La violencia contra la mujer en la España de hoy: el ámbito familiar

por Juan Avilés, 27 de mayo de 2002

La violencia dirigida específicamente contra la mujer  fue reconocida por las Naciones Unidas como un problema de especial gravedad hace casi diez años. Fue en diciembre de 1993 cuando la Asamblea General aprobó la Declaración sobre la eliminación de la violencia contra la mujer, que desde entonces se ha convertido en el texto de referencia sobre el tema. De acuerdo con dicha declaración, dentro de este concepto se deben incluir tres grandes ámbitos. En primer lugar “la violencia física, sexual y psicológica en la familia, incluidos los golpes, el abuso sexual de las niñas en el hogar, la violencia relacionada con la dote, la violación por el marido, la mutilación genital y otras prácticas tradicionales que atentan contra la mujer, la violencia ejercida por personas distintas del marido y la violencia relacionada con la explotación”. En segundo lugar “la violencia física, sexual y psicológica al nivel de la comunidad en general, incluidas las violaciones, los abusos sexuales, el hostigamiento y la intimidación sexual en el trabajo, en instituciones educativas y en otros ámbitos, el tráfico de mujeres y la prostitución forzada”. Y en tercer lugar “la violencia física, sexual y psicológica perpetrada o tolerada por el Estado, dondequiera que ocurra”.
 
De estos tres ámbitos de la violencia contra la mujer, el de la familia, el de la sociedad y el del Estado, este artículo abordará solamente el primero, el de la llamada violencia doméstica, que tradicionalmente quedaba al margen de la preocupación pública, por entenderse que lo que ocurría en el seno de la familia era una cuestión privada, pero que se ha convertido en España durante los últimos años en un problema que genera auténtica alarma social. Centraremos nuestro interés en la violencia física y especialmente en las muertes provocadas por este tipo de violencia, cuya magnitud en nuestro país trataremos de establecer a partir de las estadísticas del Ministerio del Interior [1]. A continuación nos plantearemos su interpretación teórica y finalmente examinaremos qué posibilidades hay de llegar a reducir significativamente la dimensión de esta lacra social, que afecta hoy a un número considerable de mujeres.
 
Un repaso a las cifras
 
Una reciente encuesta europea nos puede servir de punto de partida. De acuerdo con ella el 82 % de los españoles creen que la violencia doméstica contra la mujer está bastante o muy extendida en su país y un 73 % consideran que resulta siempre inaceptable y punible por la ley. Los españoles son, entre los ciudadanos de la UE, quienes creen que este tipo de violencia está más extendido en su país, pero también se encuentran aquellos que la consideran más reprobable. Aunque la interpretación de esta encuesta es delicada, cabe deducir que los países de la UE pueden clasificarse al respecto en tres tipos. Por un lado estarían aquellos como Dinamarca, en los que la incidencia de la violencia doméstica es relativamente baja y por tanto también lo es el porcentaje de quienes piensan que es necesario castigarla. Por otro estarían aquellos como Grecia, en los que su incidencia es alta pero los partidarios del castigo legal son bastante escasos, quizá porque se mantiene la percepción tradicional de que el Estado no debe interferir en las  cuestiones familiares. Y en medio se situarían los países como España, en los que su incidencia es alta y también lo es el porcentaje de quines estiman que debe ser castigada.
 
Esto supone que España se encuentra en un momento crucial de transición, en el que la sociedad ha tomado conciencia del problema y exige que se tomen medidas frente a él. De hecho fue sólo en 1989 cuando se incorporó al Código Penal español la consideración como delito de los malos tratos en el ámbito familiar, cuya pena se incrementó en el nuevo código de 1995. La alarma social se disparó en diciembre de 1997, cuando Ana Orantes fue bárbaramente asesinada por su marido, tras haber denunciado en un programa televisivo los malos tratos que sufría, y en 1998 se puso en marcha el I Plan de Acción contra la Violencia Doméstica.
 
