La rabia como moda política

por George F. Will, 4 de abril de 2007

(Publicado en The Washington Post, 25 de marzo de 2007)
 
Muchas personas se enorgullecen hoy de su cólera como insignia de autenticidad: me enfurezco luego existo. Y tales personas hacen hervir la sangre a uno…
 
Durante la Guerra de 1812, una mujer extremadamente furiosa, célebre por su pelo largo, condujo hasta la Casa Blanca, se asomó del carruaje, dejó caer sus trenzas y proclamó que se privaría tranquilamente de ellas si eran utilizadas para ahorcar al Presidente James Madison. Esa anécdota, procedente de la biografía de Catherine Allgor sobre el Presidente, muestra que la teatral furia de hoy en día no carece de precedentes. Pero ahora existe un nuevo estilo de rabia; la furia como accesorio de moda, la indignación como prueba de buen carácter.
 
Bajo el titular 'Habitantes de San Francisco muestran su rabia contra la vigilancia de aparcamientos', el New York Times describía recientemente los abusos verbales y la violencia física -- hubo 28 ataques en el 2006 -- causadas a los funcionarios de seguridad de los aparcamientos en una ciudad que tiene un exceso de progresismo y una ausencia de lugares de aparcamiento. Aparcar es tan difícil que George Anderson, un experto en salud mental, ha dejado de dar conferencias allí porque su audiencia llega cabreada por sus frustraciones con el aparcamiento. Anderson representa a la Asociación Americana de Terapeutas del Control de la Rabia.
 
Por supuesto, San Francisco, un ejemplo de individualismo expresivo, está llena de gente con los nervios a flor de piel con los derechos, y ansiosa por rebelarse contra cualquier autoridad opresora, aunque está teniendo difícil encontrar alguna. Las únicas normas conciernen al aparcamiento.
 
No hay duda del motivo por el que los americanos están poseídos por la rabia: es democrática. Cualquiera puede expresarla, y es uno de los siete pecados capitales, lo que implica una susceptibilidad universal. De modo que en esta era orgullosa de haber logrado 'el rechazo a la reticencia', la exhibición de la rabia es pandémica.
 
Hay muestras de mal carácter -- en ocasiones tan teatrales como ordinarias -- de figuras conocidas en televisión o comentaristas que escriben con acidez (el incesante desprecio de Paul Krugman, la queja igualmente constante de Ann Coulter). Hay furia de carretera (y furia de aparcamientos cuando el parking del Whole Foods Market está embotellado con particulares expresivos que conducen Volvos y Priuses). La blogosfera es con frecuencia, como dice alegremente un blogger, 'un grito electrónico de desahogo'. Y por doquier abunda la rabia histriónica de gente corriente que se despacha en conversaciones cotidianas.
 
Mucha gente a la que le desagrada George W. Bush ha adoptado por lo que Peter Wood describe como 'rabia estática como medio de acción política'. La rabia es con frecuencia, dice Wood, 'un espectáculo a ser contemplado por una audiencia apreciativa, no una tentativa por ganar al indeciso'.
 
Wood, antropólogo y autor de A Bee in the Mouth: Anger in America Now, dice que la nueva rabia 'tiene con frecuencia el carácter ególatra de las artes escénicas'. Su libro es una explicación convincente, y por tanto deprimente, de la 'rabia chic' ; del motivo por el que la rabia se ha convertido hoy en la postura emocional polivalente. Ha logrado prestigio y se ha convertido en 'la credencial de pertenencia al grupo'. Como resultado, 'los americanos han estado dando salida a su frustración emocional en un enfado monótono'. Wood observa que existe 'vaguedad y elasticidad en los agravios' que presuntamente justifican la furia casi exuberante de hoy en día. Y la rabia es más permeable de lo que explicarían simplemente los agravios políticos. La rabia de hoy es un dispositivo superficial para afrontar la vida cotidiana. También es el atributo definitorio de un tipo de personalidad cada vez más común -- la persona que 'no siente nada de nada si no está enfadada'.
 
Ese tipo, crecido con el enfado, se utiliza para expresar la identidad. La rabia como expresión del ego más que su propia reivindicación. Wood argumenta, sin embargo, que conforme la cólera se convierte en el contaminante de la atmósfera social, no se convierte en signo de unicidad personal, sino en un impulso animal.
 
Hace mucho tiempo, los americanos admiraban los modelos de autocontrol, personas como George Washington o Jackie Robinson, que controlaban su cólera en lugar de exponerse a ser controlados por ella. Los héroes ficticios de América podrían estar enfadados, pero la suya era una rabia forzada -- Alan Ladd como francotirador en Shane, Gary Cooper como el policía de High Noon. Hoy, sin embargo, la cólera expresada -- contra más insultante mejor -- es calificada de señal de buen carácter y vitalidad emocional. Quizá esto no debería ser sorprendente, ahora que los americanos se inclinan por elegir presidentes que anuncian sus emociones -- 'Siento su dolor'. Como escribió la difunta Mary McGrory, Bill Clinton 'es un niño de su tiempo; cree más en el fuerte labio inferior que en el rígido superior'.
 
La política del desprecio -- léase el juicio de Howard Dean de que los Republicanos están 'cerebralmente muertos' y 'un montón de ellos nunca se ganó la vida honestamente en toda su vida' -- perjudica a la política al definir a los contrincantes como más allá del alcance de la razón. La rabia dirigida contra Bush hoy, al igual que la dirigida contra Clinton durante su presidencia, prolifera en su propia vehemencia.
 
Muchas personas se enorgullecen hoy de su cólera como insignia de autenticidad: me enfurezco luego existo. Y tales personas hacen hervir la sangre a uno…

 
 
Ó 2007, Washington Post Writers Group