La ronda Doha: Crónica de una muerte anunciada
por Jaime García Legaz, 11 de agosto de 2006
La suspensión de las negociaciones de la Ronda Doha ha sido todo lo contrario a una sorpresa. El director general de la OMC ha sido tan incapaz de cerrar un acuerdo en julio como los ministros de comercio lo fueron un mes antes, seis meses antes, en Hong Kong, o anteriormente en Cancún y Seattle. Agotado ya todo plazo razonable de negociación, y con un calendario político muy poco propicio para lograr avance alguno (elecciones al congreso estadounidense en noviembre, y expiración del fast track de la Administración Bush y elecciones presidenciales en Francia en 2007), sólo resta certificar oficialmente la defunción de la Ronda Doha.
Se veía venir. La reunión ministerial de Hong Kong desprendió a su fin un fuerte aroma a fracaso. Se quiso vestir éste de acuerdo de mínimos con un compromiso aislado (la eliminación de las subvenciones a la exportación agraria en 2013) que, aunque positivo, ni mucho menos tiene el alcance mínimo exigible a una Ronda de la OMC. La reunión de Hong Kong se cerró in extremis con un acuerdo para seguir negociando, o sea, sin acuerdo, y las cosas no han cambiado desde entonces. La ausencia de voluntad política para reducir la protección comercial en determinados sectores permanece inalterada, y con ella la imposibilidad de cerrar un acuerdo multilateral.
El fracaso de la Ronda Doha es muy grave, tanto por los muchos miles millones de euros anuales de renta perdida como, sobre todo, por los millones de de vidas que esa renta adicional permitiría salvar. Y es decididamente grave para la propia OMC, que desde su constitución en 1995 ha saldado con fracasos sus tres conferencias ministeriales y se ve abocada a cerrar una Ronda en falso, o con un acuerdo vacío que maquille el fiasco, algo que nunca ocurrió con el GATT en su medio siglo de vida.
El fracaso de la Ronda Doha tiene, además, responsables y paganos.
Los paganos y principales perdedores del colapso de la Ronda van a ser las personas que viven en situación de pobreza en los países más pobres. Por eso, entre otras cosas, a algunos nos parecen inmorales las posturas políticas proteccionistas de los países más ricos del mundo. Claro que igualmente inmoral nos parece el silencio cómplice de la mayoría de las ONGs para el desarrollo.
Los responsables del fracaso de la Ronda, por su parte, se dividen en tres grupos.
En el primero se inscriben la UE y los EE.UU. Ambos se siguen negando a eliminar o reducir suficientemente las medidas proteccionistas en el sector agrario: aranceles, contingentes y subvenciones a la producción. Argumentan que están dispuestos a avanzar en sus concesiones agrarias si otros bloques mejoran sus ofertas en los sectores industriales y de servicios. La realidad es muy otra: los gobiernos europeos y estadounidense están capturados por los lobbies agrarios y por terratenientes multimillonarios.
En el segundo grupo de responsables están los países del G-20, países emergentes de renta media con fuerte capacidad exportadora de productos agrarios (como Brasil o la India) que recriminan con razón a la UE y a los EE.UU. su proteccionismo agrario, pero que, al mismo tiempo, son tan proteccionistas como aquellos o más en los sectores industriales y de servicios. Temen la capacidad de penetración comercial de las empresas estadounidenses, europeas y japonesas, pero tampoco aquí cabe pecar de ingenuos. Sus gobiernos son muy sensibles (por decirlo suavemente) a los intereses oligopolísticos de las empresas nacionales, muchas de ellas propiedad de unas pocas fortunas multimillonarias. A la UE y a los EE.UU., como es obvio, les viene como anillo al dedo esta postura proteccionista para justificar la suya.
El tercer bloque lo integran países pobres de dos tipos. El primero es el de los aterrorizados por la capacidad competitiva de países como China, Corea del Sur o India.
Piensan (erróneamente) que no podrán sobrevivir si reducen su protección comercial, y temen además una caída a corto plazo de los ingresos públicos procedentes de los aranceles. Por eso bloquean el acuerdo final, aunque la excusa oficial sea la insuficiencia de las ofertas europea y estadounidense. Claro que aún puede ser peor. Porque hay otro grupo de países que de lo que no quieren oír hablar es de algo tan razonable e importante como la Agenda de Singapur. Son gobernantes de países en los que Marbella o Seseña son, a su lado, paraísos de la seguridad jurídica y a los que liberalizar las compras públicas o dotar de seguridad jurídica a la inversión extranjera produce tanta alergia como a los dirigentes de la dictadura cubana la palabra transición. Estos gobernantes no están dispuestos a renunciar a la capacidad de aplicar la tecnología digital (es decir, el dedo decisor) a las compras públicas o a la posibilidad de presionar a los inversores extranjeros, naturalmente a cambio de algo.
El problema de fondo de la Ronda Doha es que no hay ninguna señal de que los dirigentes políticos vayan ahora a caerse del caballo proteccionista y convertirse al libre comercio. Por eso ha fracasado la Ronda. Sólo hace falta que alguien se atreva a desconectar las máquinas y a publicar la esquela.