La Revolución francesa

por Pedro Fernández Barbadillo, 10 de noviembre de 2008

(Del libro La Revolución francesa. ¿Libertad o masacre? La verdad sin leyendas de Pierre Gaxotte. Áltera, Barcelona, 2008)

Pocos libros permitirán a su lector comprender las causas de la decadencia del mundo en que vivimos como éste.
 
La Revolución francesa de Pierre Gaxotte es un clásico del pensamiento contrarrevolucionario, a la altura de los discursos de Donoso Cortés, los ensayos de Carl Schmitt o la novela de Agustín de Foxá. Se publicó por primera vez en 1928 y desde entonces no ha dejado de reeditarse. La editorial Fayard, propietaria de sus derechos desde 1970, ha vendido más de 20.000 ejemplares desde entonces, cifra asombrosa para un libro crítico con las bases del régimen político y académico de Francia. Su autor, Pierre Gaxotte, fue secretario de Charles Maurras, fundador del movimiento político y cultural Acción Francesa, miembro de la Academia Francesa y columnista de Le Figaro durante varias décadas hasta su muerte en 1982.
 
Quien se acerque a la presente edición, hecha por Áltera, se encontrará con una portada impresionante: un monstruo antropomórfico que bebe la sangre que cae de unas guillotinas. Se trata de un dibujo inglés sobre la guillotina que forma parte de un pliego de ilustraciones de 24 páginas, todas ellas -a mi entender- inéditas en España.
 
Se trata de una reedición de la magnífica traducción de Cultura Española, hecha en plena guerra, y reimpresa de nuevo por Doncel en 1976. Desde ese año faltaba este libro en las mesas de novedades y las estanterías. Gaxotte fue capaz de compendiar en este libro, perfecto como un soneto de Quevedo, la caída del Antiguo Régimen y la irrupción de la Revolución.
 
Algunas de sus frases son antológicas y se repiten desde hace años en artículos y estudios: “El Terror es la esencia misma de la Revolución y la Revolución es una empresa de exterminio”, “Cuanto de cerca o de lejos toca al trono está atacado por la parálisis”, “¡Y ya están los servidores del Rey corriendo en auxilio de los enemigos del Rey!”, “En política el número no es nada, la acción lo es todo”, “Luis XVI practicaba la no resistencia al mal”.
 
¿Por qué triunfan los revolucionarios?, ¿por qué la monarquía tradicional cae? ¿Por el hambre?, ¿por la injusticia?, ¿por la avaricia de los poderosos? De ninguna manera. La razón no es material, sino espiritual. Los filósofos (los intelectuales) eran los déspotas de los salones, donde regalaban sus ideas igualitarias a obispos y marqueses. Esta descripción podría aplicarse al régimen zarista o al franquista: las instrumentos de opinión y doctrina (prensa, universidades, escuelas, academias…) se habían dejado en manos de los revolucionarios.
 
En las vísperas de 1789, todas las instituciones estaban sin pulso: el clero, la alta nobleza, el ejército… El propio rey se inclina ante los filósofos y duda de su razón para existir. Gaxotte no duda de la participación de los masones ni de potencias extranjeras en los tumultos (Inglaterra y Prusia daban dinero a los jacobinos y a personajes como Danton), pero el principal motivo del derrumbamiento de la Monarquía son la inanidad y la vacilación de los buenos, de los burgueses de provincias, de los campesinos, de los oficiales, de monseñores, que sonríen ante una calumnia contra la reina, participan por esnobismo en discusiones sobre la existencia de Dios o disculpan los excesos de los rebeldes.
 
Gaxotte, que escribe en el momento en que la III República masónica y liberal se tambaleaba ante las arremetidas de los comunistas y de los contrarrevolucionarios, reprocha la abstención de los franceses de orden, incluso en elecciones y referendos. Una constitución se aprueba con el 90% de la abstención. De aquí podemos sacar una conclusión que molesta a mucha gente incluso hoy: hay que participar en las elecciones; las urnas vacías no derriban a ningún gobierno; al contrario, lo refuerzan. Ahí está el caso de Cataluña donde la oligarquía ha construido un régimen en el que vota la mitad del censo y se abstienen precisamente los que podrían derribarlo.
 
Mediante unos golpes de mano limitados en el espacio a varios edificios de París (la Asamblea, los tribunales, los cuarteles de la milicia, el Ayuntamiento), diversos grupos se suceden en el poder y aceleran la revolución: los girondinos, el Comité de Salud Pública, la Convención y el Directorio. Cada uno devora al anterior. Para dominar emplean el terrorismo, el hambre, la sospecha y la inflación. No faltan incluso los planes para hacerse con el alma de los niños y modificar las costumbres: se elimina el domingo, se hace obligatoria la escarapela, se derriban las iglesias, se elabora un catecismo ciudadano… ¡La Educación para la Ciudadanía y la corrección política a finales del siglo XVIII!
 
Gaxotte describe uno tras otro episodios sobre asesinatos en masa, ejecuciones (en Rennes, traíllas de perros rodeaban la guillotina para lamer la sangre), saqueos, deportaciones (en un solo año, los revolucionarios deportaron a casi 10.000 sacerdotes a Cayena)… “Lyon hizo la guerra a la Libertad; Lyon ha dejado de existir” escribe el mando militar enviado a aplastar una resistencia al poder despótico. Se mata al azar, para robar o esparcir el miedo, con métodos que recuerdan a los de los comunistas en Rusia y España. Sólo un aparato de propaganda descomunal, junto con el complejo de las llamadas derechas, ha podido ocultar estos horrores.
 
Y la guerra. Para salvarse, la casta revolucionaria declara la guerra a toda Europa en 1792. La paz, subraya el autor, no regresaría hasta veintitrés años más tarde, después de Waterloo, en 1815. Pese a semejante orgía de destrucción (Francia dejó de ser el país más poblado de Europa y le superó Alemania), los admiradores de la Revolución y de sus frutos se empeñan en mostrarnos papelotes como la Declaración de Derechos del Hombre o la Constitución como faros de luz, aunque tengan que colocarlos encima de una montaña de muertos.
 
La Revolución concluye en 1799, con el golpe de Bonaparte. El general convertido en emperador envolverá un manto de armiño las ideas revolucionarias y sus soldados las esparcirán por toda Europa. ¡Qué paradoja! “Los doctrinarios de 1789 habían querido regenerar la Humanidad y reconstruir el mundo. Para escapar de los Borbones, los doctrinarios de 1799 se veían constreñidos a rendirse a una espada.” La lucha por la libertad había aumentado el despotismo.
 
La obra de Gaxotte es, sin exagerar, imprescindible.