Magreb. Libia dando tumbos
El riesgo de disgregación del endeble Estado libio crece tras la decisión tomada el 6 de marzo por un consejo de 3.000 líderes locales y jefes de milicias en Bengasi, de proclamar un Consejo Regional de Transición que permita a la Cirenaica salir de la marginación endémica respecto a Trípoli. Esto, unido a la omnipresencia de milicias bien armadas, eclipsa los análisis buenistas sobre la normalización tras el derrocamiento de Muammar El Gadafi. Además, algunos contenidos de la nueva ley electoral aprobada por el Consejo Nacional de Transición (CNT) en febrero sirven para desdecirles de nuevo.
Otro de los contenidos de riesgo de la ley electoral recién aprobada es el que impide el voto a los miembros de las Fuerzas Armadas, algo difícil de comprender en un país en el que estas eran reducidísimas en la época de Gadafi y lo siguen siendo hoy, y donde lo que sí abundan son milicianos descontrolados a los que sí se les permitirá el ejercicio del voto. Con ello no se reducirá el papel de los grupos armados en la política, pues se excluirá del proceso a unas Fuerzas Armadas más que simbólicas, que además ya fueron purgadas en buena medida durante los meses de guerra civil y en la inestable posguerra iniciada formalmente a fines de octubre, y sí se les permitirá participar en cambio a los miembros de milicias y falanges varias, que ni se han desarmado ni piensan hacerlo.
En un país desvertebrado donde no existe tradición alguna de partidos políticos, y donde la ficción del Libro Verde de Gadafi quería hacer creer que la intrincada red de consejos y comités populares repartía el poder de forma igualitaria "siendo cada libio Presidente", el riesgo ahora es que las milicias se transformen en "partidos políticos" generando así un mapa de transición profundamente insalubre. Podría recordarnos rémoras como las que hemos visto y vemos en Líbano, con partidos/milicias y milicias/partidos; en Irak, donde sin milicias de relieve poco puede hacerse y donde la desintegración del país es una amenaza permanente; o en Afganistán, donde tras una década de intentos de normalización son señores de la guerra y no líderes políticos los que concurren a las ficciones electorales.