En los tres años de vigencia del I Plan se crearon servicios destinados a atender y proteger a las mujeres víctimas, como los servicios de la Policía Nacional (SAM) y la Guardia Civil (EMUME), los centros de acogida dependientes de comunidades autónomas, ayuntamientos y organizaciones no gubernamentales, y los centros de información y de asistencia de juzgados y fiscalías; y se introdujeron también modificaciones legislativas, como la tipificación como delito de la violencia psicológica y el alejamiento del agresor como medida cautelar. Y en 2001 entró en vigor el II Plan, cuyos objetivos principales son el fomento de una educación basada en los valores de diálogo, respeto y tolerancia, la mejora de la legislación, el incremento de los servicios de atención a las víctimas, y una mayor coordinación entre las actuaciones de los diferentes organismos públicos y organizaciones sociales implicados.
 
Como resultado de esta creciente preocupación por el tema, en los últimos años se dispone de una información precisa sobre los casos denunciados a la Policía Nacional y a la Guardia Civil. Esta información se halla recogida en el Programa Estadístico de Seguridad del Ministerio del Interior, que incluye dentro del concepto de malos tratos en el ámbito familiar los delitos y faltas de lesiones, malos tratos, trato degradante e injurias, lo que significa que toma en consideración la violencia física y la psicológica, pero no la violencia sexual [2]. Entre las víctimas no hay sólo mujeres sino también varones, aunque son las primeras las más numerosas, sobre todo en los casos en los que la agresor es el otro miembro de la pareja. La  mayoría de las mujeres son agredidas por sus parejas, mientras que los varones lo son más frecuentemente por otros miembros de la familia.
 
 
Durante los últimos años el número de denuncias presentadas a la Policía Nacional y la Guardia Civil por malos tratos a la mujer en el ámbito familiar ha seguido una tendencia constante de incremento, cuya interpretación resulta sin embargo problemática, ya que en principio puede responder tanto a un aumento real de los malos tratos como a una mayor tendencia de las mujeres a denunciarlos. Por motivos que se irán exponiendo a lo largo de este artículo, parece razonable suponer que lo que está ocurriendo lo segundo, es decir que cada vez más mujeres se atreven a romper el muro de silencio tras el que padecían la violencia doméstica.
 
Mujeres maltratadas en el ámbito familiar.
Casos conocidos por CNP y GC.
 
 
1997
1998
1999
2000
2001
Total
24.614
26.910
29.405
30.269
32.116
Por su pareja
17.587
19.622
21.782
22.407
24.163
Fuente: Programa Estadístico de Seguridad, Mº del Interior.
 

A pesar del aumento de las denuncias, el número de mujeres maltratadas sigue siendo con toda probabilidad muy superior al de aquellas que se deciden a presentar la denuncia. Por ello el único medio de acercarse a la verdadera entidad del fenómeno es mediante las encuestas. En España contamos con la realizada por encargo del Instituto de la Mujer en 1999, que incluye tanto el maltrato físico como el psicológico y tiene el gran interés de registrar no sólo el maltrato declarado, es decir el que las interesadas consideran como tal, sino también el maltrato “técnico”, es decir el que se deduce de sus repuestas a una batería de preguntas. Según dicha encuesta el 4 % de las españolas mayores de 18  se consideran maltratadas, mientras que el maltrato técnico tiene una incidencia tres veces superior, afectando a un 12 %.
 
Es interesante comparar esos resultados con los de otras encuestas llevadas a cabo en otros países, aunque se tropieza con la dificultad de que tales estudios no sólo son escasos, sino que se realizan con criterios metodológicos tan variables como para  que su comparación tenga una validez muy limitada. Con todo conviene saber que según los resultados de ocho encuestas recientes en otros tantos países, en las que se preguntó a las mujeres si habían sido gráficamente maltratadas por su pareja en los últimos doce meses, la incidencia del maltrato es muy variable de un país a otro, oscilando entre el 3 y el 30 % de las mujeres, y afecta sobre todo a los países menos desarrollados [3].
 


