Marruecos: Paz y Amor

por Rafael L. Bardají, 4 de diciembre de 2010

 

(Publicado en La Gaceta, 4 de diciembre de 2010)
 
“A Marruecos hay que darle mucho amor”. No lo decimos nosotros, es la frase con la que se descolgó la Ministra Trini Jiménez en la reunión anual del Real Instituto Elcano, ese organismo que sobrevive como apéndice del gobierno zapatero y gracias a la extorsión sobre las empresas que se ven obligadas a “colaborar” con él. Ya no cabe justificarse en que su presencia en manifestaciones en defensa del pueblo saharaui son de hace un par de años. La frasecita de marras ha sido pronunciada justo esta semana, tan sólo días después de la barbárica actuación de las fuerzas marroquíes contra el campo de refugiados en las afueras de El Aiun. Ya no hay distancia temporal que lo justifique.
 
Ahora bien, el amor que motiva a Trinidad Jiménez parece ser un amor no correspondido. Lejos de adoptar una actitud conciliadora habida cuenta de la compresión manifestada una y otra vez por el gobierno socialista español, Rabat no ha hecho sino envalentonarse y arremeter contra España. Primero, cosa inaudita, orquestando una manifestación en contra del Partido Popular de Mariano Rajoy, quién más callado no ha podido estar hasta fechas muy recientes; segundo, amenazando a las ciudades españoles de Ceuta y Melilla.
 
La desgracia no es que Marruecos recurra al chantaje y la amenaza. Cualquiera que haya seguido la política de ese reino, con Hassan II o con su hijo, Mohamed VI, sabe que Marruecos siempre aspira a sacar tajada de la debilidad de España. Cuando nuestro país es percibido por el vecino del sur como débil y sin apoyos internacionales, saca pecho y actúa. Así ocurrió la “marcha verde”, con un Franco yaciente y volvió a ocurrir en las postrimerías del felipismo, cuando el gobierno del PSOE de entonces se mostró dispuesto a sentarse en un foro de negociación sobre el futuro de las ciudades de Ceuta y Melilla. Todo un augurio de lo que, luego, defendería abiertamente el embajador socialista Máximo Cajal: que las dos ciudades españoles en el Norte de África no debían seguir siendo españolas.
 
La única equivocación marroquí tuvo lugar en Perejil. Aznar quiso arreglarlo por la vía diplomática pero al final tuvo que resolverlo por la fuerza. Y Marruecos se achantó. No en balde el entonces presidente del gobierno le había dicho al rey Hassan II cuando éste le sacó el tema de la españolidad de Ceuta y Melilla: “Mientras España sea más fuerte que Marruecos, Ceuta y Melilla serán españolas”. El asalto sobre Perejil, al alba incluido, fue la manifestación de “la doctrina Aznar”.
 
El problema de España ahora es que Marruecos le tomó rápidamente las medidas a Zapatero y sabe que no es, ni mucho menos, José María Aznar. En algún cable de Wikileaks seguro que se habla de la política de “rendición preventiva” del actual ejecutivo español. Ante el menos susto, nos bajamos los pantalones. O las faldas. Y no puede ser porque dependamos de Marruecos para nuestro comercio o para el suministro de energía. Si fuera por razones económicas deberíamos ser pro-argelinos en todo caso. Como por razones de estrategia e interés nacional deberíamos ser pro-saharauis no por un vecino sureño que sólo aspira a aprovecharse de nosotros a la menor ocasión.
 
Si este gobierno lo fuera de verdad y quisiera cumplir con la primera de sus obligaciones, a saber, garantizar la seguridad de todos los españoles, debería estar ya camino de Ceuta y Melilla y no contentarse con haber enviado a los reyes de gira turística. Hay que enseñarle los dientes a Rabat y hacerle comprender que el camino de las amenazas no le puede conducir a ningún buen puerto. ¿Por qué no nombramos a un buen saharaui embajador español ante Marruecos?