Normalidad en el proceso de sucesión al liderazgo de Al Qaida

por Carlos Echeverría Jesús, 28 de junio de 2011

 

Para nuestra desgracia y desdiciendo a tantos y tantos agoreros del debilitamiento crónico – o incluso del principio del fin – de la red terrorista Al Qaida, que se habría producido según ellos por la desaparición de Osama Bin Laden, la sucesión de este por su segundo, el médico egipcio Ayman Al Zawahiri, ha tenido lugar tras algunas semanas de espera. El carácter cuasi-empresarial de la red de redes, insuflado a la misma por su desaparecido líder y cofundador, se confirma ahora, y el supuesto debilitamiento de “La Base” no es ni será tal, particularmente cuando hay escenarios idóneos para el Yihad guerrero – como Somalia, Pakistán o Yemen, entre otros – o cuando la ya confirmada retirada progresiva de las fuerzas estadounidenses del escenario afgano no hace sino animar a los terroristas a continuar su sanguinaria lucha.
 
Al Qaida central y sus franquicias
 
Una de las grandes ventajas de lo que podemos denominar como “sistema Al Qaida” es el carácter descentralizado de sus franquicias – la del Magreb, la de la Península Arábiga, la del Cuerno de África, la de Irak o la de los escenarios más próximos de Afganistán y Pakistán – y el carácter flexible de su estructura central. Esta última estructura se ha mostrado más real que ficticia tras la eliminación de Bin Laden, pero aún así la capacidad de dicho núcleo central para regenerarse – y ello a pesar de la intensificación en las eliminaciones de cabecillas terroristas para “justificar” desde Washington una retirada de Afganistán en buena medida incomprensible – se ha demostrado con la designación de Al Zawahiri y con la continuación del Yihad guerrero. La eliminación de cabecillas de Al Qaida sigue y seguirá – a principios de junio caía en Waziristán del Sur Ilyas Kashmiri, emir de la Brigada 313 de Al Qaida – pero ello no debe de inducirnos a error. Presentar dichas muertes como la culminación de una estrategia acelerada y exitosa de victoria es un error como también lo es no querer inventariar la aceleración de atentados, dentro y fuera de Pakistán, como bagaje de Al Qaida: cabecillas más o menos relevantes de Al Qaida se vienen eliminando desde antiguo, es decir, son rutinarios. Lo que queremos decir es que el conflicto sigue, y ni la eliminación de operativos importantes debe de ser ahora mostrada como parte de una deriva victoriosa tras la eliminación de Bin Laden ni los atentados que se producen aquí y allá deben de ser considerados como acciones ajenas a una Al Qaida en vías de extinción.
 
Es hora ya de que quienes aún no entienden bien la naturaleza y el modus operandi del terrorismo yihadista salafista lo asimilen. La eliminación de Bin Laden no debía de conllevar un cambio estructural – en términos de debilitamiento o incluso de caída en picado de la organización pues tras tantos años de combate yihadista tal escenario estaba más que asumido como posible e incluso como probable – y cuando esta se produjo en Abbottabad la misión del emir ya estaba cumplida más que de sobra. Lo cierto es que con su muerte a manos de los SEAL él alcanzaba el martirio, que es la mejor forma de morir que hay para un muyahid o guerrero sagrado, y los suyos están aún más motivados para seguir su estela.
 
Las semanas que han pasado entre el 2 de mayo y el 16 de junio, este último el día en que se hizo oficial la designación de Al Zawahiri, han sido intensan en términos de dinamización de contactos y de realización de Shuras o asambleas, y sería deseable que, en ese sentido, tantos desplazamientos y contactos hayan sido aprovechado por servicios de seguridad y agencias de inteligencia para enriquecer su información sobre tan escurridizo, ubicuo y aún numeroso enemigo. Aunque extremadamente autoritario y cruel, el engranaje funcional y el modus operandi de Al Qaida conlleva muchas reuniones y discusiones entre sus miembros, con los líderes generales y locales manteniendo el contacto con sus subalternos como si de una organización democrática se tratara. Ello nos permite recordar también las múltiples Shuras celebradas a lo largo de los años por las falanges terroristas argelinas – del Grupo Islámico Armado (GIA) y del Grupo Salafista para la Predicación y el Combate (GSPC) -, en las que a veces se acababan enfrentando con las armas las diversas facciones y surgían nuevos emires. No parece que ahora haya ocurrido algo así en Al Qaida central, aunque es bien cierto que en medios más o menos especializados se ha especulado durante semanas sobre la mayor o menor aceptación hacia la figura del médico egipcio que habría existido entre las filas terroristas.
 
