No es la inmigración sino la ilegalidad

por Pablo Kleinman, 29 de junio de 2006

(Publicado en El Iberoamericano, 21 de junio de 2006)

En el candente debate acerca de la inmigración ilegal en los Estados Unidos ha habido mucha retórica pero poca comunicación y un muy pobre intercambio de ideas y opiniones. Se trata de una cuestión que genera emociones muy fuertes en vastos segmentos de la sociedad, pero esto no debería servir como excusa para justificar argumentos esencialmente emocionales y carentes de un criterio racional. Y son estos criterios racionales justamente los que brillan por su ausencia en los argumentos esgrimidos por gran parte de mis colegas hispanos.

Suelo leer y escuchar con frecuencia, particularmente en medios en español en los Estados Unidos, acerca de un movimiento o de personajes a los que se describe como “anti-inmigrante”. Lo cierto es que si bien hay pequeños grupos de “ultras” de todos los colores, tanto políticos como étnicos, que han expresado puntos de vista extremistas sobre la cuestión migratoria, no existe un movimiento antiinmigrante en los Estados Unidos ni se ha utilizado retórica anti-inmigración en el debate central sobre esta cuestión.
Existe un movimiento anti-inmigración ilegal pero sus principales voceros siempre hablan de las bondades de la inmigración y del aporte positivo que ésta ha hecho al país. Por lo tanto no se trata de personajes que se oponen a la inmigración sino a la ilegalidad y referirnos a éstos como anti-inmigración es faltar a la verdad y descalificar injustamente lo que dicen.

El problema central del debate sobre la inmigración ilegal o “no autorizada” no tiene nada que ver con inmigración y todo que ver con el respeto a la ley. Quienes impulsan una legislación que penalizaría la inmigración ilegal no se oponen a la inmigración, sino a la violación sistemática de las leyes federales o lo que es aún peor, a la no aplicación, de manera selectiva, de las leyes correspondientes al caso.

Si hay algo que ha caracterizado históricamente a los Estados Unidos, además de su generosa política migratoria, y que ha sido responsable de su éxito y de su atractivo a potenciales inmigrantes, es que este es un país adonde rige un estado de derecho y se respetan las leyes. El estado de derecho, que se traduce directamente del inglés como “imperio de la ley”, es uno de los valores elementales en esta tierra que cuenta con alrededor de la mitad de todos los abogados del planeta. La noción de la aplicación estricta y uniforme de las leyes es uno de los pilares fundamentales de esta sociedad y beneficia al conjunto de la población.

Durante las pasadas dos décadas, los Estados Unidos recibieron alrededor de un millón de inmigrantes legales al año, lo que constituye la mayor cifra para cualquier país del mundo a lo largo de la historia. Al haber mecanismos legales y millones de personas que año a año se han adaptado a éstos e inmigrado legalmente, es insensato decir que la inmigración ilegal es producto de la falta de disposiciones que permitan el ingreso legal de quienes quieren habitar el suelo estadounidense. La diferencia principal es que mientras que millones de inmigrantes han ingresado por los canales legales y esperando su turno, millones de otros se niegan a esperar su lugar y optan por ingresar ilegalmente. Esta violación de la ley no debe ser ignorada y, mucho menos, recompensada.

Los hispanos de los Estados Unidos somos concientes de la importancia del estado de derecho. Es precisamente éste, uno de los motivos principales que hacen tan atractiva a esta sociedad, en contraposición a la arbitrariedad e ilegalidad que son prácticamente la norma en la mayoría de nuestros países de origen. Por ese motivo, es importante que defendamos la aplicación de la ley por sobre nuestros intereses sectarios y que promovamos un debate abierto y honesto acerca de la inmigración ilegal, evitando los golpes bajos y las acusaciones infundadas.

Pablo Kleinman es Director General del periódico de opinión El Iberoamericano (www.eliberoamericano.com).