Populismo, integrismo y chantaje. Ésos son los peligros

por José María Rotellar, 4 de febrero de 2008

(Publicado en la Revista Ejecutivos, enero 2008)

En un entorno de desaceleración económica internacional y con un elevado nivel de incertidumbre, es lógico que el encarecimiento del petróleo sea preocupante. Tras la crisis de liquidez de agosto, cuyas consecuencias sobre la economía real todavía no se conocen del todo, aparece, una vez más, la alargada sombra del barril de crudo y su precio.

El problema del petróleo tiene una doble vertiente. Una es el carácter finito de los recursos y otra es la presión política que algunos de los países productores pretenden llevar a cabo.
 
Por un lado, la búsqueda de fuentes alternativas de energía no se ha desarrollado tanto como es necesario. La hipocresía de una buena parte de la izquierda, que combate a la energía nuclear mientras se rasga las vestiduras por las emisiones de CO2, hipoteca de manera constante un desarrollo sostenible. De esta manera, limita la investigación y el avance en el terreno energético.
 
Con el intento de utilización política del crudo sucede algo similar. La deriva populista de ciertos mandatarios de países productores de petróleo o financiados por los petrodólares de algún aspirante a caudillo es intolerable. Manejan este recurso natural para poner y quitar gobiernos, presionar a la sociedad internacional y mantener en la miseria a sus ciudadanos.
 
Siempre la izquierda acusa a Estados Unidos -cómo no- de imperialismo e intereses económicos, cuando olvida que, entre otras cosas, liberó a Europa del nazismo y del comunismo y la reconstruyó tras la II Guerra Mundial. No, no son los inquilinos del Despacho Oval o del Capitolio los que juegan con el petróleo a costa de lo que sea, para conseguir lo que sea, como sea. No. Son otros, que injurian a países democráticos y sus instituciones, que permiten y alientan grupos de matones que atentan contra universitarios y que pretenden someter a medio continente americano a la dictadura estalinista “por las botas o por los votos”.
 
El problema, por tanto, no es que el precio del petróleo vaya a provocar una III Guerra Mundial. El problema es que estos caudillos desestabilizadores venden esa idea, que incluso gente de buena fe puede llegar a creerse. Estoy seguro de que muchos de los que defiendan esas posturas en occidente lo hacen desde la convicción de que eso es cierto. Sin embargo, están errados.
 
El problema es pretender, en una cumbre del cártel de petróleo, que se acuerde la utilización del oro negro como elemento de presión político. Nunca ningún representante de los países productores de petróleo había llegado a proponer semejante disparate. Nunca se había intentado que una cumbre de la OPEP sirviese para realizar un ataque directo contra el corazón de occidente, Estados Unidos. La pretensión de ahogar a muchos países importadores de petróleo y de contribuir a desestabilizar el dólar es tan insensata como alarmante. El conjunto de la OPEP les paró los pies a quienes pretendían convertir el cártel -no deseable, por cierto, como oligopolio que es- en una asamblea que se constituyese en un enemigo político de quienes no siguen los designios populistas de algunos.
No creo que se produzca una III Guerra Mundial. La única amenaza que existe hoy en día es la del terrorismo. El precio del petróleo puede producir otros efectos, pero, afortunadamente, no una guerra. Eso sí, tenemos la responsabilidad de impedir que algunos -pocos, afortunadamente- lo puedan utilizar para desestabilizar la tranquila convivencia de distintos países y el bienestar de sus ciudadanos.
 
Produce una gran tristeza ver cómo familias enteras, sin nada que comer, sin techo donde vivir, sin atención médica, intentan sobrevivir en esos países que dogmatizan a la población y crean grupos de fanáticos que atemorizan a los ciudadanos.
 
Produce una gran tristeza ver cómo algunos acaban con la libertad y la inteligencia, arrinconando a los universitarios y apaleándolos, mientras se les llena la boca de la palabra justicia.
 
Produce, en definitiva, una gran tristeza ver cómo esos caudillos populistas e integristas condenan a la miseria a sus pueblos al tiempo que se autoproclaman libertadores.
 
Y produce una gran tristeza observar cómo muchas personas de sociedades democráticas miran hacia otro lado ante tales atrocidades, mientras se intentan apropiar de la palabra PAZ.
 
Debemos, por tanto, no ceder ante las presiones y chantajes de esos dirigentes populistas y recordarles con nuestra actitud y determinación que el único camino a seguir es el de la libertad y prosperidad.