Los atentados de Londres

por David Horowitz, 14 de julio de 2005

Por supuesto, todo el mundo sacará de los atentados de Londres lo que ya esté buscando. La izquierda afirma que los atentados demuestran que la guerra de Irak está produciendo el terror, en lugar de luchar contra él, como si los ataques contra los musulmanes (así lo dicta su lógica) fueran de importancia para los terroristas. Saddam y los terroristas han matado a cientos de veces más musulmanes que las fuerzas americanas. Por otra parte, las fuerzas americanas han salvado millones de vidas musulmanas en Bosnia, Kosovo, Somalia, Afganistán y, sí, en Irak. Esto no es una guerra por el tratamiento de América a los musulmanes y nunca lo fue.
 
En primer lugar, la izquierda nunca entendió la guerra de Irak, así que no se puede esperar que comprenda realmente la guerra en Europa. La jihad islámica contra Occidente, para la que Irak no es sino un campo de batalla muy importante, no comenzó en el 2003 con la caída de Saddam. Se remonta a un movimiento musulmán que surgió en Egipto en los años veinte - la creación de la Hermandad Musulmana, cuyo “pequeño libro rojo” era el Corán, interpretado por Hassan al-Banna, Sayyid Qutb y eventualmente por el ayatolá Ruholah Jomeni, el líder del primer estado revolucionario islámico.
 
La jihad islámica contra Occidente comenzó en los primeros días de noviembre de 1989, con la revolución islámica de Irán, que alcanzó el clímax con la toma de los rehenes americanos y el millón de fanáticos en las calles de Teherán cantando “Muerte a América”. Uno de los captores de esos rehenes y líder de esos cánticos es el recién elegido “presidente” del Irán revolucionario. (Esta semana cantaban “Muerte a América” otra vez). La revolución iraní creó a Hezboláh, la organización terrorista que voló por los aires los barracones de los Marines en Beirut en 1983, en muchos sentidos el primer ataque terrorista de la guerra moderna contra nosotros.
 
Uno puede admitir la idea de la izquierda de que la guerra de apoyo americano por liberar Afganistán de la ocupación soviética fue otro campo de pruebas para la jihad islámica. Como es el caso, la invasión soviética de Afganistán fue iniciada al mes siguiente del diciembre de 1979 y, como a los izquierdistas les gusta señalar, fue la guerra de entrenamiento para Osama bin Laden y muchos de los palestinos que siguieron adelante para crear al-Qaeda, Hamas, y otros grupos terroristas islámicos.
 
Por supuesto, a la izquierda no le interesa la historia, a menos que sea para arrancar hechos aislados que pueda retorcer contra América. Así, la izquierda utilizará su “hecho” de Osama para afirmar que América creó a bin Laden y que somos responsables de los ataques contra nuestra patria. (Esto también es exactamente lo que afirman los terroristas). Inevitablemente, cualquiera que sean los hechos que está interpretando, la izquierda termina manifestando que está en guerra contra América. Por otra parte, obsérvela gritando “rastrero” cuando cualquiera señala esta verdad obvia. (¿¿¿Está usted cuestionando mi patriotismo???).
 
El cuento retorcido del Afganistán de la izquierda consiste en varias mentiras en una, pero no hay necesidad de desenmarañarlas aquí. La izquierda que hace este argumento no está interesada en la historia de nuestra guerra a distancia contra los invasores soviéticos, porque básicamente apoyó a la fuerza invasora. Igual que a los radicales de hoy les gusta pensar en sí mismos como “anti-anti-Saddam”, eran anti-anti-Comunista entonces. En la práctica, esto significó que eran el principal apoyo del imperio soviético en Occidente, y de su expansión a naciones vulnerables de su periferia, como Afganistán.
 
Estados Unidos proporcionó entrenamiento y armas a los mujahidínes musulmanes de Afganistán porque su consciencia era avivada por los invasores soviéticos cuyas políticas totalmente devastadoras mataron a un millón de afganos indefensos antes de que la oposición, con la ayuda de América, pudiera detenerlos.
 
Al fabricar su argumento, la izquierda también obvia el hecho histórico trascendental de que la victoria de los mujahidínes, hecha posible por la entrega de misiles por parte de América, no sólo derrotó al Ejército Rojo, sino que accionó la cadena de sucesos que llevaron a la caída del imperio marxista. En otras palabras, el apoyo norteamericano a los mujahidínes liberó eventualmente a un billón de personas al que los camaradas soviéticos de los izquierdistas norteamericanos y europeos habían esclavizado durante 50 y 70 años.
 