 
En el caso de España la encuesta del Instituto de la Mujer permite también diferenciar el nivel de maltrato según el tamaño de los municipios. El resultado  es que el maltrato técnico es muy similar en todos los casos, mientras que el maltrato declarado crece en función del número de habitantes de los municipios. Dicho de otra manera, las mujeres que viven en ámbitos rurales parecen aceptar como normales conductas de sus parejas que las mujeres del ámbito urbano consideran intolerables. Ello concuerda con el hecho de que la tasa de malos tratos conocidos por la Policía Nacional y la Guardia Civil es sensiblemente masyor en el ámbito urbano. Es este uno de los motivos por los que cabe suponer que en los últimos años se está produciendo en España no un aumento de los casos de maltrato sino de la tasa de denuncias. En el ámbito rural, en el que pervive una mentalidad tradicional, el maltrato se denuncia menos, o incluso no se considera maltrato, mientras que en el ámbito urbano, en el que la nueva mentalidad, favorable a la igualdad de derechos entre ambos géneros está más extendida, ocurre lo contrario. Y de ello sólo cabe esperar que la tasa de denuncias vaya aumentando, como es lo deseable. 
 
 
De las múltiples formas de la violencia doméstica, la más dramática es la que conduce a la muerte de la víctima. De acuerdo con una estudiosa del tema: “la mayor parte de los homicidios que tienen lugar entre parejas son el último episodio de una historia anterior de malos tratos domésticos” [4]. Como en el caso de los malos tratos, entre las víctimas de los homicidios perpetrados en el ámbito familiar hay también varones. De acuerdo con un estudio realizado por el Centro de Análisis y Prospectiva de la Guardia Civil, seis de cada diez víctimas son mujeres, proporción que se eleva a ocho en el caso de las víctimas asesinadas por sus parejas. Ello se debe a que la mayoría  de las víctimas femeninas lo son a manos de sus parejas, mientras que en el caso de los varones el agresor suele ser con más frecuencia otro miembro del grupo familiar.
 
Muertes en el ámbito familiar. 1997-2000.
Relación vítima-agresor. En % del total de las víctimas.
 
 
Víctima
 
Agresor
Pareja
 
Hijo/hija
 
Padre/madre
 
Otros familiares
 
Total
Mujer
40
10
3,5
6,5
60
Varón
8
7
8
17
40
Todas
48
17
11,5
23,5
100
Casos conocidos por CNP y GC. Fuente: Notas del Centro de Análisis y Prospectiva de la Guardia Civil, 7 (2001).
 
El número de mujeres muertas por sus parejas, cónyuges o análogos, experimentó una subida importante en 1999 y se ha mantenido a ese nivel desde entonces, según los datos del Ministerio del Interior.
 
 
La Federación de Mujeres Separadas y Divorciadas mantiene también desde 1998 un registro, basado en fuentes de prensa, de las mujeres asesinadas por sus parejas. De dicho registro hemos extraído los datos referentes a las mujeres que fueron víctimas de sus maridos, compañeros, ex maridos y ex compañeros, excluyendo del computo a las víctimas de novios y ex novios, que no entran propiamente en el ámbito de la violencia familiar.  Los resultados son muy similares a los que ofrece el Ministerio del Interior, por lo que podemos afirmar con bastante seguridad que el número de víctimas supera las cuarenta anuales, lo que supera la cifra de víctimas mortales del terrorismo y brepresenta un porcentaje significativa del total de las muertes por homicidio. El problema es realmente grave.
 
 
El registro de la Federación de Mujeres Separadas y Divorciadas permite también diferenciar los casos según el vínculo preciso de la víctima con el agresor, que en un 55 % de los casos es el marido, en un 24 % el compañero, en un 6 % el novio y en el 15 % de casos restantes es un ex marido, ex compañero o ex novio.
 
Ensayo de interpretación.
 
Hasta aquí hemos expuesto los datos del problema. Ahora se trata de interpretarlos. Ello supone plantearse si la violencia del varón contra la mujer en el ámbito familiar representa simplemente un aspecto de la violencia en general o si por el contrario tiene rasgos específicos, lo que a su vez implica abordar la cuestión de la diferente propensión a la violencia del varón y la mujer. Por último debemos plantearnos si todo ello es específico de determinadas sociedades o responde a una pauta universal.
 
