Los fantasmas del pasado sobrevuelan Ucrania

por Marta González Isidoro, 18 de marzo de 2014

 Ucrania es el mayor cementerio de Europa. Las almas que allí descansan no reciben la visita habitual de familiares, ni huelen el aroma de las flores que sus seres queridos depositan con mimo en sepulturas que llevan grabado su nombre. Allí no hay lápidas ni cementerios que recuerden quienes eran ni cómo vivieron. Porque sus restos no fueron jamás identificados y su memoria duerme esparcida en el silencio del anonimato. Babi Yar, Lvov, Tarnopol, Brzezany, Zolochev, Kremenets, Kharkov, Kiev, Nikolayev, Kherson, Bilke, Simferopol, Sebastopol, Feodosiya… Cientos de fosas comunes repartidas por todo el territorio ocultan la vergüenza de una ideología que sacrificó la vida de más de tres millones de personas en un pasado no muy remoto. Un millón de ellas, judías. Un tercio de su población durante la Segunda Guerra Mundial. En este país de 45,59 millones de personas, hoy apenas quedan 360.000 judíos repartidos principalmente por las grandes ciudades: Kiev, Dnipropetrous, Jarkov, Odessa y Sinferopol. 

En riesgo de colapso civil desde que el 22 de febrero el Parlamento de Kiev destituyera al hasta entonces Presidente del país, Víctor Yanucovich, las regiones del Este y del Sur, de mayoría rusa, no reconocen la legitimidad del gobierno interino encabezado por Arseni Yatseniuk. Para Rusia, la ruptura del Acuerdo de Reconciliación y la salida forzosa de Yanucovich del Gobierno y del país fue fruto de un golpe de Estado. Para las potencias occidentales, que rápidamente se apresuraron a reconocer como interlocutores a los líderes de Euromaidan, se trató, simplemente, de una revolución popular consecuencia del descontento contra la corrupción, abuso de poder, robo, expoliación y apropiación arbitraria de negocios por parte de las estructuras vinculadas a la oligarquía del régimen anterior. El envío de tropas a Crimea por parte del Presidente ruso, Vladimir Putin, y del deseo de esta región autónoma de decidir soberanamente mediante referéndum su independencia de Ucrania y su posterior federación a Rusia, no ha hecho sino complicar la situación.
 
Más allá de las implicaciones geopolíticas del conflicto, que las hay, y de la necesidad de encontrar una solución que satisfaga las demandas de las dos partes enfrentadas para que la sangre finalmente no llegue al rio, habría que preguntarse si la intoxicación informativa propia de toda guerra de propaganda no forzó el reconocimiento de un gobierno al que muchos vinculan con posiciones ideológicas extremistas, incluso filonazis. Del mismo modo, teniendo en cuenta que la minoría judía ha sido blanco de ataques esporádicos pero muy significativos estas últimas semanas, convendría desterrar los fantasmas del pasado y confirmar que la integridad de todas las minorías del país está garantizada. Por salud moral de una Europa todavía no reconciliada con su pasado, y por la necesidad de asegurar la continuidad de un modelo de convivencia que parece sostenido con alfileres.
 
Hace apenas un suspiro en el tiempo que factores como el antisemitismo, el nacionalismo, el odio étnico, el anticomunismo y el oportunismo político darían pie a la mayor colaboración producida en la Historia entre una ideología genocida y la población civil normal y corriente. Una colaboración que fue esencial para que la Solución Final y la aniquilación de los judíos de Europa pudiera implementarse. Y en Ucrania, todos esos factores concurrieron a la vez. Los nazis fueron recibidos con entusiasmo por una población que no sólo ayudó a la deportación de los judíos, sino que tomó la iniciativa de incluirse en los batallones de las Waffen SS encargadas de la eliminación sistemática de seres considerados política y racialmente peligrosos. Un eufemismo para referirse en realidad a los grupos objetivo de esos asesinatos sistemáticos: judíos, gitanos, oficiales del PC soviéticos, comunistas y adversarios políticos. Más de 180.000 hombres integrarían estas organizaciones paramilitares y unidades que se convirtieron en auxiliares de policía y guardias de los campos tan despiadados como los propios nazis. La Organización de Nacionalistas Ucranianos (OUN) de Stepan Bandera desahogó su rabia contra los soviéticos aterrorizando, robando y asesinando judíos. De cualquier clase y condición. De cualquier edad. Las cifras son tan escalofriantes que uno no entiende cómo después de la guerra a los supervivientes les quedaron ganas de intentar recuperar sus vidas y sus señas de identidad junto a los vecinos que les habían tratado de aniquilar. Y cómo fueron capaces de perdonarlos. Sobre todo eso. De querer vivir junto a sus verdugos sin guardar rencor.
 