Es decir, el apoyo de América a los terroristas palestinos, egipcios y saudíes (Osama entre ellos) que se unieron a la causa de alguna manera fue una mala obra al servicio de una enormemente buena. No fue tan mala por ejemplo, como salvar y armar a su amigo Joe Stalin y a sus carniceros marxistas para derrotar a Hitler, pero fue una igualmente buena. En consecuencia, esos americanos que somos capaces de recordar la historia real, estamos orgullosos de lo que hicimos en Afganistán y no tenemos ningún pesar.
 
Cuando la izquierda culpa a Irak de lo de Londres como si la jihad islámica hubiera sido causada por Irak, no sólo obvia la retórica de los jihadistas (América es el enemigo “como portadora de la cruz”, proclamaba Zarqawi en una fatwa el año pasado) sino que obvia que todos los ataques contra nosotros precedieron a Irak: Mogadishu, el World Trade Center en 1993, el acuartelamiento de Arabia Saudí, las embajadas norteamericanas de África, el USS Cole, el World Trade Center en el 2001, y todos los ataques fallidos, desde los planeados contra los túneles de Lincoln y Holland hasta el complot del milenio diseñado para matar a centenares de miles. El argumento de la izquierda sobre Irak también se contradice a sí mismo, dado que el argumento antes de Londres era que la guerra de Irak era una distracción de la guerra contra el terror. Obviamente los terroristas de Londres no lo creen.
 
La jihad islámica no es una respuesta a la guerra de Irak; es una guerra religiosa cuyos ejércitos comenzaron a formarse en 1989 en Irán y Afganistán y en el West Bank y Gaza. Dado que la jihad no tiene que ver con Irak, sus agendas -- por las que la izquierda nunca se incomoda -- no serán satisfechas por una retirada americana de Irak, o de Afganistán, o una retirada israelí del West Bank. En su lugar, serán estimuladas por ello. Igual que Arafat y los carniceros de las brigadas de al-Aqsa fueron incitados por la debilidad mostrada por Clinton y Barak al ofrecer concesiones a gente que lo quería todo. Cuando tu enemigo está determinado a destruirte, una rama de olivo es vista como debilidad, algo que deberíamos haber aprendido de una vez por todas en Munich, pero que nunca lo hicimos.
 
La jihad islamista está en guerra con las democracias de Occidente en Europa, y Oriente Medio y América, y no hay forma de salir de la guerra sino ganándola.
 
Los atentados de Londres demuestran la locura de los progresistas de buenas intenciones que creen que la tolerancia hacia un enemigo que vive dentro del país de uno persuadirá al enemigo de cambiar de opinión y producirá resultados beneficiosos. La comunidad islámica de Londres produjo más de una mezquita de odio, predicando la guerra contra Gran Bretaña. Los que odiaban eran tolerados. La tolerancia llevó al desastre.
 
La guerra de Irak es una excusa para el fundamentalismo, no su causa; igual que la guerra de Vietnam era una excusa para que los radicales americanos llevaran a cabo una guerra contra América que ya tenían planeado librar. La guerra de los radicales no sólo continúa, sino que se ha transformado en un esfuerzo masivo por apoyar la campaña de los jihadistas que quieren matarnos. Un experto en atentados suicida analizó 71 ataques terroristas entre 1995 y el 2004 y concluyó del patrón (en un artículo llamado “Las bombas inteligentes de al-Qaeda”) que la meta militar inmediata de los jihadistas era “obligar a Estados Unidos y a sus aliados occidentales a retirar las fuerzas de combate de la Península Arábiga y de otros países musulmanes”.
 
Esto es exactamente lo que está exigiendo la izquierda. Ha abierto un frente político tras nuestras líneas. Nota: Esta rendición no es lo que piden los iraquíes; no es lo que pide la gente de Afganistán; no es lo que piden los saudíes o los libaneses. Es lo que exigen los terroristas y es lo que exige la izquierda americana, y la izquierda británica y la europea también.
 
La izquierda predica la rendición en la guerra contra los islamistas en todos los frentes: retirada de Irak; retirada de Afganistán; retirada (sin paz) de los territorios de Gaza y el West Bank. En nombre de terminar la violencia. Pero apenas una de tales retiradas producirá infinitamente más derramamiento de sangre en el país y en el extranjero de la que afrontamos hoy. ¿Por qué? Porque somos tolerantes y el enemigo es despiadado; porque somos compasivos y el enemigo es salvaje; porque somos misericordiosos y el enemigo no. La derrota de América, la derrota de Gran Bretaña, la derrota de Israel, producirían carnicerías que harían palidecer al 11 de Septiembre.
 