La respuesta a tales cuestiones es lo suficientemente compleja como para  no poderla abordar adecuadamente en el limitado espacio de que disponemos aquí. Existe sin embargo  una teoría que permite entender las raíces del problema y que sin embargo no suele ser mencionada en la bibliografía sobre el tema, por lo que vale la pena que le prestemos cierta atención [5]. Se trata de la teoría, inspirada en las ideas de Darwin y desarrollada en los últimos veinte años por un conjunto de biólogos, antropólogos y psicólogos, según la cual ciertos rasgos psicológicos básicos de la especie humana son innatos y constituyen el resultado del proceso de selección natural que nos ha moldeado a lo largo de nuestra historia evolutiva, como a cualquier otra especie animal [6]. Esto supone la selección los rasgos psicológicos que contribuían a la perpetuación de los genes, sin que su vinculación con la lógica reproductiva se ponga necesariamente de manifiesto a nivel consciente [7].
 
Un elemento básico de esta teoría es la constatación de que el recurso escaso para la perpetuación de los genes es la capacidad reproductiva femenina. Un hombre puede tener literalmente cientos de hijos, si tiene acceso sexual al suficiente número de mujeres y dispone de recursos propios o ajenos para su mantenimiento, mientras que una mujer no podría sobrepasar un límite bastante reducido, como mucho una veintena de hijos, aunque tuviera acceso sexual a todos los varones del planeta. El resultado de ello es una fuerte competencia entre los varones jóvenes, que probablemente explique su mayor propensión a la violencia y en general a las conductas de riesgo. Esto a su vez se traduce en que la tasa de mortalidad por causas violentas sea significativamente más alta en los varones que en las mujeres.
 
De acuerdo con los datos de la Organización Mundial de la Salud, las tres principales causas de muerte por violencia intencionada son, por este orden, el suicidio, el homicidio y la guerra, y en los tres casos es mayor la tasa masculina, aunque la diferencia mayor se da precisamente en el caso del homicidio, En el año 2000, por ejemplo, la tasa de muerte por homicidio en el mundo fue de 4 por cien mil para las mujeres y de 13 por cien mil para los varones.
 
 
Ello se debe a que el tipo de homicidio más común en todas las sociedades conocidas es aquel en que un varón mata a otro varón. Martin Daly y Margo Wilson, un matrimonio de psicólogos que ha contribuido de manera destacada a la interpretación darwinista de la violencia, han recogido datos de diversas sociedades a lo largo del tiempo y el espacio acerca de los homicidios en que agresor y víctima son del mismo sexo [8]. En casi todas esas sociedades, ya sea en la Inglaterra del siglo XIII o en la actual, en una gran urbe americana o en una tribu remota de la India, entre el 95 % y el 100 % de tales homicidios se produce entre varones [9].
 
Se .puede pues afirmar con seguridad que la mayor propensión de los varones a la violencia es una constante universal. Y lo mismo parece ocurrir con la propensión al delito. Un investigador que ha revisado los estudios sobre el tema ha constatado que existe una relación directa entre la conducta delictiva y la dimensión feminidad-masculinidad (entendida como un continuo y medida según la respectiva presencia de hormonas masculinas y femeninas). Es decir que a mayor masculinidad mayor propensión al delito [10].
 
Ahora bien, asesinar a la propia pareja no representa ciertamente una conducta que contribuya al éxito reproductivo, menos aún si, como a veces ocurre, va acompañada del suicidio del agresor. De hecho es un acto extremadamente raro, que se produce en España con una frecuencia aproximada de un caso anual por millón de habitantes, pero que, como hemos visto, constituye una manifestación extrema de un tipo de conducta mucho más extendida, los malos tratos a la mujer. Y estos pueden ser interpretados como un instrumento del varón para imponer su control a la mujer, algo que sí pudo tener un sentido en nuestra historia evolutiva. Aquellos machos, humanos o prehumanos, que lograran establecer un monopolio sexual efectivo sobre la capacidad reproductiva de su pareja tuvieron sin duda mayores posibilidades de perpetuar sus genes. En ese sentido los celos son funcionales, pero conviene recordar que la perpetuación de los genes no constituye en sí un valor moral. Suponer que lo anterior podría servir de justificación para aquellos varones que se creen propietarios de sus mujeres supondría caer en la falacia naturalista de que lo natural es siempre bueno.
 
