Libia. Torturas postgadafistas

por GEES, 25 de febrero de 2012

 Lo que empezó como algo puntual y en los últimos días de guerra y primeros de postguerra se ha convertido en algo habitual en Libia. Médicos sin Fronteras anunciaba a finales del pasado mes de enero que dejaba de trabajar en diversos centros de detención ante la evidencia de que le llegaban, una y otra vez, pacientes torturados en las prisiones de la nueva Libia: de hecho, en Misrata pasaban de la sala de torturas al hospital, y de éste a la sala de torturas, una y otra vez. Posteriormente, era Amnistía Internacional -que se caracteriza precisamente por su actitud condescendiente hacia determinados regímenes no occidentales- la que informaba de las torturas cometidas por el nuevo régimen contra los perdedores de la guerra civil y aquellos sospechosos de haber apoyado a Gadafi.

Lo cierto es que, en la Libia, actual las torturas y la vulneración de los derechos humanos se repiten contra miembros del anterior gobierno gadafista, soldados, policías y sospechosos de haber colaborado con el dictador. Difícilmente se pueden explicar cómo los habituales ajustes de cuentas tras la caída de un régimen y la llegada de otro: han pasado cuatro meses de la muerte de Gadafi y el fin de una guerra civil apoyada por Francia, Gran Bretaña, Estados y Unidos y un pequeño puñado de países -España entre ellos- en nombre de la democracia, los derechos humanos y la libertad. Hoy la tortura parece ser tan habitual en la nueva Libia como en la antigua.

Los que torturan ahora en Libia lo hacen como los que torturaban antes, y no son menos crueles que los que lo hacían para Gadafi. Pero con un agravante: fueron las armas de la OTAN las que dieron el poder a los nuevos gobernantes libios, precisamente para acabar con esas prácticas. Si el éxito de la intervención en Libia se mide por el respeto a los derechos humanos, el fracaso es sonoro. Y parte de la responsabilidad en este asunto corresponde a occidente.

¿Se podía haber evitado? En su día, se decidió que llevar la democracia a Libia debía hacerse sin botas sobre el terreno, pues se consideraba que así se evitaría la imagen de ocupación de Irak y Afganistán. Había que involucrarse lo justo para acabar con Gadafi, y dejar manos libres a los rebeldes y al CTN libio sin intromisión occidental. Sin dinero, y para no molestar a unos dirigentes árabes por otro lado insensibles a las torturas, se pensó que la democracia se podría construir sin marines sobre el terreno, sin tropas occidentales que controlasen qué se hacía y qué no en el nuevo régimen.  

Dejados a su libre albedrío, los gobernantes libios no pueden o no quieren acabar con la execrable práctica. El resultado es un país en el que nadie habla de ocupación extranjera, pero en el que se tortura como se torturaba antes. ¿Puede considerarse esto una victoria occidental?