Obama, Romney y el mundo

por Manuel Coma, 23 de octubre de 2012

(Publicado en La Razón, 23 de octubre de 2012)

 Este año puede ser la excepción. Los debates pueden ser decisivos. El primero le dio, a favor de Romney, un apreciable giro al “estado de la contienda”. Respecto al segundo aún falta algún tiempo para hacer balance fiable de las encuestas, pero pasados ya cinco días va pareciendo claro que el impacto recuperador para Obama de su modesta victoria está resultando mínimo. Hubiera necesitado algo muy próximo a un K.O. para invertir la marcha de las cosas, que, de todas formas no lo ha descabalgado, sólo puesto en peligro. El tercero en la noche del lunes 22 al martes 23 deberá ser el desempate. Para afianzar sus todavía limitadas pero reales posibilidades es ahora Romney quien necesita una victoria clara, aunque le bastaría algo menos rotundo que en la primera ocasión. Las necesidades de Obama son más o menos del mismo calibre. Repetir el pequeño éxito del segundo debate no le daría la seguridad a la que aspira.

En la noche del lunes toca la política exterior. Los políticos americanos, como los de cualquier otro país, ganan por razones internas, con muy parcos conocimientos de lo que pasa más allá de sus fronteras, pero luego se encuentra que lo exterior pesa gravosamente en los intereses nacionales y es su competencia directa. No digamos en Estados Unidos, donde desde la Casa Blanca hay que gobernar el mundo, en el que no queda un rincón que les sea completamente ajeno. Por encima de todo, sus inquilinos no tienen manera de zafarse de la ardua tarea de  mantener un cierto orden global, sin el que todo se vendría abajo. La experiencia de Romney no va allá de haber sido de jovencito misionero mormón en Francia dos años. Al menos sabe francés. Obama ha estado en el ajo durante casi cuatro años.
 
Su ventaja es evidente. Sin embargo los temas que van a planteasrse en hora y media son pocos y muy previsibles. De hecho ya han salido prácticamente todos. Ryan, su número dos, se defendió aceptablemente o casi frente al vicepresidente Biden, un veterano experto en el tema. Romney no es mal polemista, pero actúa con un exceso de precaución y se escabulle ante los temas peliagudos, personales o políticos, que Obama le sacó en el segundo encuentro, como corresponde al enfrentamiento en el que están enzarzados, pero haciéndolo de forma artera y falaz hasta lo deshonesto. El republicano es organizado y trabajador y se habrá preparado a fondo. La cuestión es con qué línea estratégica y qué argucias tácticas. La debilidad central de Obama está en el centro de su concepción de la política exterior, que pretende no ya humildad para su país, sino humillación, incorporando elementos de una imagen izquierdista y tercermundista, en definitiva antiamericana. Sus partidarios ponen el grito en el cielo y fuera del sistema solar cuando oyen esta crítica, pero hay una inmensidad de citas más que incomodas para echarles a la cara. Frente al alarde de la terminación de guerras está que lo grave es perderlas. Bin Laden fue posible gracias a la denostada inteligencia conseguida por Bush. Éste inició los ataques con aviones teledirigidos, de los que Obama está enamorado y con los que ha producido muchas más víctimas civiles, sobre la que los suyos corren un tupido velo. Sus actitudes y expectativas con Irán y Siria fueron un tiro por la culata. La trituración, sin explicaciones, de las promesas respecto a Guantánamo, es una enciclopedia sobre sus ideas y realidades. Y su innoble gestión del ataque terrorista contra el consulado de Bengazi, mucho más todavía que los irresponsables fallos de seguridad cometidos, debería ser un gol imparable de Romney. Si no lleva el duelo verbal por esos derroteros está concediendo la victoria a su rival.