Si todo esto es así, el maltrato de la mujer por su cónyuge ha debido ser bastante frecuente en el pasado, algo que parecen probar muchos testimonios históricos. Y los episodios más violentos, incluso el homicidio, deben aparecer cuando los celos del varón se inflaman ante la sospecha de adulterio por parte de la mujer o cuando ésta pretende separarse de él, algo que confirman numerosos estudios. Dos psicólogos especializados en el tema, Enrique Echeburúa y Paz de Corral, han escrito que buena parte de la violencia doméstica tiene lugar “en el contexto de unos celos exagerados e incontrolados”, por lo que encabezan su lista de señales de alerta que indican el perfil del hombre potencialmente violento en el hogar con los rasgos de ser “excesivamente celoso” y posesivo” [11]. Y en un estudio sobre el homicidio de pareja en Málaga, Ana Isabel Cerezo comprobó que el año siguiente a la separación era el de mayor riesgo para la mujer [12].
Debemos añadir que la interpretación darwinista es también plenamente consistente con el hecho de que el maltrato a la mujer se da con mayor frecuencia en los estratos sociales más bajos. Según los psicólogos antes citados, ello se debe a que la carencia de recursos genera una mayor frustración que hace más probable la aparición de conductas violentas [13]. Y de acuerdo con la interpretación que estamos defendiendo, el sustrato evolutivo de esa frustración se hallaría en que la carencia  de recursos pone en cuestión la posibilidad de perpetuación de los genes.
 
Un antropólogo británico ha escrito recientemente que “hoy todos somos darwinistas” [14].  Quizá esa afirmación sea válida respecto a los antropólogos británicos, pero desafortunadamente no lo es en otros ámbitos. Si todos lo fueramos, entenderíamos mejor las raíces de problemas como el de la violencia contra la mujer y estaríamos por tanto en mejores condiciones para solucionarlos.
 
Conclusión.
 
La interpretación que acabamos de exponer sugiere que la reducción de la violencia que se ejerce contra la mujer en el ámbito familiar no es una tarea fácil, ya que dicha violencia responde a instintos que hemos desarrollado en nuestra historia evolutiva. Conviene sin embargo recordar que nuestras tendencias innatas se ven modificadas por el entorno en que se desarrollan, de manera que cuanto más violento sea el entorno en que vive un individuo más fácil es que recurra él mismo a la violencia. Esto explica la gran variabilidad que presentan las tasas de homicidio en el tiempo y en el espacio. Los ya citados Daly y Wilson han recogido algunos datos sobre las tasas de homicidio general y de uxoricidio en distintos lugares, cuya comparación con las actuales tasas españolas puede servirnos de base para una reflexión final [15].
 
La tendencia general es que la tasa de muertes de mujeres a manos de sus cónyuges o análogos sea mayor cuanto mayor sea la tasa general de homicidios, desde las tasas muy bajas de Islandia hasta las elevadísimas de algunas ciudades norteamericanas. Pero también se observa que el porcentaje de uxoricidios respecto al total de homicidios es más alto precisamente en las sociedades menos violentos. Esto significa que se trata de un tipo de homicidios poco frecuente en general, pero también menos variable en función del entorno social que otros tipos más comunes.
 
Homicidio y uxoricidio.
 
