Oriente Medio. El torbellino diplomático

por GEES, 21 de julio de 2008

Guerra y diplomacia no son incompatibles, como parece creer la ortodoxia gauchiste. Pueden y suelen ser simultáneas. La primera desemboca inexorablemente en la segunda, pero ésta tiene limitados poderes para evitar guerras, capacidad que depende mucho más de las circunstancias que de habilidades geniales o esfuerzos sobrehumanos. No siempre hablando se entiende la gente, sino que, por el contrario, a veces se llega a las manos. Y no todo depende de la buena voluntad de una de las partes; ni siquiera de las dos, porque el problema está a menudo en que poseen concepciones opuestas de lo constituye buena voluntad. Toda guerra termina inexorablemente en algún tipo de negociaciones y acuerdos, pero los más denodados esfuerzos diplomáticos no consiguen evitar algunas guerras. Bien al contrario, pueden empeorarlas.
 
Todas estas verdades elementales las vemos en acción en el Oriente Medio de hoy, alentadas, sin duda, por su impetuosa dinámica propia, pero mucho, también, por clima de fin de fiesta en Washington. Bush es, por un lado, lo que en la jerga política americana se llama un 'pato cojo'. Pero al mismo tiempo, su debilidad en lo interior lo libera de muchas cargas y le permite concentrarse en despejar algunos terrenos para su sucesor. Con Iraq mejorando, Afganistán empeorando e Israel asediado por todas partes, el tema dominante es Irán y su porfiada búsqueda de armas atómicas, vehículo de la hegemonía regional y de la supremacía chiíta en el seno del islam. Es la clave del arco de todos los conflictos en curso. Ésta es la única realidad realmente clara. Más allá, las complejas interacciones entre todos ellos, el peso de las no menos complicadas intrigas domésticas y la escasa transparencia de los tanteos diplomáticos, hacen difícil llegar a conclusiones seguras. Esta verdad elemental verdad no debería caer en saco roto, pues nos debe poner en guardia contra los iluminados, que siempre lo tienen todo claro.
 
Si la inminencia de la trascendental nuclearización iraní, con repercusiones a escala mundial, hace sonar tambores de guerra, pone también en marcha mecanismos diplomáticos. En las últimas semanas nos ha sorprendido el frenesí negociador del Gobierno de Jerusalén, en tratos con los sirios por intermediación turca; intercambiando con su archienemigo Hezbolá restos mortales de un par de soldados por muchas docenas de prisioneros, entre ellos un sádico asesino de niños patológicamente festejado como héroe en el Líbano. Como la historia no sucede en vano, una vez alcanzada una tenue y vacilante tregua con Hamas en Gaza, en Israel se muestran escépticos. Más aún, como las negociaciones pueden ser una bomba de relojería, no pocos las consideran contraproducentes. Y nadie sabe en qué pueden desembocar todas esas fintas.
 
En lo que los israelíes son unánimes es en que un Irán nuclear es absolutamente inaceptable para ellos. Están seguros de que con muchos riesgos en la operación y en sus secuelas, podrían asestar un golpe al programa iraní que lo retrasase un puñado de años. Pero no pueden confiar ni en los americanos. No es que Israel ceda ante nadie su seguridad. En contra de los mitos, nunca ha sido, ni remotamente, marioneta de Washington. Pero con una luz roja previa centelleando todo se les pone más difícil. Dadas la polivalencia de guerra y diplomacia y el intenso trasiego político-militar entre los dos países a lo largo de las últimas semanas, esto puede significar, como se dice insistentemente, que la Casa Blanca está tascando el freno. Sin embargo, no es impensable que al mismo tiempo estén buscando algunas formas de coordinación para todas las fases del posible evento.
 
Viéndole las orejas al lobo, los ayatolás hacen también sonar sus misiles y sus terrores, pero se muestran dispuestos a reabrir el juego diplomático, que ya les ha proporcionado un hermoso lustro en el desarrollo de su capacidad de enriquecimiento de uranio.