Libia: la odisea de Zapatero

por Ignacio Cosidó, 25 de marzo de 2011

(Publicado en La Razón, 25 de marzo de 2011)

El Gobierno obtuvo el pasado martes la autorización del Congreso de los Diputados, con carácter retroactivo, para participar en una guerra a la que no quiere llamar guerra. El PP votó a favor no sólo por la obligación moral de hacer algo por un pueblo que es masacrado, sino también por un sentido de la responsabilidad en cuestiones de Estado muy arraigado en Mariano Rajoy. Quizá el principal reproche que haya que hacer a esta intervención es que llega tarde.

Pero la operación abre también numerosas incógnitas que Zapatero no resolvió en su comparecencia. En primer lugar, deberíamos clarificar el objetivo de nuestra misión. La resolución del Consejo de Seguridad autoriza a la protección de la población civil, pero veta una ocupación terrestre. Sin embargo, la interpretación de la misma es diferente entre los propios miembros de la coalición. Para unos, incluyendo en un primer momento al Gobierno español, la misión incluye liberar al pueblo libio. Para otros, como el secretario de Defensa de Estados Unidos, eliminar a Gadafi sería una «insensatez». Hay quien habla incluso de un objetivo formal y un objetivo encubierto, en un claro ejercicio de hipocresía diplomática.

Una segunda cuestión es el liderazgo de la operación. Estados Unidos ha dado muestras de no querer asumir ese papel en esta ocasión. La Unión Europea aparece dividida porque varios de sus miembros, significativamente Alemania, se han inhibido. Francia aspira a ocupar el liderazgo, pero está por ver cómo se articula. La crisis Libia ha vuelto a dejar patente en todo caso la creciente irrelevancia de Zapatero en el contexto internacional. A pesar del entusiasmo bélico de nuestro presidente, ni siquiera fue convocado a la foto inicial con Sarkozy y Cameron en París.

El tercer lugar, hay que clarificar la estructura de mando militar de la operación. En una fase inicial la dirección fue asumida por el mando estadounidense, pero si en cuestión de días Obama quiere delegar el mando, no está aún nada claro a quién puede transferirlo. Lo ideal sería que fuera la OTAN, pero no parece fácil.

Por último, me parece un error poner un límite temporal a las operaciones militares, aunque sea prologable, como ha hecho el Gobierno español. Las Fuerzas Armadas españolas han llegado tarde al teatro de operaciones, los aviones han sido desplegados cuando la zona de exclusión estaba lograda, y no pueden ser las primeras en salir, como hicimos en Irak. Cabe preguntarse también qué misión tienen nuestros F-18 una vez la aviación de Gadafi no puede volar y nuestros pilotos tienen prohibido atacar objetivos terrestres.

El cambio de discurso de Zapatero ha sido tan radical, desde el «No a la guerra» al apoyo entusiasta a la intervención militar, que genera un déficit de legitimidad política y moral del presidente del Gobierno para liderar a los españoles ante un conflicto tan cargado de incertidumbres, que tendrá un coste económico importante y que, como toda guerra, no está exento de graves riesgos. Pero pese a todas las dudas que genera esta guerra, seguiremos apoyando a nuestros soldados sin fisuras. En Libia, en Afganistán, en Líbano o en cualquier conflicto en que sean desplegados.