Nacionalismo: un elefante de papel

por Óscar Elía Mañú, 10 de noviembre de 2017

Publicado en La Gaceta, 9 de noviembre 2017

 

Conforme pasan las semanas, la crisis catalana va mostrando su verdadera dimensión, y lo hace con no pocas sorpresas y no pocos acontecimientos chuscos y lamentables.

A nivel político, el espectáculo oscila entre lo patético y lo cómico, con los dirigentes nacionalistas redactando documentos como trileros, combinando las bravuconadas con el victimismo, las huidas a escondidas con las llamadas al heroísmo. Ni un solo dirigente nacionalista ha mostrado al menos coherencia, fortaleza, sacrificio. Los dirigentes del PdCat, de ERC o de las CUP demuestran que la pétrea imagen del nacionalismo esconde las carencias políticas, ideológicas y morales de sus dirigentes. Basta usualmente un mínimo de resistencia a sus exigencias, para que la descomposición se adueñe de sus filas.

A nivel institucional, el entramado nacionalista puesto en marcha durante años por los políticos secesionistas, mostrado año tras año en las diadas independentistas, ha resultado insuficiente. Ni tras el referéndum, ni tras la astrosa DUI, ni tras la aplicación del 155 ha sido el movimiento nacionalista capaz de proporcionar el apocalíptico escenario con el que amenazaban a Madrid. Más aún, si este triste asunto ha movilizado a alguien, ha sido a los movimientos cívicos españolistas y democráticos que han arrebatado el control de la calle al nacionalismo: el estupor de Òmnium cultural y de la ANC ante esta revuelta es muestra de su debilidad.

Por fin, a nivel social, el desarrollo de la crisis catalana ha puesto de manifiesto la existencia de una abrumadora mayoría no nacionalista pasiva, que tan pronto como se ha asomado a la calle ha cortado de raíz las esperanzas secesionistas. Sin el esfuerzo organizador nacionalista, con una asombrosa facilidad y espontaneidad,las manifestaciones constitucionalistas salen periódicamente a la calle, barriendo las pretensiones nacionalistas. Uno y otros han descubierto lo obvio: que quienes están dispuestos a luchar por la independencia catalana, aceptando los costes y los sacrificios necesarios para fundar una nación, son una minoría marginal, mal cohesionada y con escasa fortaleza moral.

La huelga general del día 8 de noviembre muestra con asombrosa claridad este carácter agresivo y minoritario del nacionalismo catalán: unos centenares, a lo sumo un puñado de miles de secesionistas ocupando centros de transporte; unos centenares de estudiantes espoleados por sus profesores ocupando con botellones las calles y plazas; y una afluencia masiva de periodistas dispuestos a captar la violencia televisada que proporciona share y materia para las tertulias. Eso es todo.

El nacionalismo catalán es un elefante de papel: era pretendidamente grande, pesado y amenazador, pero ha resultado débil, dubitativo y huidizo. A las primeras de cambio, con un par de manifestaciones, una docena de detenciones y un discurso real se ha sumido en las dudas y las vacilaciones, cuando no en la huida y aún en la traición entre los suyos. Pocas veces la historia da la oportunidad de asestar al enemigo el golpe definitivo que lo deje definitivamente fuera de combate durante años.

Sin embargo, el Gobierno de Rajoy se mantiene en la ficción de la fortaleza nacionalista y actúa como si éste siguiese siendo inVencible. Por un lado continúa buscando un nuevo Pujol que permita seguir mercadeando mayorías y alcanzando los mismos acuerdos que han permitido al nacionalismo lanzar la ofensiva final del 1 de octubre. La obsesión de Rajoy por buscar nacionalistas para volver “a la legalidad” choca con la cuestión evidente de que, justo desde esa legalidad, se ha llegado al punto de ruptura de 2017, pero eso no impide la búsqueda de un acuerdo al precio que sea. Se constata con cierta facilidad, que la más de las veces el Gobierno tiene más miedo a los golpistas que los golpistas al Gobierno.

También ve fortaleza donde no la hay, en el entramado antidemocrático que desde medios de comunicación a televisiones, asociaciones “culturales” y organizaciones de todo tipo parasitan la economía y la vida social catalana. La aplicación del 155 se caracteriza por dos aspectos: por ser limitado en su extensión, y por ser extremadamente breve en su duración. Se ha reducido a las áreas institucionales mínimas necesarias para la convocatoria de elecciones el 21D y sólo hasta el 21D, con la esperanza de que las cuentas sean entonces propicias para el constitucionalismo. A tal fin, Rajoy ha evitado intervenir todo aquello que no sea estrictamente necesario para la cita electoral, y ha obviado en todo caso pensar en el 22D.

No sabemos que pasará el 21D, si el resultado llevará la derrota nacionalista o a un nuevo impulso secesionista, en el caso de que éste obtenga la mayoría necesaria. La apuesta es suicida, sumamente imprudente en la medida en que no es la Generalitat, ni siquiera el gobierno del marianosorayismo lo que está en juego en las urnas, sino el inicio de la desmembración política de España. Rajoy ha ligado la unidad nacional al resultado de unas elecciones autonómicas, de resultado más que incierto puesto que la suma de escaños es, en todo caso, una incógnita sin certeza posible.

Pero sí que tenemos ya una certeza para el 22 de diciembre: ese entramado nacionalista que ha desembocado en esta crisis permanece intacto, emboscado en las instituciones y organismos públicos catalanes, a la espera en todo caso de la siguiente oportunidad. Las circunstancias de este otoño han mostrado que el elefante nacionalista carece de la fortaleza necesaria, y sus errores invitaban a cualquier gobernante a perseguirlo y abatirlo definitivamente en vez de afeitarle los colmillos.

Pero el tándem Rajoy-Soraya se muestra insensible o impotente para afrontar una tarea ardua y difícil. Más que desmantelar este movimiento, construido con paciencia durante las dos últimas décadas, Moncloa se siente más cómoda centrándose en la legalidad de la convocatoria del referéndu, o la legalidad de la declaración o no de la DUI. Pero la ruptura de la ley que tan histérico pone a nuestro Gobierno se ha gestado ilegalmente ante la legalidad de las últimas décadas. Rajoy y Saénz de Santamaría prefieren actuar a corto plazo y de manera superficial, actuando sobre el obstáculo inmediato y evitando afrontar sus verdaderas causas.