De Lvov -la antigua Lemberg y anteriormente Leópolis -, precisamente el lugar donde los hombres de Stepan Bandera asesinaron en una orgía colectiva a 6.000 judíos en represalia a los 10.000 presos ucranianos ejecutados por los soviéticos antes de la llegada de los alemanes, es Oleg Tiagnobok, el líder de Svoboda. Y también Andrei Parubi, Secretario del Consejo de Defensa y Seguridad Nacional en el gobierno interino.  Ambos líderes fundaron en 1991 la Asamblea Socialista Nacionalista de Ucrania (SNPU) siguiendo las directrices ideológicas del colaborador de los nazis asesinado por el KGB en 1959 y convertido en héroe nacional. El llamado Partido de la Libertad – Svoboda- surgiría en 2004 de una escisión del SNPU. Andrei Parubi acabó en la coalición Batkivshina, de la que también forman parte el primer ministro interino Yatseniuk y Yulia Timoshenko. Los más radicales se diluirían en diferentes grupúsculos hasta confluir en el Pravyi Sektor – Sector de Derecha -, un frente popular antisistema de ideología neonazi, ultraderechista y nacionalista radical capitaneado por Dimitri Yarosh y su lugarteniente para el Oeste, Alexander Muzychko. Yarosh es el vicesecretario del Consejo de Seguridad Nacional y Muzychko el Jefe de Seguridad de Ucrania. Oscuros personajes para un gobierno que se esfuerza por mostrar su cara más amable en Europa y Washington.  
El tiempo no es favorable. El resultado del referéndum en Crimea no ha sido una sorpresa. Crimea y la ciudad de Sebastopol se constituyen en sujetos de la Federación Rusa. La península se vincula a Rusia como República independiente y la ciudad sede de la flota rusa como territorio federal, es decir, autónoma, en el mismo nivel queMoscú y San Petersburgo. Es la vuelta a casa y la restitución de una anomalía histórica, como calificó en su día Mijail Gorvachov la cesión de Crimea a Ucrania en 1954. Aplicación tal cual del derecho a la autodeterminación contemplado por las Naciones Unidas, y difícil panorama para una Europa nerviosa que se aferra al principio de la inviolabilidad de las fronteras y a la legalidad interna para declarar nulo un resultado electoral que amenaza con dinamitar el mapa geopolítico del continente. Crimea es, al fin y al cabo, el triunfo de la nacionalidad frente a la ciudadanía. Y eso tiene graves consecuencias en una Europa que se construye en base a los derechos ciudadanos. Un precedente peligroso a corto y medio plazo porque en la mente de todos están las ansias independentistas de escoceses, corsos, valones, flamencos, catalanes, vascos, rutenos, eslovenos, moldavos y el resto de minorías étnicas y lingüísticas diseminadas por toda Europa. Espacios geopolíticos consensuados y fronteras movedizas donde el nacionalismo y el anticomunismo se mezclan con el avance cada vez más exponencial de un populismo disfrazado de defensor de las señas de identidad y las libertades. Y de rechazo al otro. 
 
La independencia de Crimea es, sobre todo, el triunfo de la estrategia rusa frente a la desorientación de Europa y la retirada de Estados Unidos del liderazgo mundial. Y el desafío pone a prueba el marco de las relaciones futuras entre Rusia y la Unión Europea, pero también las lealtades entre los propios socios comunitarios, que mañana podrían tener problemas similares dentro de sus espacios geográficos. Rusia y la Unión Europea se necesitan, y por ello es altamente improbable que los veintiocho se pongan de acuerdo en la implementación de las medidas sancionadoras que han acordado, más allá de escenificar algunos gestos simbólicos. El presidente ruso, Vladimir Putin, es quien realmente sale reforzado de esta crisis al marcar con claridad sus líneas rojas y defender un espacio vital que coincide prácticamente con las fronteras del corredor polaco-lituano. Ilegal e ilegítima, pero a efectos prácticos, la independencia de Crimea es irreversible.
 
Todavía es pronto para predecir acontecimientos, y aunque no hay amenazas definidas contra ningún grupo étnico, las fuerzas de autodefensa y la Guardia Nacional Revolucionaria vigilan de cerca. Ucrania es un país socialmente fragmentado y económicamente inviable. Su futuro se va a decidir el próximo 25 de mayo, en la medida en que los ucranianos refrenden un gobierno unido, representativo e inclusivo, cercano a Europa y liberal, o aúpen con más fuerza a Svoboda y a Pravyi Sektor.   Europa entera vive con preocupación el auge de la ultraderecha y los nacionalismos exacerbados. De aquí a mayo, debe ser capaz de poner en marcha toda su maquinaria diplomática y financiera de una manera eficaz. Porque si Ucrania opta por los camisas pardas, no sólo estará en juego su integridad territorial, sino también la Seguridad de toda Europa.