Putin en Crimea

por Óscar Elía Mañú, 2 de marzo de 2014

Desde luego que la autocracia de Putin no renuncia a la tutela o el liderazgo sobre sus repúblicas; desde luego que, una vez más, la Unión Europea cosecha otro fracaso; y por supuesto, el “liderazgo desde atrás” de Obama vuelve a suponer un problema para los Estados Unidos. Pero rara vez, sin embargo, los acontecimientos se explican satisfactoriamente desde las grandes líneas ideológicas y estratégicas. La indignación contra la realpolitik rusa, la debilidad europea o la pasividad norteamericana calman la conciencia del occidental deseoso de que "alguien" haga "algo", pero raramente arrojan luz sobre los acontecimientos, ni explican su desarrollo. Son decisiones tomadas en un momento determinado, por dirigentes determinados y en un contexto concreto los que explican que hoy podamos asistir a una invasión en las fronteras de la Unión Europea.
 

Unión Europea por cierto nada ajena a la situación actual. El día 21 de febrero, varios países europeos llegaban al acuerdo con gobierno y oposición que detenía doce horas de dura violencia callejera. El pacto incluía un gobierno de coalición y elecciones anticipadas: o lo que es lo mismo, constituía una puerta de salida digna para Yanukóvich y una hoja de ruta para un cambio de gobierno pacífico y sostenido en el tiempo. Sobre el papel era sin ninguna duda la mejor opción: proporcionaba a la oportunidad a la oposición de ganar el gobierno, daba a un deshauciado Yanukóvich una retirada pacífica, y sobre todo dejaba a Rusia sin posibilidad de bloquear el acuerdo ni de impedir un previsible gobierno proeuropeo en Kiev dentro de un año.

Pero manifiestamente los rebeldes eran demasiado impacientes respecto a lo primero, no querían lo segundo y no calcularon o no temían lo suficiente la reacción rusa. Los ministros de Polonia, Alemania y Francia no pudieron o no quisieron ver este aspecto: aunque se intuía cuando llamaban a la prudencia ese mismo día. Muchos europeos lo celebraron creyendo que servía para ganar tiempo. Olvidaban que un acuerdo sin bases sólidas o se rompe pronto o se rompe después con más estrépito. Aquí han ocurrido las dos cosas.
El error europeo fue aquí inexcusable: las exigencias a un Yanukóvich muy debilitado contrastaban con la absoluta incapacidad para exigir a los rebeldes un mínimo de moderación. Al contrario, durante semanas los europeos transmitieron a los rebeldes la peor idea posible: que el ataque a edificios y el asalto a las instituciones constituían una vía legítima de acercamiento a la UE. Mensaje que no sólo contradecía las mínimas reglas europeas y europeístas, sino que ponían en peligro cualquier transición pacífica en el país.
 
Sólo Yanukóvich aceptó el trato,sin poner sobre la mesa -aún- la gran baza rusa. El segundo error ha sido sorprendente: nadie pensó en ese momento que la baza rusa aún no se había puesto en juego, ni que los rebeldes en Kiev hacían y decían era inaceptable para una gran parte del país. Los europeos minusvaloraron la determinación del Kremlin, pese a que esa es una virtud bien conocida en Putin.
 
Ni una tarde duró el acuerdo europeo, como era previsible. Y mientras Europa se felicitaba por su pacto, la oposición llevó a cabo un golpe revolucionario que destituía primero y ponía a Yanukóvich fuera de la ley después. Desde entonces, los acontecimientos se suceden con rapidez: Yanukóvich huye y los nuevos amos en Kiev van desde entonces elevando su hostilidad hacia el anterior gobierno al máximo. De nuevo ante el pasmo de los “garantes” europeos del acuerdo. No sólo las potencias occidentales no pudieron hacer cumplir el pacto: después no han podido impedir lque los vencedores de Kiev hayan ido tomando decisiones a todas luces inaceptables para gran parte de la sociedad ucraniana.
 
De hecho los europeos han tratado durante unos días de legitimarse a sí mismos legitimando unos actos que han sido cada vez más extremos, y que manifiestamente empujaban a las regiones del este a una nueva rebelión contra la rebelión. Con las provincias del este cada vez más contrarias y temerosas del nuevo gobierno, temtadas a utilizar a su vez la misma violencia que veían triunfar en Kiev, ¿a quien puede sorprender su alzamiento?¿a quién que se volviesen hacia su vecino ruso? En fin: descpntada la conocida posición rusa, no ha sido Putin sino Europa y el nuevo gobierno de Kiev los que han abierto la puerta de Crimea al Kremlin.
 