El comunicado en el que Al Qaida anuncia la sucesión dice así: “La dirección del grupo Al Qaida Al Yihad, tras haber completado las consultas, anuncia que el jeque doctor Abi Mohamed Ayman Al Zawahiri asume la responsabilidad de dirigir el grupo y pide a Allah que le de suerte a él, a nosotros y a todos los musulmanes para que trabajemos con su Sharía”. Ningún rastro pues de fisuras o de derrotismo, y el hecho de que otro egipcio, Saif El Adel, hubiera ocupado interinamente el cargo de emir de Al Qaida durante el intervalo entre la muerte de Bin Laden y la designación de Al Zawahiri no implicaba en absoluto que hubiera “rivalidad” entre líderes del yihadismo salafista más ambicioso y conocido.
 
Al Zawahiri conocía a Bin Laden desde 1985, cuando coincidieron ambos en el escenario de Yihad guerrero entre Pakistán y Afganistán en el que, finalmente, ha perecido el primero y quizás también lo haga el segundo. Especular como hacen algunos ahora sobre si Al Zawahiri es más cruel o menos que Bin Laden, o si tiene más o menos liderazgo que aquel, son ganas de llenar páginas o declaraciones en los medios, olvidando que el egipcio ha sido y es clave en la orientación ideológica de Al Qaida y que ha dedicado su vida al terrorismo desde los ya lejanos tiempos en los que contribuyó a dinamizar la nefasta Yihad Islámica egipcia, la organización que en octubre de 1981 asesinó al Presidente Anuar El Sadat durante un desfile en El Cairo. Al Zawahiri purgó tan sólo tres años de prisión, marchó a vivir a la rigorista Arabia Saudí al ser liberado, y luego se incorporó al entonces esperanzador Yihad guerrero afgano en el que su camino ya se cruzó para siempre con el de Bin Laden. El problema de despreciar al enemigo es aún mayor cuando quien lo hace es persona relevante; a título de ejemplo recordemos cómo el Consejero de Seguridad Nacional del Presidente estadounidense, John Brennan, en declaraciones efectuadas tras darse a conocer la muerte de Bin Laden, calificaba a Al Zawahiri de falto de carisma y aseguraba que contaba con muchos detractores en el seno de Al Qaida. A buen seguro estará tratando de que aquellas declaraciones caigan cuanto antes en el olvido.
 
Las franquicias de Al Qaida son el oxígeno de la red pues demuestran cada día que la semilla plantada fructificó y que lo esencial es actuar por doquier para despertar desde distintos puntos la insurrección yihadista global. Los Talibán de Afganistán y de Pakistán, los múltiples grupos yihadistas creados en este último país para combatir al enemigo indio dentro y fuera de Cachemira, Al Qaida en las Tierras del Magreb Islámico (AQMI), Al Qaida en la Península Arábiga (AQPA), el Emirato Islámico del Cáucaso o el Estado Islámico de Irak, entre otras, viven coyunturas más o menos favorables – AQPA vive ahora su época lamentablemente más esperanzadora, haciéndose incluso sus miembros con el control de poblaciones enteras del país aprovechando el vacío de poder -, pero lo esencial es que mantengan viva la llama del Yihad guerrero. Al Qaida dio la inspiración pero también la instrucción, la financiación y a veces el liderazgo, y cuando el corazón de la red terrorista de Bin Laden se recupere de los golpes recibidos siempre tendrá esa red de franquicias para apoyarse en ella. Por eso es tan importante inventariar las franquicias, revisar cotidianamente su estado y esforzarse por debilitarlas y derrotarlas. Con menos puntos de apoyo en el mundo la capacidad de Al Qaida por reproducir los zarpazos de otrora será menor, pero hoy, la vigencia de estas y tanto optimismo desbordado, en particular tras la muerte de Bin Laden, obligan a un rápido replanteamiento de la lucha antiterrorista global.
 
