Los judíos en el gueto democrático

por Juan F. Carmona y Choussat, 13 de septiembre de 2013

(Publicado en la revista Aurora, 3 de septiembre de 2013)

 

La palabra gueto procede del italiano ghetto, por el original barrio de Venecia en el que se asentaron miles de judíos en los siglos XVI y XVII procedentes de las diversas expulsiones que habían sufrido en su larga diáspora. Entonces el fundamento de su separación de la sociedad era primordialmente su religión y sus costumbres, junto a la razón de estado que no concebía súbditos ajenos a la cristiandad y las incipientes formaciones nacionales. Hoy, cuando los países democráticos y liberales toleran la existencia de sociedades heterogéneas, los judíos no tendrían porqué habitar guetos de ningún tipo. Sin embargo, no es así.

Como ha escrito Michel Gurfinkiel en la revista judía-americana Mosaic acerca de la situación en Europa y particularmente en Francia, y como demuestra en otro plano el aislamiento de Israel en un Oriente Medio repleto de tiranías inestables, no es desmesurado hablar de la soledad de los israelitas en un mundo acaso no tan hostil como el medieval o proto-moderno, pero en ningún caso acogedor. Otro elemento desalentador es la evolución de la política exterior del gobierno de los Estados Unidos, el país donde más judíos han vivido en el siglo XX. Su retirada (poco) estratégica, o en engañosa formulación obamista “liderazgo desde atrás”, amenaza con profundizar al menos el gueto de Israel, cordero rodeado de lobos sin que ningún Isaías venga a reconciliarlos.

Así que cuando los judíos se aprestan a celebrar el tránsito al año 5774 desde la Creación del mundo es de nuevo oportuno reflexionar sobre el significado del gueto. Los tradicionales valores liberales que permitieron convivir con los judíos a las demás naciones se están erosionando interna y externamente abandonando al pueblo elegido a la más extraña de las soledades como su principal representante. No es casual que los momentos en que los judíos e Israel han sufrido más a lo largo de la historia sea cuando los demás pueblos han renunciado a su vocación occidental y liberal para caer en tiranías y totalitarismos. ¿Cuál es pues el gueto en que se encuentran los judíos que habitan Occidente y cuál el aislamiento al que queda confinado Israel? ¿De qué manera pueden borrarse las fronteras de separación para que los judíos no queden marginados por su bien y por el nuestro propio?
 
Europa, sólo se vive dos veces

En su convincente y documentado análisis Gurfinkiel cuenta la historia reciente del judaísmo europeo, especialmente francés no sólo por su condición de tal, sino por ser el país europeo que más judíos acoge. Tras la espeluznante tragedia del Holocausto, relata Gurfinkiel, los hebreos que habían sobrevivido en Europa gozaron de una segunda oportunidad, de ahí el título del ensayo: la posibilidad de vivir dos veces. De salir de la más atroz de las situaciones para poder existir y prosperar en una Europa que alumbraba un sueño de democracia y libertad. Este afán estaba avalado por los americanos que se habían convertido en el poder hegemónico benigno, llevando tras sus marines liberadores el Plan Marshall, la OTAN y la OCDE, como piedras de la reconstrucción de Europa.
Este nuevo orden mundial no iba a ser para siempre. El escritor francés localiza el punto de inflexión en la decisión de de Gaulle en 1967, en las vísperas de la Guerra de los Seis Días, de adoptar la pose neutral de un embargo de armas a Oriente Medio, cuando entonces el único aliado al que se vendían era Israel. Francés hasta la médula, Gurfinkiel no acaba de culpar a de Gaulle pero desliza la interpretación de que el antisemitismo tradicional del pasado, del que de Gaulle había huido en sus años de madurez, sufría una recaída con el avance de la edad. Como de Gaulle a su vez marcó la política nacional de manera decisiva, esta nueva posición se convirtió desde entonces en el régimen general subsidiario de los gobiernos de izquierda o derecha en Francia y, dada la relevancia de Francia en la formación de la política exterior europea hasta tiempos recientes, se incorporó también como la posición por defecto de la Unión europea hasta hoy mismo.
Con todo, el sueño de la segunda oportunidad, equivalente al menos al periodo de historia judía conocido como Emancipación a finales del XVIII y el XIX, llega hasta la caída del Muro en 1989 e incluso hasta el año 2000. Desde entonces ha variado por dos razones. La primera es la decadencia de la idea europea, mal servida por el burocratismo de la UE y por su decaimiento económico. Aunque se ponen ahora las bases para detenerlo precisamente bajo la dirección alemana que sustituye al tradicional eje franco alemán responsable de los avances europeos tras la II Guerra Mundial, Gurfinkiel no destaca este hecho. La segunda razón es el cambio demográfico.