La lección de Londres, pues, es tomar seriamente lo que dicen tus enemigos. Gran Bretaña ha tolerado en su entorno durante años a los imanes que llaman a la guerra. No porque no les gustara esta o aquella política concreta de Tony Blair, sino porque odian al Occidente secular, y cristiano, y judío, que en sus fanáticas alucinaciones pertenece al reino de Dar al-Harb, al reino de los ateos, el reino de los infieles y los malditos. Dar al-Harb: en árabe, significa reino de la GUERRA. Obviamente, los izquierdistas no entienden esto, no entienden la mentalidad de los fanáticos religiosos cuyo trabajo llevan a cabo. Si Occidente se rinde, la izquierda será sin duda la primera en ser asesinada. (¿Se ha preguntado algún izquierdista por qué elegirían atacar los terroristas la liberal y multicultural Nueva York?).
 
Gran Bretaña ha tolerado en su medio durante años a los imanes que han predicado el odio a Gran Bretaña. Gran Bretaña ha tolerado durante años a los imanes que han celebrado la violencia que prometen los enemigos de Gran Bretaña, y la violencia que entregan los enemigos de Gran Bretaña. Y ahora han pagado el precio de su tolerancia. O un precio. Porque la guerra en Europa apenas está comenzando.
 
La lección de Londres es que la tolerancia puede matarte.
 
Es hora de que Occidente empiece a fijar los límites de la debilidad suicida a la que considera su alma. Ya no podemos permitirnos más tolerar el odio dirigido contra nosotros, odio que emana particularmente de los púlpitos religiosos y que apoya el asesinato en nombre de Alá. Ya no podemos tolerar más el odio que se dirige contra nosotros porque pensemos que somos poderosos y que el odio no puede perjudicarnos.
 
La lección de Londres es que sí que puede.
 
Los imanes del odio y sus seguidores y sus defensores seculares en Occidente son enemigos autodeclarados que es necesario vigilar de cerca por todos nosotros de ahora en adelante. Es necesario vigilarlos en sus mezquitas, en su frente de libertades civiles para defender a sus cautivos, y en los grupos políticos que nos han declarado los enemigos, y ellos las víctimas. Cuando estos nacionales crucen la línea, es necesario que sean procesados. Si son extranjeros los que nos odian, es necesario que sean deportados.
 
Una lección de Londres para los propios Británicos es que necesitan una Patriot Act británica. Su primera línea de protectores está tan paralizada como la nuestra antes del 11 de Septiembre. La Patriot Act no sólo criminaliza el terror, sino “el material de apoyo al terror”. Permite que el FBI vigile no sólo a los grupos que han cometido un crimen contra nosotros, sino a los grupos que han manifestado la pasión y la voluntad de cometer crímenes contra nosotros. La Patriot Act permite que las fuerzas del orden vigilen las amenazas que vienen de nuestros enemigos internos. Ese es el motivo por el que la izquierda está en armas contra la Patriot Act: Quieren tumbar las provisiones que permiten que les vigilemos.
 
El riesgo es alto. Estos explosivos londinenses de fabricación casera, que aparentemente no son obra de profesionales, mataron a más de cincuenta personas e hirieron a más de setecientas. Una bomba nuclear sucia en una ciudad norteamericana no es algo que podamos aceptar sencillamente.
 
Nuestro problema interno con respecto a los que nos odian es tan grande como el de Gran Bretaña, quizá incluso mayor. Estoy cada vez más cansado de ver que los apólogos americanos del terror islámico y los que se oponen a la auto-defensa son tratados como “liberales”, y como si lo más importante para el resto de nosotros fuera hacer como si nuestros ojos no vieran la maldad de sus corazones y fingir que es la política americana de costumbre. Somos entrenados en la satisfacción personal por el genio de nuestro sistema político democrático. Aunque las pasiones sean intensas, el riesgo de nuestras elecciones es notablemente bajo. Un bando pierde unas elecciones. Nadie muere. Nadie es encarcelado. En América la política puede parecer un juego.
 
