La Transición democrática (1975-1982)

por Carlos Bustelo, 9 de mayo de 2008

(Publicado en Actualidad Económica, 9 de mayo de 2008)
 
La transición a la democracia en España, que va desde la muerte del dictador en noviembre de 1975 hasta el traspaso ejemplar del poder de UCD al PSOE en diciembre de 1982, no puede entenderse bien si no se parte de tres hechos que, a mi juicio, son determinantes.
 
En primer lugar, la circunstancia histórica positiva que supone el crecimiento rápido y sostenido de la economía española desde el Plan de Estabilización y Liberalización de 1959.  Quince años que habían transformado la sociedad española, muy diferente ya de la España premoderna, rural y analfabeta de 1936.
 
En segundo lugar, una circunstancia histórica más bien negativa, no podemos olvidar que Franco muere en pleno apogeo de la socialdemocracia, del llamado “estado de bienestar”, que poco después demostraría su incapacidad para hacer frente a la “estanflación” que siguió a las dos crisis energéticas de 1973 y 1979.  De haber sucedido unos años más tarde, la transición no hubiera estado tan inspirada en los principios intervencionistas del Keynesianismo final ni hubiera reflejado un estatalismo tan acusado.  En los años ochenta, por ejemplo, ya no hubiera sido posible redactar en los mismos términos el capítulo III del Título I de la Constitución que se titula nada menos que “De los principios rectores de la política social y económica”, y que recuerda a la Constitución soviética de Brezhnev de 1977.
 
En tercer lugar, pero no menos importante, es que la transición fue reforma y no ruptura, hecha desde el franquismo y en la que gran parte de la izquierda desempeñó un papel muy secundario y a menudo contradictorio.  A pesar de tanta tergiversación como se ha intentado, el hecho evidente es que ni la izquierda hizo la transición ni el antifranquismo ha sido el fundamento de la nueva democracia.
 
Con estas tres circunstancias bien presentes, es posible interpretar con claridad las dos grandes contradicciones de nuestra transición: la contradicción económica, consistente en lanzarse todos juntos en consenso a la piscina socialdemócrata cuando ya estaba prácticamente vacía, y la contradicción política, más grave que la anterior, que fue alimentar sin necesidad las fuerzas centrífugas de los nacionalismos excluyentes.
Los líderes de UCD, mayoritariamente procedentes del régimen anterior, no fueron conscientes de que tenían casi todo el poder y casi toda la razón ideológica.  Tal vez eso suavizó el delicado proceso de la transición, pero plantó también la semilla de una sociedad que durante veinte años fue incapaz de crear empleo neto y fomentó el crecimiento de unas fuerzas nacionalistas reaccionarias que nos han llevado a la grave situación en que hoy nos encontramos.
 
Un año después de la muerte en su cama del dictador, en diciembre de 1976,  tuvieron lugar dos acontecimientos que arrojan bastante luz sobre la transición.  El PSOE celebró su Congreso XXVII en el que se proclamaba aún marxista y se proponía “construir un bloque anticapitalista de clase” y afirmaba que su “objetivo final es la sustitución de la empresa capitalista por la empresa autogestionada” y anunciaba un amplio programa de nacionalizaciones.  Al mismo tiempo, se celebró el Referéndum que aprobó la Ley para la Reforma Política, en el que propugnaron la abstención el PSOE, PSP, PCE, PNV, Asamblea de Cataluña y Galleguistas Independientes.  Los franquistas pidieron el “no”.  Pues bien, la participación fue nada menos que del 77,4 por ciento y los “síes” el 94.2 por ciento de los votos.  Los votos negativos el 2,6 por ciento.  Datos evidentes de que, un año después de la muerte de Franco, la izquierda, nacionalistas y franquistas no representaban todos juntos ni al 10% de los españoles.  Y tal vez por eso fue posible la transición.
 
La situación, por tanto, no podía ser más favorable para los gobiernos de Adolfo Suárez, que fueron capaces de desmontar el régimen anterior, en fase ya claramente terminal, y consiguieron aprobar la Constitución Española de 1978 apoyada por la inmensa mayoría del pueblo español.  Lo sorprendente es que en el corto período que va desde entonces hasta octubre de 1982, la UCD se deshace mientras el PSOE se transforma en un partido socialdemócrata a la europea, partidario de la OTAN y de la empresa capitalista.
El final tan lamentable del partido político que hizo con éxito la transición, la UCD, ha sido objeto de los más variados análisis.  El más válido a mi juicio es el que insiste en que la UCD no era un partido sino una coalición variopinta cuyo único elemento de cohesión y objeto social fue la transición a la democracia y que, una vez conseguida ésta, no tenía sentido continuar.  Pero habría que añadir a esa interpretación la confusión ideológica con que se movió siempre la UCD, prisionera de las circunstancias históricas que ya he comentado más arriba.  Los excelentes cuadros profesionales que integraban la UCD no fueron capaces de resistir la influencia de la última oleada de socialismo que asolaba Europa en aquel momento.  Es una lástima que no fueran capaces de prever e incorporarse a la revolución liberal conservadora que, con Margaret Thatcher y Ronald Reagan, iba a cambiar la historia económica del mundo pocos años después.
 
Durante la transición lo políticamente correcto era parecerse al gobierno laborista de James Callaghan en el Reino Unido o al partido socialista francés que preparaba el triunfo de François Miterrand en 1981 en Francia.  Hoy sabemos bien el elevado coste social que esos dos grandes países tuvieron que pagar por esos descarriados experimentos políticos.  Tal vez otro gran servicio de la UCD a España fue retrasar la llegada al poder del PSOE y evitar así un desastre mayor en nuestro país, mucho más pobre y vulnerable que nuestros ricos vecinos europeos. 
 
 
 
Durante los Gobiernos de UCD, Carlos Bustelo fue subsecretario de Comercio, ministro de Industria y Energía, presidente del Instituto Nacional de Industria y consejero del Banco de España.  En abril de 1980 dimitió como ministro de Industria.