacional donde el recurso a la fuerza sí tiene su beneficio en determinadas circunstancias. En cualquier caso, alimenta una visión anárquica del entorno que prima el factor militar como solución a la percepción de continua inseguridad.
 
De hecho, la utilidad práctica que se le concede a la violencia constituye la segunda gran característica de este grupo heterogéneo de países: En el subgrupo de la segunda clase 'la fuerza militar es todavía el factor determinante de su acontecer'(21).
 
Las causas de la violencia son variadas, oscilando de las ambiciones regionales, las guerras tribales o/y la implosiones de los Estados, cuando no se trata de la falta de recursos, como el agua, o las religiones. En cualquier caso, ni las causas ni las formas de estos conflictos son el objeto de esta ponencia. Manuel Coma, creo, dará cuenta de los llamados conflictos regionales y de baja intensidad. Sólo señalar que, desde mi punto de vista, la esencia de los conflictos del segundo mundo estriba en que se producirán dentro de las fronteras de un país, por implosión o fragmentación del gobierno, y en menor medida por ambiciones regionales.
 
Esto no significa que los conflictos resulten menos letales. La suma de la barbarie humana y los sistemas de armas modernos eleva el grado de destrucción de las guerras, civiles o no. Esto es una consecuencia de la difusión de la tecnología y la proliferación de sistemas de armas altamente sofisticados, entre los que se encuentran misiles balísticos y de crucero, y armas de destrucción masiva.
 
No obstante, y esta es una característica fundamental del nuevo orden, las capacidades militares de los países de segunda clase sólo son importantes en relación a sus vecinos del mismo grupo. Es más, la capacidad de inflingir un daño importante a cualquier nación de la primera clase es muy limitada y se reduce a acciones terroristas aisladas. En el futuro, si se materializa el fantasma de la proliferación nuclear, podría pensarse en la explosión de un ingenio, pero poco más.
 
Ciertamente, sabemos que el terrorismo puede causar problemas graves para el funcionamiento de una ciudad con muy pocos medios. Ahí está el uso de gas sarín en el metro de Tokio. Y si hablamos, incluso, de un ingenio nuclear, nos deberíamos enfrentar a decenas de miles de víctimas. Pero el hecho esencial de fondo es que ningún país del segundo grupo, por mucho arsenal que posea, es capaz de poner en peligro el sistema global: Quien pudiera soñar con hacerlo (Irak o Irán) no contará con los medios; y quien los tiene (Rusia, por ejemplo) no tiene deseos de hacerlo. Nunca se repetirá el miedo al holocausto nuclear tan característico de la Guerra Fría.
Y eso nos lleva a una última gran característica de este grupo de segunda clase: Faltos de poder militar, carentes de la base tecnológica, inestables económica y políticamente, ocupan una posición periférica, marginal, en el sistema mundial.
V.- Cuando se descorre la cortinilla:
Si, como digo, los conflictos en el grupo de naciones del segundo grupo no pueden poner en peligro el futuro de la primera clase, y si tampoco van a ser actores determinantes de la evolución económica y tecnológica, ¿cuál debería ser la interacción ideal entre unos y otros? O, más específicamente, ¿qué políticas debemos seguir hacía ellos?
Rober Cooper, en su ensayo sobre el Estado Postmoderno aboga porque lso países avanzados mantengan una política de doble moral: 'Entre nosotros operamos sobre la base de la Ley y la seguridad cooperativa abierta y transparente. Pero para lidiar con Estados del viejo tipo, necesitamos volver a los métodos de una era anterior, la fuerza'(22).
Cooper escribe, en realidad, teniendo en mente el conflicto del Golfo, asumiendo como una necesidad estratégica para la victoria el amasamiento de cientos de miles de soldados en el teatro de operaciones. Sin embargo el mundo de la segunda clase avanza más rápidamente hacia el caos que hacia una ofensiva militar tan tradicional como la iraquí. Y el caos no significa necesariamente amenaza. Especialmente si el caos tiene lugar en lugares alejados, de los que casi nadie sabe su nombre o ubicación.
La característica esencial de las guerras del mundo es que, para los países Vips, han dejado de ser guerras de necesidad en las que se juegan intereses vitales o nacionales y se han convertido en guerras de elección, a las que uno va a la carta, según vicisitudes varias. Es más, salvo para pequeñas operaciones limitadas en el tiempo (como la operación Alba en Albania), la guerra es hoy ya, para los ciudadanos de los países avanzados, una cuestión de conciencia: se reacciona frente al horror y con el fin de aliviar el daño, detener la destrucción y contribuir a la reconstrucción y recuperación del país.
Según la nueva legitimidad militar pública, las fuerzas armadas realizan operaciones militares, porque son militares al fin y al cabo, pero no bélicas. Esto es, la estructura de los ejércitos les hace muy apropiados para mantener una infraestructura en pie, apoyar la logística, etc. Sobre todo, si el medio en el que se mueven es volátil políticamente.
El dilema que no se plantea Cooper pero que es evidente es la adecuación de las estructuras de fuerzas ante misiones tan dispares como responder a un agresor como Irak o intervenir en Somalia, Ruanda y Bosnia, valga el caso. De los requerimientos de los ejércitos y de su evolución aprenderemos con la exposición del Gral. Narro. Pero si quiero dejar claro que, en cualquier caso, para bien o para mal, las tecnicalidades militares han escapado al control de los mandos. La motivación o la repudia para una intervención reside en la opinión pública. Y esta sólo tiene por enemigo al horror. De ahí que no se admita públicamente más que un uso muy limitado de la fuerza y, desde luego, acción alguna que conlleve bajas, y muy importante, propias o no.
 
