Lo que Colón esconde

por Rafael L. Bardají, 16 de junio de 2021

Desde siempre se ha dicho que existen dos Españas. Ya no. Hay tres: La España del odio y la furia, donde coinciden el totalitarismo izquierdista y la anti-España de los separatistas; la España avergonzada, liderada por el actual equipo de Génova; y la España del sentido común y la decencia, que abarca a ese conjunto de españoles orgullosos de su país y que quiere que le dejen disfrutar en paz y tranquilidad de su vida, su bienestar y sus creencias. 

 

Hoy no voy a hablar de la España del odio, ausente físicamente -pero no mediáticamente- de la manifestación de Colón del pasado día 13. Me gustaría mejor concentrarme en lo que Colón supuso. Además de que un grupo de españoles libres hicieran el llamamiento y lograran movilizar a decenas de miles, todo un logro en los tiempos que corren, lo más relevante para mí fue la presencia vergonzante de Pablo Casado y su cúpula de Génova. 

 

De todos es bien conocido que el actual líder del Partido Popular tuvo sus dudas sobre la convocatoria del 13-J. Rendido al discurso de la izquierda sobre la famosa “foto de Colón”, no podía permitirse que le cazaran en otra semejante junto a Abascal y los de Vox. Particularmente desde que se ha autoconvencido (por una mala e interesada lectura de los resultados de las elecciones de Madrid y la victoria de Isabel Díaz Ayuso) de que su estrategia de ruptura con el partido que le come por la derecha es lo que más rédito político le va a dar.

 

Pero no todo es táctica en la casa de “Pablo I el Avergonzado”. Tras los cálculos electoralistas, Génova se nutre de un secreto deseo: que las cosas vuelvan a ser como siempre. Esto es, contar con un partido socialista razonable y no instalado en su tendencia más radical y con un PP que abarque desde una honorable socialdemocracia a una derecha cultural. Vamos, que sueña con recuperar el bipartidismo. ¿Sería posible hacer realidad ese sueño? No si va de la mano de Vox porque so apuntalaría al partido de Abascal. De ahí que tampoco lo desee como socio en ningún gobierno regional, por mucho que pueda depender de su apoyo. Su estrategia es mucho más simple: se trata de sobrepasar, aunque sea ligeramente, al PSOE en las urnas para poder ofrecer, así, un gobierno de salvación o concentración nacional con el PSOE. A cambio, eso sí, de que el líder socialista sea cualquiera excepto Pedro Sánchez. 

 

Es obvio que al PP le resultaría mucho más cómodo aplicar las políticas socialistas tradicionales que tener que aplicar las medidas que reclama Vox para salvar a España.  La foto de Soraya riéndole las gracias a Junqueras, las políticas incentivadoras de la inmigración, la renuncia a la batalla cultural en el mundo de le educación y el espectáculo, la sumisión a Europa, el comercio internacional malentendido como globalismo, la promoción del consumidor frente al productor, la reverencia por instituciones como los sindicatos, el conchabeo con la prensa, la rendición ante el feminismo excluyente, por no citar asuntos más turbios, como la financiación de los partidos, marcan los límites de lo que es el terreno de funcionamiento del PP.

 

El pasado 13 de junio, el PP eligió servirse a sí mismo antes que a España. Hay quien lo achaca a puras razones de imagen, yo lo entiendo como algo mucho más profundo. Simple y llanamente, la España que se defendía en la plaza de Colón, más allá del asunto de los indultos, no es su España. En estos momentos, Casado sería más feliz con un Felipe González enfrente que con un Aznar a su lado. Y eso lo dice todo del proyecto de este PP. Si esa tercera España le deja que lo lleve a buen puerto. Por el bien de todos, espero que no.