La noche del viernes vi a mi amigo Alan Colmes, que es un liberal decente, pero al que no le gusta la guerra. El invitado de Hannity & Colmes era Kevin Danaher, marido de Medea Benjamin y líder de la izquierda indecente que al contrario que Alan, quiere que perdamos las guerras de Irak y Afganistán e Israel frente a las fuerzas enemigas. Danaher y su esposa, que son líderes de Global Exchange y Code Pink e Irak Occupation Watch, la campaña para disuadir a los jóvenes norteamericanos de que cumplan el servicio militar de nuestro país, trabajan día y noche por amputar nuestras líneas de defensa nacional de las protecciones autorizadas por la Patriot Act para las fuerzas militares que mantienen a nuestros enemigos a raya en el campo de batalla.
 
El debate de Hannity & Colmes versaba acerca de la violencia de los anarco-marxistas que lanzaban piedras contra la reunión del G8 en Escocia, la que los atentados terroristas estaban concebidos para interrumpir. En otras palabras, estaban practicando la violencia para fines paralelos. Las piedras que lanzaban eran lo bastante grandes para matar a un hombre. Danaher, que es un líder de la izquierda global anticapitalista que escenificó los ataques, no condenó a los que lanzaban piedras, sino que fue lo bastante inteligente para desaprobar la violencia en abstracto - o la violencia 'por ambas partes' - que sabía que no significaba nada. Era su gente la que atacaba. Condenar a aquellos que se defienden en el mismo saco es proponer que ellos estaban indefensos, que es exactamente su plan.
 
Colmes estaba frustrado porque comprendía que la posición de Danaher, como la argumentaba, era sospechosa, pero dado que Danaher estaba en contra de la guerra, Alan quiso animarle a que lo hiciera mejor. “Mire”, comenzaba Colmes, “estoy deacuerdo en sus agendas, pero…”
 
No, no está deacuerdo con la verdadera agenda de Danaher. Alan Colmes no tiene la más remota idea de quién es Kevin Danaher, o de cuáles son realmente sus malévolas y letales intenciones. Los liberales como Alan han protegido hasta ahora a la izquierda antiamericana fingiendo que todo es un juego. La gente que denuncia al presidente como Adolf Hitler y a América como la Alemania de Hitler son “absurdos”, y en realidad no quieren decir lo que dicen. Bien, en realidad algunos no son tan absurdos, y sí que realmente quieren decirlo.
 
Esta es la lección de Londres: Tómate en serio a la fuerza hostil dentro de tu país y dentro de tu coalición política. Ya no es un juego.
 
Esto es algo que aprendí en mis años en la izquierda. Con demasiada frecuencia, la gente quiere decir lo que dice. No se equivoque, aquellos que hablan de revolución y guerra contra nuestro país son bastante capaces de actuar según lo que dicen - de ayudar e incitar a aquellos que ya están en guerra y que quieren matarnos. Cuando llegue el día en que crucen la línea y traduzcan sus palabras a acciones, lo harán con la mejor de las intenciones: hacer del mundo un lugar mejor. Ese es el motivo por el que son tan peligrosos. Igual que Mohammed Atta lo hizo por Alá, ellos lo harán por una causa noble.
 
Comprenda esto, y comprenderá que es necesario aislar a la gente que utiliza el lenguaje de la guerra, y debe ser vista con cautela.
 
Comprenda esto, y comprenderá que aquellos que describen a América como la Alemania de Hitler pueden ser peligrosos, y es necesario que sean vigilados.
 
Yo mismo comprendo que esto es un pensamiento perturbador para cualquier americano. Es perturbador para mí. Pero después de Londres, sería absurdo negar que tal precaución es también una necesidad. El infame Ward Churchill comenzó escribiendo a los americanos ordinarios como “pequeños Eichmanns”. Ya ha pasado a incitar al personal militar a matar a sus oficiales. Y a incitar a los estudiantes de instituto a aplaudir al personal militar que lo hace. Como asunto de deber progresista, atención. ¿Puede alguien confiar en que no hay discípulos de Ward Churchill escuchando sus palabras que se las tome en serio y las ponga en práctica? ¿Alguien recuerda a John Walker Lindh?
 
La Alemania Nazi es un símbolo del mal. No hay hombre o mujer que se llame “progresista” y que no piense en sí mismo como una persona que destruiría el mal si tuviera ocasión. El propósito de identificar a América con la Alemania Nazi es odiar a América. Odiarnos. El propósito de este odio es implicarse en la tarea de destruir el mal. En este caso, eso significa a nosotros.
 
Sí, tenemos derechos en este país que a los radicales que quieren destruirnos les garantizan el privilegio de dar a conocer sus agendas homicidas. Pero esto no nos priva al resto de nosotros del derecho a defendernos también.
 
El inicio de esta defensa es tomarse sus palabras en serio, recordar lo de Londres, y comprender que esto ya no es un juego.