La vida de todos a tiro de microchip

por Enrique Navarro, 3 de noviembre de 2011

(Publicado en Expansión, 3 de noviembre)
 
Para entender como puede ser el mundo en 2025, basta con echar una mirada a lo que ha ocurrido desde 1986. En los últimos 25 años hemos asistido a un vertiginoso desarrollo de la aplicación de la tecnología al campo de la seguridad. Hoy existen  miles de cámaras de videovigilancia en nuestras calles, autobuses etc; existen sofisticados sistemas de intervención telefónica o nuestras fronteras están rodeadas de sensores. Los conocimientos en el campo de la genética han abierto grandes posibilidades en la investigación de los delitos. Hoy en día, los satélites militares son usados para hallar laboratorios de droga, y aviones no tripulados detectan y atacan objetivos terroristas. El concepto de homeland security ha traído al campo de la seguridad todo el arsenal de tecnologías del campo militar y han dejado al pobre Gerd Wiesler, protagonista de “La Vida de los Otros” como un espía del siglo XIX.
 
El eterno dilema entre el estado Leviatan de Hobbes y la defensa de la condición del individuo como un ser libre de Locke, se acentuará con las posibilidades que abre el mundo de las tecnologías, hasta tal punto que llevada al extremo, la tecnología puede incrementar los niveles de seguridad a unos niveles insospechados en nuestra historia, pero el precio a pagar puede ser mayor en términos de restricciones a la libertad individual. Este trade-off sin duda constituirá un debate crucial en el futuro.
 
La globalización ha generado un sinnúmero de nuevas amenazas; Hoy la información y gran número de datos personales y financieros fluyen por Internet y los movimientos migratorios descontrolados así como las vías del comercio internacional se han convertido en las autopistas de la delincuencia internacional y de ahí acecharán los mayores peligros a nuestra seguridad.
 
Las tecnologías podrán permitirnos en el año 2037 prevenir y castigar gran parte de la delincuencia no organizada que existe en la actualidad y que genera más de 2 millones de delitos anuales que básicamente son cometidos por una población penitenciaria relativamente pequeña (70.000 en 2009) y con unos perfiles bastante determinados. Asimismo nos abrirán grandes puertas en la erradicación de la delincuencia internacional.
 
Todos los desarrollos tecnológicos de los que hablo ya existen y por tanto dentro de 25 años estarán plenamente comercializados. En 2037 no será posible conducir nuestro automóvil con tasas de alcohol; los sistemas de videovigilancia con sistemas de predicción automática de actitudes sospechosas estarán dispersos por centros comerciales, entidades bancarias, carreteras, autopistas; los vehículos tendrán sistemas de detección automática que reducirán de forma drástica el número de robos en vehículos que todavía hoy rondan los 50.000 al año y permitirá saber donde se han hallado en cada momento.
 
Los sensores de contenedores en aduanas y en puertos nos permitirán detectar su contenido de forma automática, localizando drogas o tráfico ilegal de personas; los sistemas informáticos permitirán rastrear de manera mucho más rápida y eficiente el lavado de dinero y los movimientos financieros sospechosos por los que al final fluyen los beneficios del crimen organizado. Sólo una delincuencia muy sofisticada podrá adquirir medios de autodefensa eficaces.
 
A partir de ahí las tentaciones pueden ser muchas con resultados muy efectivos pero que convertirían a un gobierno en un auténtico Leviatan, y con los antecedentes, puede que al final la mayor amenaza a nuestra seguridad pudiera provenir de los que tienen que proporcionarla.
 
El mundo de 2037 puede ser un mundo más seguro, pero al final no dependerá de las máquinas; dependerá de la medida en que las sociedades sean más formadas, en las que los valores resulten reforzados, y el respeto a la vida, la libertad y la propiedad se impongan como principios básicos de convivencia, y en esto las máquinas no serán de gran ayuda.
 
Señalaba anteriormente que la delincuencia organizada será sin duda la mayor amenaza a la seguridad, y veremos que, si no hay una acción concertada internacional, podemos asistir a la creación de estados fallidos dominados por las mafias internacionales de la droga. Un estado de derecho y democrático como España debe ser muy activo y vigilante en el control de esta forma de delincuencia evitando que nuestro país se convierta en refugio o mercado de traficantes. Ligada a esta delincuencia se origina la criminalidad más peligrosa y abyecta, que puede infiltrarse en las instituciones con la facilidad que provee el dinero fácil. Y contra este fenómeno la tecnología tiene poco que hacer.
 
Pero en 2037, tendremos unas herramientas de indudable eficacia. Para entonces podremos seguir y localizar billetes de 500 Euros; será factible controlar mediante microchips a personas reincidentes o con órdenes judiciales de alejamiento que nos permitirán conocer donde están y si están involucrados en actividades delictivas; todos los sistemas de comunicaciones serán fácilmente interceptados, millones de llamadas podrán ser rastreadas; las transacciones financieras por muy complejas que sean podrán seguirse con gran eficacia; la droga podrá ser detectada en laboratorios, puertos, embarcaciones, aeropuertos o en camiones con suma facilidad; los sistemas de observación tendrán una calidad que permitirá identificar a personas desde 30.000 pies de altura y las fronteras podrán volverse impermeables; si quisiéramos podríamos controlar lo que hacen millones de personas en tiempo real.
 
La seguridad es sin duda un pilar fundamental del desarrollo económico y en los próximos años los países y las empresas abordarán un gran gasto en seguridad. En el año 2037, Occidente gastará en seguridad tanto como en su defensa, por encima del 1% del PIB.
 
Pero la inseguridad formará parte de nuestras vidas como siempre lo ha sido, y nada podrá evitar que existan amenazas, pero los gobiernos tendrán a su alcance una panoplia de medios para incrementar de forma muy sustancial nuestra seguridad, previniendo delitos y disponiendo de mecanismos de inculpación mucho más sofisticados y determinantes.
 
Pero al final el debate siempre volverá a sus orígenes, demarcar la frontera entre la seguridad colectiva y la libertad individual; y el debate se acentuará a medida que sintamos la tentación de dar prioridad a la primera sobre la segunda.