Obama, ahora

por Manuel Coma, 2 de septiembre de 2012

 (Publicado en La Razón, 2 de septiembre de 2012)

 

En esta semana le llega el turno a Obama y los demócratas. La ventaja de entre dos y tres puntos porcentuales que ha mantenido durante meses sobre su contrincante se ha reducido a casi nada en los últimos días. Su campaña ha sido hasta ahora de un absoluto negativismo: Se ha gastado muchos millones en anuncios para denigrar personalmente a Romney, añadiendo las invectivas contra Ryan desde el momento en que fue elegido candidato a la vicepresidencia. En cuanto a contenidos políticos, casi pura lucha de clases: Apelar al resentimiento contra los ricos donde lo haya y tratar de crearlo donde no. Desde luego presentar a los otros como extremistas radicales. Esto segundo es habitual en la política estadunidense tanto como en cualquier otra democracia. Lo primero tiene poco de americano y choca con sus mejores tradiciones.
 
A nadie se le puede escapar que una campaña para la relección que no exhibe como su mejor activo los éxitos del mandato anterior sino que los silencia hasta el extremo del tabú, está confesando paladinamente su fracaso. No queda más argumento que el de que los otros son peores. Tras haber realizado una parte importante de su programa, el Obama de hoy no tiene nada que ver con el carismático del 2008. Prefiere que nadie le recuerde el “sí, podemos” que entonces lo inundaba todo. El retrato icónico de su rostro, con las palabras “hope” (esperanza) o “change” (cambio) ha desaparecido de la faz de la tierra, tanto como lo han hecho de sus discursos esas mágicas palabras. Oportuna y sardónicamente Romney le ha recordado la promesa de ralentizar la subida de los océanos y curar el planeta, y su compromiso de transformar “fundamentalmente” América. El republicano sólo se propone restaurarla.
 
El presidente cuenta con una sólida base demócrata de entorno al 46%. Lo que tiene hacer el magno cónclave del partido es convencer a 4.1% más. Casi todos ellos le votaron en el 08, pero piensan que no ha cumplido. Se sintieron bien al hacerlo entonces. Su país demostraba al mundo que no era racista y que estaba a la cabeza de los ideales del sedicente progresismo. Ahora les cuesta dar marcha atrás. Ahí está el juego. Cada bando intenta atraérselos, seguro de que tienen la clave de la victoria. Hay sólidos motivos para suponer que Romney se ha ganado al pequeño número de conservadores que todavía dudaban de él y que al menos ha incrementado las dudas de ese otro pequeño porcentaje que decidirá la contienda. La cuestión es ahora qué harán los demócratas para conquistar ese segmento del electorado al tiempo que confirman la fidelidad en sus propias filas. Si habrá algo nuevo o será más de lo mismo.