Si hasta los años 70 la natalidad europea, y especialmente francesa, era vigorosa, ha dejado de serlo. Viene siendo sustituida por la inmigración musulmana, con un gran potencial demográfico. Sin embargo, este Islam europeo cuenta en sus filas con crecientes radicalismos antitéticos con lo que ha hecho a Europa grande: la democracia liberal, la sociedad abierta y, con ellas, la aceptación de los judíos.

El resultado es el debilitamiento de los valores morales de la democracia liberal hasta el punto en que son incapaces de sostener el sustrato cultural e ideológico que dio lugar a la época de mayor progreso y civilización en Europa. Concluye con el temor de que a esta época propicia le haya llegado la fecha de expiración. Marcaría el momento en el que los judíos, generalmente hábiles perceptores de los signos precursores de esta, hubieran de buscar un nuevo exilio.
 
El “hegemón” benigno ausente

Ese idilio europeo había sido posible sólo gracias a la dominación americana. Los Estados unidos se habían convertido, con sus ideales democráticos y liberales no sólo en el modelo que Fukuyama juzgaría como definitivo en la historia, sino en el modelo de convivencia y tolerancia a seguir en Occidente. Llegado un momento todos los presidentes americanos: desde los muy progresistas Roosevelt (adorado por los
 
judíos, que llegaron a decir en Yiddish que había tres mundos o veltn: die velt, este mundo, yenner velt, el mundo futuro y Roosevelt) o Truman, hasta los más conservadores como Reagan o Bush hijo, estarían convencidos de la idea de Estados Unidos como una fuerza para el bien en el mundo. En los términos del progresista neoconservador, valga la aparente paradoja, Nathan Glazer, escribiendo en Commentary en 1976: “Si (los Estados Unidos) se ven como un buen país y un país fuerte la manera en que diría que se veían abrumadoramente los americanos digamos entre 1945 y 1965 y si son vistos por los demás del mismo modo, estarán confiados en desarrollar un papel dominante en el mundo. Si se ven a sí mismos como buenos pero débiles (una idea actual entre nosotros), o como malvados y fuertes (otra), o como malvados y débiles, habrá una tendencia a retraernos y retirarnos”.
Lo que nos lleva a la presidencia de Barack Obama. Obsesionado con diferenciarse de Bush desde el inicio, salvo por la necesaria defensa muy concreta contra Al Qaeda, Obama no ha sabido ser ni un presidente asimilable a Truman o Kennedy (“pagaremos cualquier precio, soportaremos cualquier carga (…) para garantizar la supervivencia y el éxito de la libertad”) por su ausencia de idealismo en política exterior, ni semejante a Nixon o Ford por su incapacidad para crear una estrategia de retirada inteligente al modo en que lo hizo Kissinger. Viendo en el fondo a América como fuerte pero malvada y rechazando incluso desempeñar una política de poderes propia de la mentalidad de la Guerra Fría (realpolitik), ha llevado su país al retraimiento. Pero si lo cierto es que Estados Unidos es “un buen país y un país fuerte”, como creía Glazer, entonces su ausencia no será un bien, sino un mal.