 
Uxoricidios anuales por millón de habs.
Homicidios anuales por millón de habs.
Uxoricidios en porcentaje del total
Islandia 1900-79
0,5
2,4
19,2 %
Dinamarca 1933-61
0,8
5,8
14,2 %
España 2000 (1)
1,1
17,2
6,4 %
N. Gales S. 1968-81
2,7
16,9
15,8 %
Canadá 1974-83
3,3
26,9
12,4 %
Philadelphia 1948-52
4,5
56,8
8,0 %
B. Horizonte 1961-5
5,6
68,5
8,2 %
Miami 1980
14,1
353,1
4,0 %
Detroit 1972
23,8
456,5
5,2 %
Según datos del Programa Estadístico de Seguridad del Mº del Interior.
Otros lugares: Daly y Wilson (1988).
 
En todo caso, hay motivos para la esperanza. La identificación de un problema social y el acuerdo en la necesidad de ponerle remedio representan los pasos más importantes en el camino de su solución. Y en la lucha por erradicar la violencia contra la mujer esos pasos los ha dado ya la sociedad española.


[1]  Debemos expresar aquí nuestro agradecimiento a los responsables del Programa Estadístico de Seguridad del Ministerio del  Interior por los datos facilitados, que lo han sido a través del Centro de Análisis y Prospectiva de la Guardia Civil. También agradecemos su colaboración al personal de este Centro.
[2]  No disponemos de datos detallados acerca de los casos conocidos por las policías autónomas vasca y catalana.
[3]  Los lugares y fechas en que se realizaron los estudios citados fueron los siguientes. Nicaragua: Managua, 1993. Chile: Santiago, 1997. Bangladesh: encuesta nacional en las aldeas, 1992. México: ciudad de Guadalajara, 1996. Suiza: encuesta nacional, 1994-1996 (incluye en la definición la ruptura de objetos). Canadá: encuesta nacional, 1993 (incluye en la definición la agresión sexual).. 
[4] Ana Isabel CEREZO DOMÍNGUEZ (1998): El homicidio en la pareja, Boletín Criminológico 37, Instituto Andaluz Universitario de Criminología.
[5] No aparece , por ejemplo, entre las siete “teorías explicativas sobre las causas de los  malos tratos” que  mencionan Patricia VILLAVICENCIO CARRILLO y Julia SEBASTIÁN HERRANZ (1999): Violencia doméstica: su impacto en la salud física y mental de las mujeres , Madrid, Instituto de la Mujer, págs. 55-66.
[6]  Puede encontrarse una introducción a esta teoría en el breve libro de Leda COSMIDES y John TOOBY, Qué es la psicología evolutiva. Sobre las diferentes estrategias sexuales de varones y mujeres véase: David M. BUSS (1996): La evolución del deseo, Madrid, Alianza Editorial. Para una interpretación de la violencia: Martin DALY y Margo WILSON (1988): Homicide, Nueva York, Aldine de Gruyter. Cabe hacerse una idea de los acalorados debates entre los psícologos evolucionistas y sus críticos en : Andrew BROWN (1999): The Darwin wars, Simon and Schuster, UK.
[7] Es obvio, por ejemplo, que el deseo sexual no implica a nivel consciente un proposito reproductivo, aunque resulta también evidente su contribución a la perpetuación de los genes
[8]  DALY y WILSON (1988), págs. 147-148.
[9] El porcentaje se reduce al 85 % en la Dinamarca de mediados del siglo XX, debido a la importancia relativa de la muerte de algunas niñas a  manos de sus madres respecto a una tasa general de homicidio particularmente baja.
[10] WALSH (1995), citado en V. GARRIDO, P. STANGELAND y S. REDONDO (2001): Principios de criminología, 2ª ed., Valencia, Tirant Lo Blanch, pág. 308.
[11] Enrique ECHEBURÚA y Paz de CORRAL (1998): Manual de violencia familiar, Madrid, Siglo XXI, págs. 82-85.
[12] CEREZO (1999), citado en GARRIDO y otros (2001), pág. 583.
[13] ECHEBURÚA y CORRAL (1998), pág. 79.
[14] Adam KUPER (1996): El primate elegido: naturaleza humana y diversidad cultural, Barcelona, Crítica, pág. 13.
[15] DALY y WILSON (1988), pág. 285.