La UE en peligro ¿mala noticia?

por Joseph Stove, 10 de enero de 2011

 

Los discursos de fin de año de Sarkozy y de Merkel coincidieron en afirmar que el euro es bueno para sus respectivos países y que sin él proyecto europeo está en peligro. Estas declaraciones evidencian que, efectivamente, el euro causa problemas, que la crisis es profunda y que las medidas que se están tomando no son curativas, sino meramente paliativas.
 
El primer día de 2011 Estonia se convertía en el decimoséptimo miembro de la zona euro.  En la prensa internacional había comentarios que iban de la enhorabuena de unos al pésame de otros. Algunos socios del Este -Hungría, República Checa y Polonia- parecen tomar una postura más cauta respecto a su integración en la divisa europea. La crisis, con la reducción de ventajas para la eurozona, ha implantado el escepticismo entre los candidatos.
 
A su vez, el premier británico David Cameron auguró un difícil año y reconoció que se había vivido mucho tiempo por encima de las posibilidades reales del Reino Unido. “Cualquier persona con sensibilidad admitirá esto”. Ojo: los británicos no están en el euro.
 
Las declaraciones de Merkel y Sarkozy son el reconocimiento de una dolencia para la que no ven solución. La Canciller proclama que el euro es bueno para Alemania, y el Presidente cree que Francia no sería relevante sin la moneda europea. Por su parte Van Rompuy ya había declarado en noviembre que la eurozona vive una "crisis de supervivencia" por los problemas de deuda que afectan a los países periféricos y ha avisado de que si la eurozona se hunde también lo hará la propia Unión Europea.
 
Aunque es inevitable que los análisis de prensa, que nutren la opinión pública, se lleven a salto de caballo de los acontecimientos, quizás vaya siendo hora de que no nos dejemos llevar por los síntomas -por graves que sean, como el del euro-, y se fijemos la atención en la patología de base que sufre ese proyecto llamado Europa. Lo primero que debe plantearse es qué es la Unión Europea, porque sólo sabemos lo que no es: un estado.
Pero eso no le impide actúar como un “poder normativo”, ya que sus regulaciones afectan a cientos de millones de personas. La UE se ha convertido en uno de los principales entes de todo el mundo en la producción de leyes y otras normativas que regulan la vida cotidiana de las poblaciones que moran en sus confines. La extraordinaria amplitud y profundidad de su cuerpo legislativo, el denominado acquis communautaire, se ponen crudamente de manifiesto cada vez que se establecen negociaciones para una nueva admisión. Puede decirse que más de la mitad de las leyes y demás normas que regulan la vida de la población de los estados socios de la UE están promulgadas en Bruselas. Esas regulaciones afectan casi todos los aspectos de la vida de los ciudadanos.
 
Al adentramos en el análisis de la naturaleza de la Unión, nos encontramos que es una entidad mutante a la que no se han establecido límites tangibles, ni temporales ni competenciales. El lema “una unión todavía más estrecha” es el desiderátum de todo el proyecto y, a la vez, su motor. Es curioso observar como ese objetivo, de contornos evanescentes, se pretende alcanzar mediante la regulación de prácticamente todos los aspectos sociales, algo que, pretendidamente, terminaría unificando a la sociedad europea
 
El impulso intelectual de Maastricht no es igual al de los años 50 del Siglo XX. En los Tratados de Roma de 1957, que dieron lugar a las Comunidades Europeas, se estableció que la cooperación debería de ocupar el lugar de la rivalidad del pasado. El problema que aqueja hoy a Europa se deriva del paso de la cooperación a la unificación. La Unión camina hoy por una concepción que relega las circunstancias geopolíticas al desván de la Historia, que reconoce una visión posmoderna más allá del estado-nación -por lo tanto posnacional-, y que intenta implantar la supranacionalidad mediante la mera adhesión a instrumentos jurídicos y administrativos. Se suponía que esa adhesión generaría lazos sociales de solidaridad parecidos al sentimiento nacional. Entre medias, se impone una visión geoeconómica como alternativa a la geopolítica. De hecho, se preconizaba que el modelo europeo serviría de espejo al mundo y que el empleo del soft power sería la tendencia que conformaría el futuro de las relaciones internacionales. Por lo tanto, la Unión se iba constituyendo como un Imperio por adhesión, que colmaría las aspiraciones de los “pueblos” de Europa.
 