Y es difícil contemplando el panorama de los últimos meses en Oriente Medio calificar como un bien este abandono del paradigma de la Pax Americana vigente desde la II Guerra Mundial. El analista Walter Russell Mead, que se confiesa votante de Obama en 2008, afirma en el The Wall Street Journal que la que considera bienintencionada política del presidente en Oriente Medio ha concluido en un rotundo fracaso. Llega a comparar la situación presente con el “tohu wabohu” con el que la Biblia Hebrea describe el universo antes de que Dios lo pusiera en orden: caos y tumulto. Es difícil discrepar.
Sí, se ha promovido un nuevo proceso de negociación para Israel y la Autoridad Palestina, pero ese mero movimiento personalizado en el secretario de Estado John Kerry contrasta como un sarcasmo cuando se compara este “conflicto” con los más de cien mil muertos en Siria y sus innumerables refugiados, la extensión de esa guerra más allá de las fronteras hacia el Líbano o Irak en donde se recrudece la violencia sectaria sin que la controlen ya los americanos, la inestabilidad en Egipto donde la opción democrática ha sido truncada por el deliberado antiliberalismo y persecución de las minorías del gobierno de la Hermandad Musulmana, o con la implicación más que inquietante de Irán en la zona a través del grupo terrorista Hezbolla o directamente ayudando al régimen de Asad, su tradicional peón en la zona.

Quizá quien lo ha descrito mejor es Vali Nasr, un antiguo colaborador con la Administración Obama, según cita Elliott Abrams en su artículo “La presidencia del ciudadano del mundo” en la publicación americana Commentary: América aparece como “arrastrada por los europeos para terminar con la carnicería en Libia, abandonando Afganistán a un futuro incierto y resistiéndose a asumir un papel dominante en acabar con la masacre de civiles en Siria… Ha desaparecido el deseo exuberante de América por liderar el mundo. En su lugar emerge la imagen de un super-poder cansado del mundo y en retirada.”
 
Salir del gueto

Por tanto, el gueto al que quedan condenados los judíos, en Israel o fuera, es el liberal democrático, si quienes hasta ahora lo sostenían con ellos, abandonan sus principios. La manera que tienen los hebreos de no dejarse confinar es volver a convencer a los justos de entre los gentiles de la bondad original de sus convicciones. Dicho de otro modo, de que volvamos a ser fieles a nosotros mismos. O para ser aún más gráfico, en términos bíblicos, de que no nos convirtamos en infieles idólatras.
Gurfinkiel recuerda en su escrito sobre Europa una distinción del líder sionista
Jabotinsky entre el antisemitismo de las personas y el antisemitismo de las cosas. Frente al primero, algo se podía hacer mediante la fuerza de la convicción y el poder de la razón; pero el segundo, vinculado a factores sociales, el peso demográfico y a una dura, obstinada y arraigada ideología, es otra cuestión.
Y sin embargo la única solución cuando es oportuno celebrar un nuevo año de esa Creación que su propio Creador asumió como buena, aunque ante el comportamiento humano hubiera de enviar el Diluvio y a Noé como primer redentor del pecado original, es salir del gueto.

Aunque los argumentos de Gurfinkiel son válidos y la situación que describe real; aunque no hay nada más cierto que la tendencia del gobierno americano a la retirada y los judíos están pues amenazados con el gueto democrático y liberal al que han sido fieles dentro y fuera de Israel, no cabe resignarse al fatalismo del antisemitismo de las cosas. Ha sido demasiado difícil reconstruir Europa y construir Israel como lugares que puedan considerarse un hogar para los israelitas y no nos despertaremos mañana con una América que haya dejado de ser una casa acogedora para los judíos. Los acontecimientos del presente sirven como advertencia de lo que nunca debemos tolerar y como aliciente a hacer lo imposible por conservar un mundo occidentalizado en el que el judío no vuelva a ser errante ni marginado.
 
* El Prof. Juan F. Carmona Choussat es licenciado y doctor en Derecho cum laude por la UCM, diplomado en Derecho comunitario por el CEU-San Pablo, administrador civil del Estado, y correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación. Es, además, miembro del Grupo de Estudios Estratégicos de España.