Liberación egipcia
(Publicado en La Gaceta, 18 de junio de 2012)
En su obra más fantástica, en varios sentidos, relata Flaubert la tentación de San Antón, primer ermitaño y egipcio. El final feliz contrasta con el término ejemplar de la novela que lo inmortalizó, Madame Bovary. Los acontecimientos de Egipto acaso no culminen felizmente pero sirvan de moraleja.
Desde el principio de la revolución de la plaza Tahrir –liberación–, los denominados liberales, bajo el paraguas político de la Coalición de los Jóvenes Revolucionarios, procuraron participar en el proceso electoral, parlamentario y constituyente primero, y presidencial ahora, intentando orientar al más poblado de los países árabes hacia una salida de la autocracia.
Tras la anulación parcial de las elecciones y la tolerancia del preferido del Ejército, Shafiq, ambas decididas por el Tribunal Supremo, es claro que las fuerzas del régimen dirigen la batalla.
El difícil equilibrio entre el débil liberalismo, el tradicional y anclado islamismo de los Hermanos Musulmanes y el Ejército con mando en plaza puede romperse. Nadie creerá que el resultado es limpio si Mursi, aspirante islamista, pierde, pero este combate entre radicales y militares es la conclusión de un año de lucha política que ha acabado con las posibilidades tanto de una opción política islámica contenida como de la vertiente socialista-nasserista. Los eliminados en la primera vuelta presidencial, representantes de estas tendencias, habrían ganado de presentarse unidos.
Lo que augura el futuro egipcio es, probablemente, una victoria de Shafiq, adalid del régimen, cuya legitimidad se pondrá en duda, o un ascenso del islamismo, enrabietado, al poder. En cualquier caso, los egipcios no leerán Madame Bovary traducida al árabe, pero, en su gruta sobre el Nilo, San Antón vela por sus compatriotas. Quizá los coptos logren que Shafiq, al menos, les deje venerarlo.