La Unión (Soviética) Europea

por Rafael L. Bardají, 9 de septiembre de 2019

Hubo una vez en que Europa se dividía en un Occidente democrático y liberal y un Este, totalitario y comunista. No deja de ser una paradoja, pero a punto de cumplirse los 30 años del derribo del infame muro de Berlín, parecería que las tornas se han invertido y lo que tenemos en la actualidad es una Europa del Centro y Este amante de la libertad, el individuo, sus valores, derechos, obligaciones e identidad cultural, y un Occidente que se abraza desesperadamente al socialismo, la corrección política, al multiculturalismo, a la pérdida de raíces y valores y, en suma, al totalitarismo.

 

Y no me estoy refiriendo al auge de los partidos de extrema derecha. No. Señalo al establishment europeo que ha traicionado a sus conciudadanos nacionales en aras de una quimera federalista, supranacional y, como estamos viendo estos días, antidemocrática.

 

La UE, recordemos, fue puesta en pie por sus padres fundadores con tres grandes promesas: la continua prosperidad económica, la continua seguridad y la creciente libertad de sus ciudadanos. Pues bien, como ya sabemos, el famoso espacio europeo y todas sus derivadas, incluida el euro,  han sido incapaces de prevenir o aliviar el mayor de los shocks para el bienestar laboral y la riqueza de los europeos como ha sido la crisis de 2008, y no parece que 10 años después esté mejor preparada institucionalmente para hacer frente a la que se nos viene en cima. El progreso de los europeos no está garantizado ni muchísimo menos. Salvo, eso sí, los de las capas más altas y ricas, que siguen acumulando enormes fortunas, y las más bajas y pobres, incluidos inmigrante, que viven de los subsidios públicos. Capitalismo para los de arriba y socialismo para los de abajo, pero un infierno fiscal para los del medio. Esa es la realidad.

 

De la seguridad no es necesario hablar mucho. Desde el punto de vista exterior, nuestros ejércitos han servido más para alimentar intereses industriales concretos que para dotar de una autonomía estratégica al continente. Aún peor, con la transformación de la guerra y la amenaza creciente del terrorismo jihadista, no sólo la seguridad cotidiana de los europeos se ha visto gravemente sacudida, sino que la lucha contra el terrorismo pasa por una movilización mayor de los servicios de inteligencia y de las fuerzas de seguridad del estado, que por lasa fuerzas armadas, relegadas aunque contentas con las misiones de paz en el exterior y la recogida de inmigrantes ilegales y su traslado a suelo español, tal como manda el gobierno. Con una euro-orden que no funciona, la UE es impotente colectivamente para salvar a los europeos de la lacra del jihadismo. Máxime cuando muchos de sus gobiernos siguen apostando por la entrada masiva de inmigrantes procedentes del norte de África y oriente Medio. La victoria sobre el jihadismo sólo vendrá de una más estrecha cooperación internacional, esto es, entre naciones que compartan la misma visión y los mismos objetivos, no de una amalgama dispar que apenas se pone de acuerdo sobre qué es terrorismo.

 

Por último la libertad. Está claro que desde el punto de vista del comportamiento individual, Europa se ha movido durante años en la dirección de ampliar la libertad de comportamientos, particularmente en lo tocante a todas las cuestiones de género, desde la igualdad de derechos y oportunidades entre mujeres y hombres, así como la llamada “revolución sexual”. Sin embargo, a medida que el centro de atención se ha desplazado desde el individuo a la tribu, la libertad se ha degradado enormemente. De hecho, hoy lo que impera es la censura sobre la libertad de expresión, religión y comportamiento. La UE sólo ha servido para defender la libertad de quienes sólo la quieren para ellos y su tribu, olvidándose no hay del bien común sino del derecho que todos tenemos a gozar de las mismas condiciones de libertad. Y por lo que vemos, con los ataques a los carnívoros, el exacto color de verde de los guisantes que se comercializan, o la estandarización del diámetro y longitud de los condones (decisiones que han exigido sesudos estudios y debates en Bruselas), la EU sigue en la senda del recorte de libertades y sólo si se le resisten las naciones, se puede salvaguardad nuestra autonomía individual.

 

Es más, en el plano político la UE se ha manifestado continuamente como un Leviatán totalitario. Empezó con la presión para que franceses e Irlandeses repitieran su voto popular hasta transformarlo de un no inicial a la constitución europea a un si a la misma y ha acabado por reemplazar gobiernos enteros, eliminando de un plumazo a los dirigentes democráticamente elegidos con tecnócratas de su gusto, como en Italia. Por no hablar de la estrategia montada contra la decisión de los británicos de abandonar la institución, el famoso Brexit. Una organización que no respeta la voluntad popular de uno de sus miembros y que no tiene interés en contar con mecanismos para que uno de sus estados la abandone voluntariamente, no es una institución democrática, sino todo lo contrario.

 

El gobierno español y los partidos tradicionales podrán sacar pecho de haber logrado colocar a tal o cual de sus militantes en altos cargos de responsabilidad en Bruselas, pero eso es lo mismo que un reo a muerte felicitándose de contar con el mejor verdugo. La UE hace tiempo que dejó de ser la promesa que quiso ser y se ha convertido en un monstruo que, al igual que todo sueño de la razón, devora a sus hijos. En este caso las clases medias y trabajadoras. La alegría europea se la reparten y quedan los de arriba y los de abajo.