La OTAN pasa por Lisboa
por Joseph Stove, 16 de noviembre de 2010
La OTAN después de la Guerra Fría
La situación actual en la región del Atlántico Norte es de un notable grado de estabilidad y de nivel de vida. Puede decirse que los fines para los que se creó la Alianza Atlántica se han venido cumpliendo. Alianza que aprobará un nuevo Concepto Estratégico los próximos días 19 y 20 de Noviembre, en la Cumbre de Lisboa. El documento final versará sobre una gran variedad de aspectos, pero la clave está en si dará respuesta a la cuestión fundamental: ¿Cuál es el futuro de la OTAN?
Es importante distinguir conceptualmente entre la Alianza como hecho político, y la OTAN como instrumento de naturaleza burocrática para cumplir el fin de aquella. El problema que se plantea es la posible incompatibilidad entre los fines constituyentes de la Alianza y la supervivencia de su organización, debido a la forma en que ésta ha orientado su actuación desde la desaparición de la Unión Soviética.
En el momento actual, descartando el juicio de intenciones y centrándonos en los resultados, habrá que admitir que el instinto de supervivencia de la OTAN desde el final de la Guerra Fría se ha materializado en que los Estados Unidos han extendido su influencia hacia el Este en el continente europeo, llegando incluso a penetrar en la esfera de influencia rusa, incluido el Cáucaso. Para muchos aliados, tanto veteranos como noveles, la pertenencia a la OTAN es un medio de obtener la protección americana de una amenaza ciertamente percibida. Para otros es la forma de obtener una garantía defensiva a un ”buen precio”.
La OTAN en Lisboa
En Lisboa se parte de una situación muy diferente a la que sirvió de base para la redacción del Concepto Estratégico de Washington en 1999. Dos cosas han cambiado: por una parte, la OTAN ha actuado en los últimos años sin límites geográficos definidos, y por otra, lo que hace nada eran potencias emergentes hoy ejercen su influencia de forma que un nuevo mundo multipolar es un hecho.
El nuevo Concepto Estratégico debería partir de una visón de la realidad, compartida por los aliados y lo más detallada posible; es decir, no plagada de generalizaciones y lugares comunes. Se debe admitir, en primer lugar, la realidad de la propia Alianza que es lo mismo que enunciar las realidades geopolíticas que se desarrollan en su seno, y su relación tanto con las nuevas potencias como con los actores no-estatales.
En cuanto a la Alianza hay que señalar que la inclusión de antiguos miembros del Pacto de Varsovia llevó a su seno nuevas sensibilidades estratégicas; lo que para la mayoría de los aliados era un “pasar página”, para los nuevos era una garantía de protección contra la influencia del Este. La expansión de la Alianza hacia el Este es hoy un hecho, y hay que asumir la nueva situación. La guerra de Georgia en 2008 enseñó que se deben respetar las zonas de influencia de las potencias, tanto tradicionales como nuevas, y que existen suficientes evidencias históricas de que estos espacios son fuente de conflictos.
Estados Unidos
Siguiendo con la Alianza hay que poner de manifiesto las diferentes percepciones de Europa y Estados Unidos. La evolución de la política mundial nos lleva a situar el foco de poder mundial en la cuenca del Pacífico, alejándolo del Atlántico. Washington, después de los ataques de 2001, interviene en Oriente Medio y Asia Central, a la vez que ha comprobado, en Irak y Afganistán, hasta donde puede contar con los aliados europeos. A ello hay que añadir los síntomas de una desmilitarización europea, siendo la rebaja de los presupuestos de defensa uno de los más evidentes.
Rusia
Rusia se ha recuperado en gran medida de la debilidad de los 90, y ha ejercido poder sobre el Este de Europa, empleando el suministro de energía como arma y cortando de raíz las veleidades atlantistas en el Cáucaso. La propuesta e insistencia de Medvedev de un Tratado de Seguridad Europeo y de acuerdos bilaterales con Alemania, Francia e Italia, demuestran claramente las intenciones del Kremlin de llenar cualquier vacío estratégico.
Turquía
Turquía es otra realidad geoestratégica singular. Ya no puede ser vista como el “tapón” del flanco Sur. Ankara busca su propia personalidad estratégica en la relación con los países de Oriente Medio, de los que podía verse como líder natural. Busca también unas singulares relaciones con Rusia, basadas en el comercio y en el interés compartido por zonas del Cáucaso. Pero al mismo tiempo, la situación interna de Turquía será elemento a tener en cuenta a partir de ahora, los intentos de entrar en una era posAtaturk seguro que tendrán importantes consecuencias.
Limites y roles para la OTAN
La actuación en Afganistán, la Guerra de 2008 en Georgia y las divisiones internas que la relación con OTAN produce en Ucrania son ejemplos de que la Alianza necesita definir sus límites y roles. La interminable retahíla de ocurrencias sobre su expansión, sobre su irrelevancia, sobre su partenariado con Rusia, etc, no conducen a ninguna parte y como en los tratamientos médicos peligrosos, la gravedad de los posibles efectos secundarios no compensa los beneficios.
La OTAN debe tomar en consideración los rasgos que definen la situación mundial y su propia trayectoria en las dos últimas décadas. El Concepto Estratégico de Lisboa debería determinar los intereses de la Alianza de una forma definida y no dejar que floten en el magma de los demonios que habitan por el mundo. En el ambiente fluido y poco predecible que nos ha tocado vivir, posturas como la búsqueda de relevancia mediante la asunción del papel de guardián del mundo es algo peligroso. Admitiendo cierta flexibilidad, se impone disciplinar el alcance del interés y, para ello, el tradicional ámbito geográfico de la Alianza debe de ser la referencia.
Aunque manteniendo el criterio de no señalar enemigos, el Concepto de Lisboa debería, estar más en línea con el realismo estratégico clásico que los anteriores. Ello llevaría a abandonar la terminología sin contenido y a emitir documentos comprensibles por las sociedades que componen la Alianza, que van a ser las destinatarias de sus ventajas y de sus sacrificios.
Las enseñanzas de las experiencias de Bosnia, Kósovo, Georgia y Afganistán deberían de ponerse en práctica. Entre otros aspectos se deberían valorar los inconvenientes de empeñarse en estériles, costosas, largas e inciertas empresas de construcción de países; evitar llevar a cabo actuaciones que atenten contra la integridad territorial de los estados, proporcionando oportunidades a grupos secesionistas; sopesar su expansión para no navegar a rumbo de colisión hacia las realidades geopolíticas de otras potencias o propiciar las vulnerabilidades propias mediante el empeño en actuaciones lejanas y costosas sin claros objetivos estratégicos.
En Lisboa no puede obviarse la crisis económica y su repercusión en las capacidades militares. La Alianza debe evolucionar hacia la meta de sus fundadores, una Europa integrada que acepte el peso de protegerse así misma, lo que propiciaría el debate de cuanto están dispuestos los europeos a pagar por su propia seguridad o, por el contrario, con qué tipo de amenaza están dispuestos a convivir.
El vínculo Trasatlántico sigue siendo esencial para nuestra civilización, para Europa, pero los Estados Unidos deberían ir traspasando más responsabilidad a los europeos hasta quedar como último garante de su integridad territorial. El documento de Lisboa establecerá los límites del consenso, pero ¿contestará a la pregunta sobre el futuro de la OTAN?