La realidad es bien distinta: el proyecto europeo es una creación top-down de una élite política y burocrática, que ignora, en gran medida, las necesidades y deseos de la población. Sin “demos” no existe entidad política, no existe un “nosotros”. Europa está muy lejos de alcanzar ese “nosotros”. Los eurócratas de Bruselas y los mandatarios europeos pasan con frecuencia por encima de los pertinaces datos de elecciones y referéndums que demuestran una y otra vez el desapego o indiferencia de la población a lo que viene de Bruselas. Si una consulta en un país resultaba negativa habría que repetir hasta que la realidad se ajustase al deseo. Pero cuando un socio europeo cae en bancarrota debido a su derroche, como consecuencia de su idiosincrasia o cultura política, se convierte en prisionero de las regulaciones del euro. Para el resto de los países son “ellos” los que deben de tomar medidas, porque “ellos” no entran en el “nosotros”.
 
Es difícil identificar el momento en que la Unión se pasó en la frenada, el instante en que traspasó el umbral de lo posible. Ese momento los europeos no se identifican con ella, ya que la política se ha sustituido por la burocracia y ésta, además de sensible, no tiene que dar cuenta a nadie. La prevalencia de los tratados sobre las constituciones nacionales es algo inédito y falaz. Las sociedades europeas no son conscientes del problema en el que están inmersas, porque su clase dirigente no se la ha explicado. Una espesa red de regulaciones tiende a cuadrar todas las situaciones, y si surgen problemas o desajuste, la solución será más regulaciones.
 
Los intentos de salvación del euro, sin seguridad de conseguirlo, pueden llevarse por delante la soberanía de varios estados y con ella sus democracias. La situación resultante para ellos sería algo parecido a las compensaciones que los vencidos tienen que pagar después de la derrota en una guerra. La alternativa para países como Grecia, Irlanda, Portugal, España…, es someterse a los dictados de Bruselas. Para nosotros significa encajar en la sociedad española las medidas que nos impongan sin que su puesta en práctica garanticen ningún futuro claro para España.
 
En mitad del camino de las reformas, las cosas pueden empeorar y, para salvar el euro, habrá que arrojar de Europa a los “periféricos”. Todo ello contando con que las sociedades de estos países permanezcan sumisas durante el proceso y asuman los sacrificios con el objetivo de seguir siendo “europeos”, pero ese aspecto no es controlable y seguro que habrá más de una nación que se niegue a perder su soberanía.
 
Merkel y Sarkozy, los dueños de la eurozona, así como Cameron, saben lo que ocurre y así se lo han hecho saber a sus ciudadanos. Saben que pase lo que pase no será lo mismo para Francia que para Alemania. Saben que sólo tienen dos alternativas, rebobinar el “proyecto europeo”, hasta su horma posible, o la huida hacia adelante. La primera  opción es la sensata, pero el mayor obstáculo para ser asumida por la clase dirigente es de índole ideológica. Rebobinar significa actuar desde una apreciable dosis de euroescepticismo, desde una profunda distopía, y eso es simplemente un pecado. Sería regresar al realismo, renunciar al optimismo, huir de la posmodernidad, contar con las poblaciones, rebajar el poder de los eurócratas. Duro camino.
 
La huida hacia adelante es unir la utopía europea al euro y establecer una política fiscal común, desarrollada en Bruselas y sin responsables de su implementación. De aquí al estado europeo va un suspiro y entonces el problema sería cómo realizar ese proceso y quien lo dirigiría. ¿Estarían en este estado los socios que no están en el euro y no tienen porqué modificar su status nacional? Los líderes europeos saben que para esta y otras muchas preguntas, no hay respuesta.
 
No es tan mala noticia que el proyecto de la UE esté en peligro. Alguien debería pegar un cartel en la Comisión de Bruselas con la leyenda: “Es la Historia y la geopolítica estúpidos”.