¿Hay futuro para Al Qaida?
 
Los razonamientos cartesianos abundan en estos días. El primero y más extendido creemos haberlo cuestionado suficientemente en el epígrafe anterior, y es el que considera que muerto el líder de Al Qaida esta organización está abocada al fracaso, léase al inexorable descenso hacia la irrelevancia, la división, el debilitamiento y, para los más optimistas, la derrota.
 
El segundo en el que nos vamos a detener es también arriesgado, es rebatible y, además, es extremadamente peligroso pues sirve hoy en día y servirá en el futuro inmediato para justificar el progresivo “desenganche” de las potencias occidentales de sus compromisos adquiridos en la lucha contra el terrorismo yihadista salafista en escenarios como Afganistán, y quizás también, en otros como Yemen. Si hay autores que ahora recuerdan que Al Qaida germinó sobre todo para lograr que los ocupantes occidentales abandonaran las tierras sagradas del Islam – en particular las fuerzas de la Coalición formada contra Sadam Hussein, invasor de Kuwait en 1990, concentradas sobre todo en tierras saudíes – ahora para ellos la evacuación de Afganistán no haría sino desarmar a los terroristas de sus principales argumentos de movilización. Poco importa para quienes esto arguyen señalarles que salir precipitadamente de Afganistán no hará sino transmitir al enemigo la idea de que se huye, y que tal percepción no hará sino motivarle aún más para seguir en su empeño de alcanzar su delirante objetivo de crear un califato universal (si cae Afganistán, ¿por qué no Yemen? ¿o Pakistán? ¿o ...?). La prisa por marcharse de una guerra a la que no se ve salida es propia de sociedades que analizan costes y beneficios asumiendo que estos últimos deben de ser inmediatos, a las que les falta una motivación superior y en las que sus dirigentes tienen que rendir cuentas ante sus electorados cada cuatro o cinco años y tal preocupación se convierte en la gran prioridad. Para los muyahidin el mundo funciona de otra manera, el tiempo se mide según parámetros distintos y lo clave es engrandecer la obra de Allah, aunque a uno le vaya la vida en ello: Al Zawahiri, el nuevo líder y para algunos un hombre sin carisma, gusta de recordar a sus seguidores o a quienes pueden acabar siéndolo, que la victoria contra sus grandes y poderosos enemigos es posible, pues estos son impacientes y débiles y los muyahidin son pacientes y fuertes. Para ilustrar tan motivadora – y sin duda voluntarista – aseveración, les recuerda que a los guerreros musulmanes les llevó más de doscientos años expulsar a los Cruzados de Jerusalén y su entorno, de la Tierra Santa cristiana pero que también lo es para el Islam – Jerusalén o Al Qods en árabe es el tercer lugar santo tras La Meca y Medina, y también es santa desde mucho antes para los judíos – y que con empeño al final lo lograron y ello a pesar de las poderosas coaliciones creadas en las tan evocadas Cruzadas.
 
Esta doble constatación, unida a la de la expansión del modelo yihadista salafista que también veíamos en el epígrafe anterior, nos permite prever que el mismo no está en declive sino más bien en auge, y que el avance en paralelo del islamismo que algunos califican de “moderado” no va a desanimarles en su empeño. Para el yihadismo salafista, el islamismo moderado – entendiendo por tal al que acepta las reglas de funcionamiento de los Estados musulmanes, buscan la estatalidad frente a la universalidad de la Umma (el Movimiento de Resistencia Islámico palestino, Hamas, entre otros), concurre a las elecciones, participa en gobiernos legalmente establecidos, etc – es desviado y por ello pecaminoso, y los más radicales persiguen incluso la eliminación física de quienes lo asumen. Y esto es así aunque en ocasiones los islamistas moderados les hagan el juego a los radicales en términos de apoyar o de impulsar algunas de sus prioridades. Cuántas veces los islamistas radicales, yihadistas salafistas en su inmensa mayoría, han perseguido e incluso eliminado a moderados, en lugares lejanos entre sí como son Argelia, Irak, Somalia, Afganistán o los Territorios Palestinos, entre otros.
 
