¿Puede el PP dejar de ser el PP?

por Rafael L. Bardají, 6 de septiembre de 2018

(Publicado La Gaceta, 6 de septiembre de 2018)

 

La elección de Pablo Casado como nuevo presidente del Partido Popular se recibió como un vendaval de aire fresco, tras la viciada atmósfera de su anterior jefe, Mariano Rajoy, y, sobre todo, como una promesa de cambio, una especie de salto hacia atrás, para recuperar las esencias perdidas bajo el marianismo. Es verdad que el cambio de cara siempre ayuda a sentir nuevas emociones por un futuro distinto, pero ¿puede, en realidad, el PP dejar de ser el PP que era? Mi respuesta es no. 

 

Cierto que el nuevo presidente popular no lleva en el puesto ni dos meses (y mucho menos los famosos 100 días de gracia), pero España atraviesa una situación de emergencia nacional que no permite a nadie darse un respiro. Y menos a quien aspira a hacerse con la dirección del país a través de las urnas. Desde la distancia, me ha parecido que Pablo Casado ha debido empeñarse demasiado tiempo en afianzar su figura con un trasiego de pueblos visitados bajo el sol estival, así como en defender su nueva autoridad frente a parte de un aparato que no le votó y que, con toda probabilidad, no le disgustaría verle caer anticipadamente. Caer simpático a la vez que ir eliminando los obstáculos internos, desde Soraya a Arriola, pasando por Celia Villalobos, por citar a los más mediáticos, es una dedicación que consume mucho tiempo y energías. Tal vez porque esté absorbido en su consolidación, el nuevo presidente, que llegó a su puesto con un programa para renovar las ideas, haya relegado a éstas de momento. 

 

Es más, de las escasas valoraciones políticas que hemos escuchado al nuevo equipo en estas semanas, lejos de augurar una etapa de rearme ideológico, me temo que vamos a volver a mucho más de lo mismo. Por ejemplo, con el tema de la exhumación de los restos de Franco, no creo que se haya podido estar más desafortunado. Pablo Casado, hablando de que si en su familia hubo represaliados bajo su dictadura y su escudero Maroto, diciendo que al PP le resbalaba el tema. Mal empezamos si la política se basa solamente en experiencias personales, tales o cuales, pero mucho peor es no ser capaz de valorar la importancia estratégica en el proyecto de la izquierda radical española de asaltar de esta manera la tumba del general Franco como escalón de un proceso de revisión de la Historia de España y con la intención de poner fin a la reconciliación lograda en la transición e imponer unas verdad donde vuelva a haber vencedores y vencidos, solo que esta vez, 80 años después del final de leña guerra civil, la izquierda se erigiría en dueña de la Historia y nosotros, la democracia, con el PP a la cabeza, los perdedores. Si la indiferencia del PP es muestra de ignorancia y miopía política, mal les va ya; si es otra cosa, aún peor.

 

Por no hablar del los lazos amarillos, símbolo de los separatistas catalanes y usados para invadir los espacios públicos y como mecanismo de intimidación. Pues resulta que los líderes del PP, según sus propias palabras, están para otras cosas más dignas e importantes y no para salir a la calle a quitarlos, como si hacen otras fuerzas políticas y muchos ciudadanos de a pie que se han visto abandonados por nuestras instituciones. La razón que se ha esgrimido es que quitar leñazos contribuye a la crispación, en una suerte de síndrome de Estocolmo que perdona a los verdaderos causantes de la crispación y vilifica a las víctimas. Por mucho que no lo entiendan, la resistencia ciudadana es, en estos momentos, vital para parar una ofensiva separatista, totalitaria y guerracivilista, amparada por el gobierno de Madrid. La pasividad del PP, que ha dejado solo a Vox en las trincheras judiciales contra los enemigos de la unidad de España resulta tan incomprensible como imperdonable. Bueno, incomprensible tal vez no.

 

El verdadero problema del PP y que es la causa de que no pueda regenerarse, es que no tiene ideas a las que volver, capaces de dar respuesta a los retos existenciales que tiene planteados España hoy. Los grandes logros del PP, cuyo marketing político no deja de recordarnos, son la buena gestión y la eficacia a la hora de mejorar la economía de los españoles. La honestidad y transparencia han tenido que dejarse de lado al ser parte de un sistema que estructuralmente favorece la corrupción. Pero la buena gestión de la economía, si bien tuvo su sentido cuando el PP legó al poder en 1996 tras 14 años de desmanes socialistas, ya no es suficiente. Hoy el resto de España no es esencialmente económico, sino de viabilidad como nación. Es un reto político para la nación y es un reto identitario para el pueblo español. Pero en ambos terrenos el PP es impotente para poder ofrecer nada, porque ni ve ni entiende estas categorías. Para el PP lo importante siempre ha sido que el estado funcione de manera eficaz, que los españoles tengan la mayor libertad para hacer lo que quieran con su vida y prometer un paraíso terrenal con menos impuestos. Esto es, la visión liberal de la sociedad. ¿Cuándo fue la última vez que el PP se ha pronunciado sobre la nación española o se ha referido al pueblo español? Por contra, bien que ha corrido a denunciar los famosos populismos y a execrar el nacionalismo como la causa de todos los males y desgracias contemporáneos.

 

Y, sin embargo, ser español no se puede medir por cuántos euros se acumulan en nuestros bolsillos. Ser español, aunque ni el viejo ni el nuevo PP puedan llegar a verlo, es la expresión de unos lazos culturales y de solidaridad mutua, forjados durante siglos, que es lo que se está poniendo en solfa por la izquierda y por lo separatistas. Por eso que sea necesario, más que nunca, un partido conservador en España, que valore y defienda los pilares básicos de nuestra sociedad, España y los españoles primero; las fronteras; la diferencia entre nosotros y los extranjeros; la vida; la moral y los valores básicos de convivencia, de tolerancia y de sacrificio individual. No en ras de hacerse uno más rico, sino también en aras de construir un proyecto nacional de futuro. Y eso, me temo, no está en la genética del PP. Ni del de antes, ni del de ahora.