Obama y sus amigos
por Charles Krauthammer, 16 de octubre de 2008
(Publicado en The Washington Post, 10 de octubre de 2008)
El delincuente convicto Tony Rezko. El terrorista impenitente Bill Ayers. Y el reverendo del hostigamiento racial Jeremiah Wright. Es difícil pensar en algún candidato presidencial anterior a Barack Obama que hiciera alarde de relaciones con tres personajes más execrables. Aún así, basta que la campaña McCain plantee el asunto para que los medios de referencia empiecen a echar pestes sobre campaña sucia matizada con racismo y culpa McCarthyista por asociación.
Pero las relaciones son importantes. Proporcionan una idea significativa del carácter. Son particularmente relevantes en relación a un presidente potencial tan novedoso, desconocido, opaco y reservado como Obama. Con la economía imponiéndose a todo, podría ser demasiado tarde políticamente para plantear este asunto Pero eso no lo convierte, como sostiene el pensamiento establecido, en algo ilegítimo en ningún sentido.
McCain tiene la culpa del mal momento escogido. Debería haber empezado hace meses a cuestionar las relaciones de Obama, antes de que el derrumbe económico permitiera a la campaña de Obama (y a los medios de referencia, que viene a ser lo mismo) despreciar las acusaciones como acto de desesperación por parte del candidato que va perdiendo.
McCain tuvo su oportunidad allá por abril cuando el Partido Republicano de Carolina del Norte difundía un anuncio de la campaña a la gobernación que incluía la relación de Obama con Jeremiah Wright. El anuncio era debidamente denunciado por el New York Times y otros profundos pensadores por racista.
Esto era patentemente absurdo. El racismo consiste en tratar a la gente de manera diferente y odiosa en función de la raza. Si algún candidato presidencial blanco hubiera tenido una relación íntima durante 20 años con un predicador blanco que propagara abiertamente el odio racial desde el púlpito, ese candidato no solamente habría sido universalmente denunciado e incapacitado para el cargo, sino que habría sido condenado por completo al ostracismo social.
Sin embargo, en su infinita sabiduría y con su desbordante sentido de la rectitud personal, John McCain se unía al tumulto de los rebuznos denunciando ese anuncio perfectamente legítimo, diciendo que no tenía cabida en ninguna campaña. Al hacerlo, McCain se desarmaba unilateralmente, haciendo inabordables las relaciones de Obama, un asunto que hasta Hillary Clinton trató en más de una ocasión.
La carrera política de Obama se lanzó con Ayers ofreciendo un acto de recaudación de fondos en su sala de estar. Si un candidato Republicano hubiera lanzado su carrera política en la residencia de un terrorista que ponía explosivos en las clínicas abortistas -- incluso uno arrepentido - no habría podido presentarse ni a empleado de la perrera en un pueblucho perdido. Y Ayers no muestra ningún arrepentimiento. Lo único que lamenta es que no hice suficiente.
¿Por qué son importantes estas relaciones? ¿Creo que Obama es igual de corrupto que Rezko? ¿O que comparte el racismo rabioso de Wright, o el radicalismo intransigente de los años 60 de Ayers?
No. Pero eso no hace irrelevantes estas amistades. Ellas nos hablan de dos cosas importantes sobre Obama.
En primer lugar, de su cinismo y su falta de escrúpulos. Estos dos hombres le eran útiles, y utilizarlos es lo que hizo. ¿Asistiría usted a una iglesia cuyo pastor difunde el rencor racial desde el púlpito? ¿Estrecharía usted la mano siquiera - por no hablar de ocupar un cargo en varias instancias junto a él - de un terrorista impenitente, ya volase por los aires instalaciones militares norteamericanas o clínicas abortistas?
La mayoría de los americanos no lo haría, por razones de simple decencia. Pero Obama lo hizo, si no por convicción, entonces por conveniencia. Era un hombre joven en bruto, un desconocido ajeno al mundillo que se abría paso en la política de Chicago. Jugó con todo el mundo, sin escrúpulos y con éxito obvio.
Obama no es el primer político en ascender a través de una maquinaria política corrupta. Pero es una de los contados en haber tenido la audacia de presentarse como sanador trascendente, que flota y trae la redención a la vieja política - del tipo que practicó con ahínco en Chicago en interés de sus propias ambiciones.
En segundo lugar, y aún más preocupante que el cinismo, es la muestra que dan estas relaciones de las creencias centrales de Obama. Él no comparte las venenosas opiniones raciales del reverendo Wright, ni las opiniones de Ayers, pasadas y presentes, acerca del demonio que es la sociedad estadounidense. Pero Obama no considera marginales estas opiniones. Durante años nadó con soltura y sin protestar por esas fétidas aguas.
Hasta ahora. Hoy, en el umbral de la presidencia, Obama solemnemente admite lo odioso de tener estas relaciones, lo cual es el motivo de que las haya suspendido. Pero durante los años en los que se sentó en los bancos de la iglesia de Wright o compartió objetivos comunes en una junta con Ayers, Obama los consideró parte legítima del discurso social, parte notable en realidad.
¿Los considera usted? Obama es un hombre con un intelecto de primera y un temperamento de primera. Pero su carácter sigue despertando abundantes sospechas. Hay diferencia entre temperamento y carácter. La ecuanimidad es una virtud. La tolerancia hacia lo repugnante no.
Charles Krauthammer fue Premio Pulitzer en 1987, también ganador del National Magazine Award en 1984. Es columnista del Washington Post desde 1985.
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