¿Otra oportunidad desaprovechada?

por GEES, 8 de diciembre de 2004

La crisis israelo-palestina está jalonada de frases que permanecen en la memoria colectiva. Una de las más famosas es la que acuñara el entonces ministro de Asuntos Exteriores israelí Aba Eban, “los palestinos nunca pierden la oportunidad de perder una oportunidad”. Puede parecer un ejercicio de cinismo antiárabe, incluso se puede teorizar sobre la existencia de un componente racista en la citada sentencia. Pero lo que resulta evidente es que tenía razón. La cuestión es si hoy Eban continúa teniendo razón.
 
La desaparición de Yaser Arafat fue considerada en todo el mundo como el fin de un obstáculo importante para reanimar el desfallecido proceso de paz. Era necesario que los palestinos fueran a las urnas y eligieran una personalidad respetable que pudiera unirlos y, con una sola voz, negociar con los israelíes la paz que todos necesitamos. Los primeros movimientos despertaron esperanzas. Abu Mazen, primus inter pares de los tunecinos, los hombres que acompañaron a Arafat al exilio y que están en torno a la setentena, parecía haber llegado a un acuerdo con la generación de la I Intifada, aquellos que se encuentran en los cuarenta años y que cuentan con apoyo real de la población. En un primer momento Mohamed Dahlán, la figura más destacada y carismática de Gaza, junto con Marwan Bargoutti, el indiscutido dirigente de Fatah en Cisjordania, aceptaron la candidatura presidencial de Abu Mazen. Creímos en la existencia de un entendimiento intergeneracional para preparar desde la unidad el relevo progresivo a los más jóvenes. Resultó una ficción, un hermoso sueño que nos devolvió a la realidad de una zona del planeta donde lo que puede salir mal acaba saliendo mal.
 
Bargoutti se presenta a las elecciones desde su celda en Israel. A diferencia de Abu Mazen tiene carisma y fama de persona honrada. Resulta obvio que todo aquél que haya estado en la proximidad de Arafat es sospechoso de corrupción, por practicarla o por consentirla. Bargoutti puede batir a Abu Mazen y, de esta forma, volver a situar el proceso de paz en un callejón sin salida.
 
Durante años Marwan Bargoutti fue uno de los personajes mimados por la diplomacia israelí. Era un hombre honrado, que aceptaba la existencia del estado de Israel y con el que se podía negociar. Pero Bargoutti, a diferencia de Dahlán, se dejó llevar por la lógica de la II Intifada, la trampa a la que llevó la falta de valor de Arafat. No quiso retirarse a un segundo plano. Bien al contrario, asumió la dirección de las Brigadas de al-Aqsa, el grupo terrorista de Fatah. Su responsabilidad en la organización de actos de este signo es evidente y ahora se encuentra en una cárcel israelí condenado a cinco cadenas perpetuas. Si Bargoutti ganara los palestinos no sólo tendrían a su presidente encarcelado sino que, sobre todo, asumirían su condición de terrorista. No está nada claro que Israel o Estados Unidos estén dispuestos a negociar con una persona condenada por este motivo. Sería una mala señal enviada al resto del mundo.
 
Muchos palestinos pueden estar tentados a jugar fuerte y tratar de forzar de este modo la liberación de Bargoutti. El precio de esta maniobra puede ser muy alto. Nos sobran planes de paz y foros. Lo que necesitamos es un dirigente palestino con capacidad para negociar. Sería desastroso para todos nosotros, pero muy especialmente para los palestinos, que, de nuevo, echaran a perder una excelente oportunidad para resolver uno de los problemas que más tensión genera en esta compleja región del planeta.