Este dinamismo terrorista en diversos escenarios del orbe islámico nos lleva a rebatir el tercer y último axioma muy manido también en estos días, en especial a partir de que el 16 de junio se conociera oficialmente la designación de Al Zawahiri. Abundan los expertos que afirman que la forma de consolidarse del cirujano egipcio en el liderazgo de Al Qaida será a buen seguro la realización de un gran atentado. Ello nos llevaría inexcusablemente a una doble conclusión: la primera, que sin dicho gran atentado la fortaleza de la nueva Al Qaida y de su líder es más que discutible; y, la segunda, que pasando las semanas sin que dicho gran atentado se produzca podemos despreocuparnos y apoyar ciegamente tesis tan suicidas como las basadas en aseveraciones como que el fin del conflicto afgano es ya una realidad, que casi no hay operativos de Al Qaida en dicho escenario y que, en consecuencia, es preciso evacuarlo cuanto antes. El que el propio Al Zawahiri haya amenazado con otro 11-S no es sino parte de su verborrea – recordemos que una cincuentena de vídeos del ahora número uno confirman su afición por la propaganda, en la que abundan los excesos verbales que sin duda son reflejo de su deseo de actuar “a lo grande” en cuanto se pueda – pero ello no quiere decir que desprecie las acciones “pequeñas”. Antes bien, la abundancia de estas en muy diversos frentes no es sino una victoria pues muestra la gran diseminación a escala global de la ideología de combate del yihadismo salafista. Además, la verborrea del propio Al Zawahiri, y ahí está su vídeo de veintiocho minutos de duración hecho público el 8 de junio, tan sólo una semana antes de que se hiciera oficial su ascenso a la jefatura de Al Qaida, hay que tomársela como lo que es: una combinación de directrices para ser seguidas o para servir de inspiración, por un lado, y un florido aderezo de comentarios más o menos inspirados pero con frecuencia chocantes, como lo era en ese caso su predicción de una “rebelión musulmana” que va a tener lugar en suelo estadounidense cuando renazca en él el yihadismo. La obsesión anti-estadounidense tanto de Al Zawihiri – quizás heredada de Sayed Qutb, otro egipcio que fue el gran inspirador de la radicalización de los Hermanos Musulmanes, quien vio intensificarse su yihadismo precisamente tras una estancia en los EEUU – como de Bin Laden parece patológica pero es debida a su análisis de la realidad del mundo islámico y de cómo afecta a este el papel de la hoy única superpotencia. Es por ello que soñar con una “rebelión musulmana” de latinos y afroamericanos conversos al Islam en su propio suelo es recurrente, y así lo acaba de confirmar el análisis de los escritos de Bin Laden encontrados en Abbottabad.
 
