Libia: las contradicciones no ganan guerras
por Juan F. Carmona y Choussat, 21 de marzo de 2011
Obama no tiene una política, tiene una contradicción. Y las contradicciones no ganan guerras.
Antes del inicio de las hostilidades, el 18 de marzo, usó su coletilla preferida: “Permitidme ser claro”. A partir de ahí no hubo cristiano que lo entendiera.
En la Guerra de Libia, que supongo que es el nombre que puede darse a un conflicto entre contendientes con intercambio de fuego e intervención de elementos militares por tierra, mar y aire, ha entrado Occidente bajo la apariencia buenista del progresismo internacionalista, pero sólo saldrá de ella con algún decoro bajo la bandera neoconservadora, que, por cierto, ha instado la intervención.
La resolución de la ONU, cuya diferencia con la situación de Irak hace ocho años es que hoy Francia dice sí, mientras que sus entonces dirigentes Villepin y Chirac están ahora ocupados demostrando su autoridad moral en diversos procesos penales, autoriza a tomar todo tipo de medidas, salvo una fuerza de “ocupación”.
Quiera Dios que la inconmensurable potencia de fuego occidental haga estragos letales en el liderazgo libio además de detener la represión contra sus gentes, porque sino estamos abocados a una Libia partida en la que una parte la domina el tirano actual y la otra vaya usted a saber.
En esa situación, la resolución 1973 de la ONU requeriría nuestra retirada inmediata. Pero el problema quedaría de una pieza. Si Gadafi sigue en pie, aunque sea en equilibrio inestable, el 11 de septiembre y Lockerbie van a parecer una broma al lado de lo que prepare. No se olvide que este ser grotesco es hoy presa fácil porque al derrocar Bush a Sadam - ¡No a la guerra! – entregó sus armas de destrucción masiva.
Francia, con Sarkozy a la cabeza, aplicando la teoría de los vasos comunicantes, acaba de ocupar el espacio dejado libre por la indecisión de Obama. Así, ha pasado a liderar Occidente el primero que reconoció a los rebeldes libios. Entretanto Obama sólo dice, y repite, que Gadafi tiene que marcharse porque “ha perdido la legitimidad para mandar”. Lo que supone tres cosas. Que Obama cree que alguna vez la tuvo; Que Obama cree que los dictadores sanguinarios a veces por caridad nos hacen un favor y se largan; Y tres, que si los Estados Unidos dicen que se marche y no están dispuestos a echarlo, las consecuencias son pavorosas, especialmente en el contexto de la guerra contra el terrorismo que Occidente, entre el entretenimiento del Japón y la emoción de las revueltas árabes, se ha olvidado que está librando.
Así que una de dos, u Obama releva de funciones a alguno de esos aviones teledirigidos que día sí, día también cometen asesinatos selectivos en Pakistán sin que la prensa chiste y acaba con Gadafi, o contrata a Kissinger para que se invente otra “retirada estratégica”=détente, y se entienda con el Diablo. Después de afirmar en el discurso de El Cairo que la democracia no se puede imponer – que fue lo que se dijo allí, ¡de verdad! – y de reiterar el otro día que no habría intervención terrestre ¿qué alternativa sugiere al cambio de régimen del gobierno de su predecesor? O sea, podemos convivir con los tiranos o no. Y si no, qué diferencia hay con lo que hacía Bush. ¿Improvisación o falta de convicción? Bush, deja el rancho y vuelve, que Francia dice que manda.