A diferencia de los rebeldes de Kiev, mimados pero no tutelados por las potencias occidentales, los nuevos rebeldes de Crimea sí cuentan con la guía y el apoyo ruso: las noticias sobre grupos armados y tropas se repetían primero y apuntaban después ya a una intervención abierta que ya nadie niega: la tarde del domingo 2 de marzo los carros soviéticos ocupan ya posiciones en Crimea ondeando la bandera de la Federación. Entre la organización y el rearme de milicias ucranianas, la infiltración de tropas irregulares o la abierta invasión, la elección de los medios está respondiendo a las necesidades rusas, sobre el terreno y en el campo diplomático. El desconcierto europeo, la huída hacia adelante de Kiev y la recepción optimista en Crimea están invitando a Putin a ser cada vez más atrevido y claro en sus movimientos.
 
Hasta ahora los acontecimientos se caracterizan por no tener marcha hacia atrás: los disturbios y las muertes; la huída de Yanukóvich; y el alzamiento en Crimea alejan cada vez más la posibilidad de una Ucrania unificada y abierta al oeste. ¿Hay marcha atrás después del último capítulo, la ocupación rusa de Crimea? Todo parece indicar que no. Los excesos de los nuevos mandatarios de Kiev, el resquemor de aquellas provincias donde Yanukóvich ganaba por un 60%, y el temor a la oleada antirusa desatada en televisión han legitimado la entrada directa en liza rusa. La rapidez de las operaciones en suelo crimeano, el golpe en apenas doce horas con la ocupación de bases apuntan a un hecho: los rusos están en Crimea para quedarse, o dicho de otra manera, para no abandonar Sebastopol jamás.
 
¿Están los Estados Unidos en condiciones de suplir a los europeos tras su fracaso? Tras Egipto y Libia, nada hacía preveer otra cosa que la que ha hecho Obama. Es sabido que hasta ahora, éste había interpretado la crisis ucraniana en términos europeos. Pero a los veinticinco años de la caída del Muro, Europa sigue siendo un adolescente diplomático-estratégico: se mueve por impulsos, en el corto plazo, y sin medios ni objetivos definidos. Sólo el despunte alemán, ante el desconcierto de sus aliados y el colapso de la Unión Europea, ha atenuado el ridículo europeo, y apunta al retorno de la gran potencia europea, sepultada durante siete décadas.
 
La pérdida de Crimea es ya un hecho irremediable, al que no es ajena la torpeza de los nuevos dirigentes ucranianos: no es éste ya el problema europeo, salvo que los ucranianos se lancen a una guerra que no pueden ganar o que Putin continúe avanzando -regular o irregularmente- por territorio ucraniano, lo que no es previsible pero tampoco imposible. Es la estabilidad en el resto de Ucrania, el encauzamiento del gobierno de Kiev y el mantenimiento de la paz en todas las regiones la única forma de impedir que el problema ucraniano salte a su alrededor en forma de crisis humanitaria y disputas fronterizas, salpicando de lleno a la Unión Europea.
 
Como en el caso sirio, Estados Unidos vuelve a recibir una dura lección: la gran potencia americana no puede desentenderse de los problemas del mundo, porque éstos acaban por ir a buscarle a Washington: pese a la febril fascinación asiática que nos afecta, sigue siendo la capital política del mundo. El significado de Ucrania para Estados Unidos va mucho más allá del continental europeo, problema de la UE. Rusia aspira a recuperar su condición de potencia mundial, y la incapacidad de Obama para entender una lectura global de las distintas crisis vuelve a jugar una mala pasada a los Estados Unidos: otra vez la Casa Blanca se ve arrastrada a la queja y la denuncia tras el desinterés.
 
Difícilmente puede denunciarse la ambición rusa: pero ero incluso para un consentido Putin todo tiene un límite: que un país europeo pueda romperse para satisfacer las necesidades de una gran potencia sienta el peor de los precedentes: una vez certificado en Europa, ¿qué aventura no podrán tomar potencias igual o más agresivas que la rusa en rincones alejados del mundo? ¿qué credibilidad norteamericana hacia los países del Este de Europa?¿hacia los aliados norteamericanos que se enfrentan en sus fronteras con regímenes despóticos?¿hacia aquellos que en su propio país sostienen la causa de la libertad contra el despotismo?