VI.- Un vuelo turbulento:
 
¿Puede haber un mundo mejor si nadie nos puede destruir y si podemos elegir donde jugarnos la vida? Creo que sería ingenuo pensar que hemos alcanzado el nirvana gracias a la caída del Este y los microchips. El nuevo orden puede ser turbulento, pero no por eso deja de ser un nuevo sistema.
 
El punto fuerte es que mi esquema se basa en la democracia y sus valores de tolerancia como puntal esencial de su devenir. Es verdad, asaltos a la democracia los hemos sufrido durante este siglo con resultados bien sangrientos. Pero la consolidación de las estructuras y, sobre todo, la descentralización del poder gracias a las nuevas tecnologías, disipa en gran medida la posibilidad de que ideologías y grupos antidemocráticos se hagan con el poder. Lo cual no quiere decir que no se lleguen a instaurar gobiernos democráticos con sus ciudadanos y similares, pero excluyentes y racistas con los habitantes del segundo grupo.
 
El punto débil del esquema, no obstante, es que sigue basando la acción exterior en los Estados, cuando yo mismo he apuntado la posibilidad de que el Estado, en su forma actual, acabe por desaparecer. O, al menos, perder gran parte de sus cometidos y poder. La fragmentación del Estado puede ocurrir de manera pacífica o violenta.
 
Por otro lado, los problemas globales, particularmente los ecológicos, pueden modificar el panorama más de lo que nos imaginamos. Si de verdad la atmósfera se recalienta bajo el efecto invernadero en los plazos y el grado que dicen los científicos, el aumento del nivel de mar afectará muy desigualmente a las poblaciones. Mientras países, como las Maldivas, serán historia, el Levante español vea mermar su capacidad turística, otros ni se enterarán. Igualmente, el aumento de la temperatura global traerá la desertización a gran parte de las tierras meridionales, hoy fértiles, arruinando la riqueza agrícola de países como los EE.UU., mientras que para Rusia significará el deshielo del permafrost y la posibilidad de explotar ingentes recursos naturales.
 
Por último, la globalización imparable acabará interconectando la mayoría de los lugares del globo, independientemente de la clase. Será un indudable beneficio para todos, pero también supondrá un aumento objetivo de la vulnerabilidad. ¿Qué no podrá hacer un terrorista informático en el Cybermundo?
 
En cualquier caso, y de nuevo, la ventaja y el optimismo residen en que ese terrorista informático podrá plantar virus en ordenadores, robar datos, arruinar empresas falseando sus estadísticas, o llegar a disparar un misil. Pero no podrá iniciar una guerra mundial ni volar el mundo.
 
Notas
1.- Howard, Michael: 'The Springtime of Nations' en Foreign Affairs vol.69, nº 1.
2.- Fukuyama, Francis: 'The End of History' en The National Interest nº 16, Summer 1989. Para ser justo, Fukuyama dividía el mundo en pueblos para los que se había acabado la Historia, esencialmente los ricos y occidentales, y aquellos otros que todavía seguían inmersos en la Historia. No obstante, el liberalismo les llevaría enormes beneficios políticos, económicos y sociales que acabarían catapultándoles más allá de la Historia.
3.- En Nye, Joseph: Understanding International Conflicts. Harper Collins, New York 1993, pág.195.
4.- Bellamy, Christopher: Knights in white Armour. Hutchinson, Londres 1997, pág. 97
5.- La mejor explicación de esta corriente puede encontrarse en Mueller, John: Retreat from Doomsday.The obsolescence of Major War.
6.- Singer, Max y Wildavsky, Aaron: The Real World Order, Chatham House, Chatham (N.J.) 1993.
7 .- Snow, Donald: The Shape of The Future. Sharpe, Armonk (N.Y.) 1995.
8.- Se excluye Israel porque, a pesar de reunir las características de la primera clase, el estar rodeado de vecinos que pertenecen a la segunda clase, le imponen una dinámica propia de este último grupo.
9.- Drucker, peter F.: 'The Global Economy and the Natios-State' en Foreign Affairs vol.76, nº 5, pág.170.
10.- Cooper, Robert: 'Is there a New World Order' en Mulgan, Geoff (De): Life after politics. Fontana, Londres 1997, pág, 317
11.- Snow, Donald: Op. Cit. Pág.21.
12.- Ver, por ejemplo, Cairncross, Frances: The Death of Distance. Londres 1997.
13.- Una visión futurista de lo que puede ser el mundo, con todas sus contradicciones, puede encontrarse en dos magníficas obras de ficción: la película Blade Runner y la novela de William Gibson, Neuromancer. New York 1994.
14.- según algunos autores, los ordenadores actuales ya hacen técnicamente posible la 'democracia interactiva' o 'Cyberdemocracia'. Ver, por ejemplo, Schlesinger, Arthur: 'Has Democracy a future?' en Foreign Affairs vol 76, nº5
15.- 'So long GDP' en The Trend Newsletter, 16 de octubre de 1997.
16.- De hecho, el ISI agrupa una serie de variables que miden el número de ordenadores, conexiones a internet, teléfonos, consumo informático,. Es decir, la repercusión cotidiana de las tecnologías de la información.
17.- Ohmae, Kenichi: The End of the Nation State. Harper Collins, Londres 1995.
18.- Huntington, Samuel: 'The erosion of the National Interest' en Foreign Affairs vol.76, nº 5, 1997. 19.- Huntington: Ibídem 20.- Esta división se basa en la obra de Kennedy, Paul. Preparing for the XXIst Century. Random House, New York 1993. 21.- Singer, Max y Wildavsky, Aaron: Op. Cit., pág. 38. 22.- Cooper, Robert: Op. cit. pág. 16