Sería muy esclarecedor preguntarles a las familias de los centenares de víctimas del terrorismo yihadista salafista ejecutado en las últimas semanas en Irak, Somalia o Pakistán qué es un “gran atentado”. Parece ser que para algunos un “gran atentado” debe de ejecutarse en suelo occidental o tener como víctimas a centenares o miles de personas, preferentemente también occidentales. Quizás dichos analistas consideren los atentados suicidas de Londres, en julio de 2005, o los anteriores y también suicidas de Casablanca, en mayo de 2003, como “grandes atentados” porque ya están inventariados en el listado de las acciones yihadistas clásicas, y recordemos ahora que “tan sólo” murieron una cincuentena de personas en cada uno. Pero no entendemos muy bien por qué la acción en la que más de 80 personas fueron asesinadas el 13 de mayo en el ataque contra unas instalaciones militares en Peshawar, y es sólo un ejemplo de muchos, no puede ser calificada también de “gran atentado”. Esperemos que no sea porque para dichos analistas la violencia en Pakistán constituye una realidad aparte, y esperemos también que tales analistas o parte de ellos no consideren que las contradicciones en suelo paquistaní son las propias de una guerra clásica, porque indudablemente no lo son. Pakistán no es escenario de una guerra tradicional sino que en dicho país actúa un terrorismo atroz, en buena medida dinamizado por Al Qaida, que a su vez ha alimentado un radicalismo que es el resultado más tangible de la actuación de “La Base” en los diversos escenarios del mundo que han tenido la desgracia de ponerse en su punto de mira.
 
Finalmente, la mayoría de los analistas que aún se ocupan de estudiar los efectos de la muerte de Bin Laden constatan que no ha habido grandes manifestaciones de dolor por su muerte en el mundo árabo-musulmán, que las revueltas democratizadoras árabes son mucho más importantes y que son ajenas al yihadismo salafista, y que las huellas de Al Qaida sólo se visualizan en rincones marginales del orbe islámico. Desde nuestro punto de vista, el que haya manifestaciones o no poco importa – y, como en todo, si se hace inventario de estas o se constata que muchos radicales paquistaníes priorizan como su máxima referencia el ejemplo de sacrificio y entrega de Bin Laden sí habría que preocuparse – pero sí importa destacar algo en lo que a las revueltas árabes respecta. Estas últimas pueden tener y tienen un componente esperanzador en lo que a la búsqueda de una vida más digna y libre respecta, pero también abren incógnitas sobre qué fuerzas se harán finalmente con el control en sus diversos escenarios – hoy todos ellos abiertos, incluso en Túnez y Egipto – y coadyuvan a crear un escenario que, este sí, es atractivo para los yihadistas salafistas: los vacíos de poder generados son ideales para poder actuar, con miles de armas diseminadas, cientos o miles de presos liberados, guerras abiertas en marcha (en Libia comienzan a caer civiles como daños colaterales y la Coalición se resquebraja, lo previsible en una guerra civil tribal en la que no había que haberse involucrado) y servicios de seguridad y agencias de inteligencia descabezados y desconectados. Por otro lado, para rebatir aquello de los lugares marginales del mundo islámico como muestra varios botones: en Afganistán podemos perder (la OTAN y sus asociados en la Coalición) una guerra y el santuario paquistaní no hará sino deteriorarse aún más, en Somalia piratas y yihadistas nos muestran a diario nuestra ineficacia, en el Magreb y el Sahel unos cuantos secuestros nos ponen de rodillas extorsionándonos y alimentando el terrorismo local, en Yemen los diversos conflictos que se superponen y el vacío de poder dejado tras la marcha del Presidente Alí Abdullah Saleh a Arabia Saudí deja el terreno abonado para Al Qaida, en Irak los fondos de reconstrucción desaparecen y la frustración y la inestabilidad aumentan, y en Egipto o en Nigeria nada es más fácil que alimentar los choques interreligiosos que generan muerte y enrarecen la convivencia presente y futura entre comunidades. Es la constatación, una vez más en la Historia, de que la estrategia del débil al fuerte funciona cuando el primero está bien motivado y el segundo bien confuso.


 
 
Carlos Echeverría Jesús (Madrid, 26 de marzo de 1963) es Profesor de Relaciones Internacionales de la UNED y responsable de la Sección Observatorio del Islam de la revista mensual War Heat Internacional. Ha trabajado en diversas organizaciones internacionales (UEO, UE y OTAN) y entre 2003 y 2004 fue Coordinador en España del Proyecto "Undestanding Terrorism" financiado por el Departamento de Defensa de los EEUU a través del Institute for Defense Analysis (IDA). Como Analista del Grupo asume la dirección del área de Terrorismo Yihadista Salafista.