Política prematura

por Thomas Sowell, 14 de marzo de 2007

(Publicado en Creators.com, 6 de marzo de 2007)

Algunos de nosotros recién nos hemos adaptado al hecho de que estamos en el año 2007 y de pronto toda clase de gente decide comportarse como si fuera el año 2008.
 
Las encuestas siguen saliendo y mostrando quién es el favorito entre los muchos candidatos demócratas y republicanos para las respectivas candidaturas de sus partidos. ¿A qué se debe toda esta exageración, tan pronto, sobre los favoritos liderando la carrera hacia la presidencia? ¿Es que todos han olvidado la vieja máxima que dice: “En política, de la noche a la mañana es toda una vida”?
 
Algunos de nosotros somos lo suficientemente maduros como para recordar al “favorito Ed Muskie” o al “favorito Gary Hart”, eso por no mencionar al “Presidente Dewey”.
Pero por más que los números de las encuestas sean inexactos, pueden servir como guía de quién será el candidato que buscará la presidencia dentro de poco más de un año contando a partir de ahora, pero los feos ataques que ya han empezado pueden ser demasiado indicativos de lo que nos podemos esperar cuando las carreras por la nominación lleguen a la recta final y luego cuando den inicio las campañas presidenciales. 
 
Se ha vuelto a tocar fondo explotando el tema religioso con afirmaciones de que algunos de los antepasados mormones del gobernador Mitt Romney tuvieron múltiples esposas.
 
¿Acaso los antepasados del gobernador Romney van a estar en la papeleta electoral? Están tan llenas de nombres que ni me había dado cuenta. La ironía en todo esto, como alguien señaló, es que el gobernador Romney parece ser uno de los pocos políticos en estos días que sólo ha tenido una esposa.  
 
Supuestamente lo del tema religioso ya había quedado zanjado en 1960 cuando John F. Kennedy fue elegido como el primer presidente católico. En realidad, el asunto no era la gran cosa en 1960 y algunos cínicos decían que el único que hablaba sobre el tema era el mismo JFK.
 
Es dolorosamente obvio que a duras penas nos llevamos bien entre nosotros mismos como para intentar lidiar con lo que la gente hizo en generaciones previas. Naciones enteras se han roto por dilucidar lo que los antepasados de unos les hicieron a los otros o quién era el dueño legítimo de tal territorio en tiempos pasados.
 
Sacar el tema religioso no es una aberración sino una muestra más de la fea regresión en nuestra era. Durante las audiencias de confirmación para la candidatura al Tribunal Supremo del juez Samuel Alito, la senadora Dianne Feinstein le preguntó al juez si el ser católico interferiría en la ejecución de sus funciones como magistrado.
 
¿Quizá pensaba ella que ser judía interferiría en la ejecución de sus funciones como senadora? ¿Se había olvidado la senadora que hace menos de un siglo - no mucho tiempo según se mide la historia - había gente que se oponía a que Louis Brandeis fuera magistrado del Tribunal Supremo porque era judío?
Toda nación tiene parte de su pasado que está mejor enterrado y olvidado, que nunca debe ser resucitado.
 
Mientras que el resurgimiento de la intolerancia religiosa no parece probable, lo que correctamente se ha denominado como “la política de la destrucción personal” - por uno de sus practicantes, Bill Clinton - se ha convertido en un cáncer que crece y crece en el cuerpo político.
 
El significado de la destrucción de la reputación va más allá de la estratagema cínica de los políticos. Tales tácticas son eficaces solamente porque atraen a muchas personas que no pueden imaginar que nadie se oponga a su agenda política a menos que esos contrincantes políticos sean tontos, malos o corruptos.
 
En otras palabras, muchos ya no consideran necesario contrastar argumentos con contraargumentos, evidencia con evidencia contraria o análisis lógico con contraanálisis lógico.
 
Ni siquiera en nuestro sistema educativo la lógica y la evidencia son la norma. Desde los días de las juventudes hitlerianas no se ha visto que los jóvenes estén sometidos a más propaganda en más temas políticamente correctos.
 
En un principio, los educadores se jactaban de que su papel no era enseñar a los alumnos qué pensar sino cómo pensar. Hoy, su papel es con demasiada frecuencia enseñar a los alumnos qué pensar en todo, desde la inmigración, pasando por el calentamiento global hasta la nueva sagrada trinidad de “raza, clase y género”.
 
Hasta en nuestros más prestigiosos campus universitarios - en realidad, quizá especialmente en esos campus - los códigos de lenguaje reprimen a los alumnos que están en desacuerdo con el adoctrinamiento y a los ponentes invitados que están en desacuerdo con la corrección política se les acalla a gritos.
 
A duras penas podemos hacerle frente a los problemas de nuestra propia generación como para estarnos preocupando de nuestros antepasados o de los antepasados de otra gente.


 

 
 
Thomas Sowell  es un prolífico escritor de gran variedad de temas desde economía clásica a derechos civiles, autor de una docena de libros y cientos de artículos, la mayor parte de sus escritos son considerados pioneros entre los académicos.  Ganador del prestigioso premio Francis Boyer presentado por el American Enterprise Institute, actualmente es especialista decano del Instituto Hoover y de la Fundación Rose and Milton Friedman
 
 
©2007 Creators Syndicate, Inc.
©2007 Traducido por Miryam Lindberg