Populismo y soberanismo

por Rafael L. Bardají, 31 de mayo de 2018

Un fantasma recorre Europa y buena parte del mundo: el fantasma del populismo. Nadie sabe muy bien lo que es ni cómo definirlo, pues poco tienen que ver el Frente Nacional con Podemos, Alternativa para Alemania (AfD) y López Obrador o el Movimiento 5 Estelle italiano con el Partido de la Libertad de Geert Wilders. Y es que, en realidad, el calificativo de “populista” se usa para descalificar a todo aquel que no piense como uno, es un arma política de deslegitimación, no una descripción o un encasillamiento político. Son los partidos tradicionales y los partidarios de un mundo sin fronteras quienes más recuren al término como insulto.

Normalmente se dice de los populistas que son demagogos, esto es, que engañan a la gente con promesas falsas y soluciones milagrosas imposibles de alcanzar. No estoy seguro de cómo calificarían las promesas que se realizan desde partidos como el PSOE o el PP, por recurrir al caso más cercano, el nuestro, el español, que todos sabemos nunca se van a cumplir, pero en fin, esa parece ser otra historia. El hecho es que el término les viene bien al establishment político al uso porque meten en el mismo saco a todos los demás, sea a su izquierda o a su derecha o en el mismo centro. Para su desgracia, lo que no ven es que con tanta riqueza –o diversidad- de populismo algo debe estar pasando. Y les debería alarmar que tanta gente variopinta se sume a movimientos y fuerzas que rechazan su legitimidad para ejercer el poder y que discrepan de su forma de entender el mundo.

Yo no sé si a Pablo Iglesias, de la élite de chalet en la sierra de 600 mil euros, le gusta o le viene bien que le califiquen de populista, pero creo que los que no somos de izquierdas, sino conservadores, no deberíamos aceptar que se nos insulte gratuitamente. Yo, desde luego, no soy populista, pero si soy soberanista. Quiero decir, no creo en soluciones mágicas ni en las propuestas supuestamente “realistas” de partidos como el PP que, en realidad, más que soluciones son el problema. Pero sí creo que una institución histórica y básica ahora y para el futuro, para la prosperidad y la seguridad, es la nación y todo lo que ella conlleva. Como la defensa activa de sus fronteras. Quien no está dispuesto a garantizar la integridad e impermeabilidad de las fronteras nacionales, es que no cree ni en la nación ni en los vínculos del ciudadano con ella.

Yo también creo en la identidad nacional como el cauce más sofisticado e integral para realizar el bienestar económico y social de un grupo social. De hecho, si miramos a nuestro alrededor, vemos lo que han producido los globalistas: por arriba, una mercantilización de todos y cada uno de los aspectos de nuestra vida, todo se compra, todo se vende, todo es una cuestión de precios; y, por abajo, una creciente tribalización. Tradicional en las sociedades donde no habían desaparecido, post-moderna en el mundo occidental avanzado, Esto es, segregación por ideología, sexo, afinidades, edad, etc. Pero ser español no puede ser una cuestión utilitarista ni una moda. Pero a eso es a lo que van los partidos tradicionalistas o clásicos, a la disolución del ser español para pasar a ser europeo, ciudadano del mundo, o individuo de múltiples nacionalidades sin vinculación clara con ninguna. De hecho, nuestra querida democracia ha provocado el efecto de desespañolizar a España y los españoles. Desde la izquierda y con la aquiescencia de una derecha acomplejada. Gran mérito histórico. Y, sin embargo, el sentimiento nacionalista, por irracional y pasional que se juzgue, sigue ahí, sólo que ahora está en manos de los separatistas anti-españoles, porque las nociones de nación, nacionalidad, patria y patriotismo, han sido erradicas del vocabulario del imaginario social de la sociedad española. Urge recuperar los vínculos y los valores, que enraízan a un pueblo con su tierra y sus instituciones, de lo contrario, vamos de cabeza al abismo.

La identidad nacional también supone una discriminación positiva de los nacionales, “nosotros”, frente a los demás, “ellos”, de la que no hay que avergonzarse. Siempre ha sido y es bueno que siga siéndolo. Porque si ser español sólo conlleva responsabilidades, lo que se genera es una valoración negativa de la nacionalidad. Siempre me he preguntado por qué en los aeropuertos españoles no había un carril de entrada y salida para españoles, como sucede en muchos otros países. Y cuando las autoridades se han atrevido a hacerlos, pasamos como ciudadanos de la UE. Qué ocasión desperdiciada. Por no hablar de asuntos más dolosos, como son las políticas de ayuda a los emigrantes, legales e ilegales, donde se ha impuesto la discriminación positiva hacia ellos y negativa a hacia los españoles. Sin una política de España y los españoles primero, no se favorecerá nunca recuperar el sello y la identidad nacional.

 
Soberanismo no sólo es un concepto identitario, también lo es moral. Al menos frente a lo que implica la ideología de la globalización. Aquí conviene tener bien claro que una cosa es el fenómeno de un mundo conectado en sus flujos de mercancías, personas, finanzas y conocimientos, de la ideología que valora esta situación positivamente y que lo defiende. Los globalistas siempre argumentan que la globalización, que permite mover mercancías de forma más barata y que abre la puerta a comprar cualquier producto o servicio en el mercado global, al mejor precio, es siempre positivo. Pero lo que callan es que es positivo solamente si se limita la naturaleza de la persona a la de consumidor. ¿Somos en verdad sólo consumidores? Yo creo que no. Y si hemos llegado a punto donde sólo se nos ve así, hay que combatirlo. La solidaridad social de un mismo pueblo, en nuestro caso, el español, es un lazo que se quiebra si estoy dispuesto a hundir un negocio por una cuestión de precios, aunque el precio sea algo importante. Por no hablar de nuestros valores. Los individuos, las personas, por muy irracional que se quiera presentar, solemos estar dispuestos a hacer sacrificios por los nuestros. Reducirnos a meros mercantilistas que priman su egoísmo sobre toda otra razón es irreal y peligroso y sólo conduce a difuminar más el Estado nacional.

Y el Estado nacional puede que esté en crisis, pero no es una crisis producto de una evolución natural. Es el resultado de aplicar unas determinadas políticas diseñadas, abierta o calladamente, a mermar su poder, sus instituciones y sus señas de identidad. Por eso creo que se puede combatir esta tendencia y que, de hecho, se debe combatir para poder garantizar nuestra prosperidad y seguridad en los años venideros. Cualquier otra alternativa es mucho peor. Y por eso no me avergüenzo de que me llamen soberanista. Para entreguistas ya están los de siempre.