La nueva era atómica

por Rafael L. Bardají, 10 de septiembre de 2017

Publicado en La Gaceta, jueves 7 septiembre 2017

Cuando estudiaba me enseñaron que en el mundo de los estudios estratégicos, dejando al margen las modas efímeras, hay cuatro temas que tienden a repetirse cíclicamente. Uno de ellos parece ser el de las armas nucleares. Durante las décadas de Guerra Fría, el orden bipolar fue, esencialmente, un orden nuclear. La capacidad de destruirse mutuamente, obligó a moderar las ambiciones de las superpotencias, particularmente de la expansiva URSS. Las armas atómicas ni se volvieron a emplear tras Hiroshima y Nagasaki y su existencia pasó a ser “existencial”, esto es, que se tenían para disuadir, no para ser empleadas. Disuadir al otro de no hacer algo. Los sistemas atómicos, por su propia destructividad, pasaban a ser el garante de la estabilidad. Aunque dicha estabilidad a veces fuera frágil y fuera rehén de contratiempos tecnológicos. La Asociación de Científicos Atómicos –antinucleares a pesar de su nombre- diseñó un reloj del día del juicio final y mantuvo durante años a la humanidad a pocos minutos del apocalipsis.


Exagerado o no, lo cierto es que con la desaparición de la URSS en 1991, el mundo creyó superado el enfrentamiento Este-Oeste y con él, la centralidad de las armas nucleares. Psicológicamente pasamos de una era nuclear, a un mundo post-nuclear. Nadie volvió a preocuparse por disponer de un refugio atómico ni a temer un ataque nuclear. Como si las armas atómicas se hubieran desvanecido de la faz de la tierra.


Desgraciadamente, no de toda la tierra, como bien sabemos ahora. Mientras los occidentales celebrábamos los llamados “dividendos de la paz” con el cierre de bases militares, reducción de fuerzas armadas y descalabro de los presupuestos de defensa de manera generalizada, India y Pakistán agudizaron sus respectivos apetitos estratégicos con sendas rondas de ensayos nucleares en 1998 a la vez que Corea del Norte e Irán realizaban pruebas de misiles de medio alcance cuyo único sentido sólo podía ser albergar una cabeza de destrucción masiva. No lo vimos en ese momento, pero más tarde sabríamos que Libia estaba inmersa en un avanzado programa de enriquecimiento de uranio con fines militares.


¿Pero por qué una nación se esforzaría en desarrollar un arsenal nuclear, con lo costoso que es y con el riesgo de enfrentarse a la comunidad internacional? Pues bien, cuatro han sido las motivaciones que han estado detrás de cada programa nuclear: la primera, una cuestión de prestigio político, ser parte del club de los pocos, privilegiados y poderosos. Contar con armas atómicas le otorgó a Francia, y al Reino Unido por ejemplo, un status internacional muy por encima de sus posibilidades reales; en segundo lugar, como herramienta diplomática para extraer concesiones de otros países o la comunidad internacional.


La existencia de un programa nuclear le ha servido a Irán para recuperar miles de millones de dólares congelados en bancos extranjeros y librarse de un embargo tecnológico, entre otra serie de cosas, a cambio de paralizarlo temporalmente; en tercer lugar, un arsenal atómico se cree que “santuariza” al régimen que lo posee, es decir, que nadie en su sano juicio va a poner en peligro su continuidad si sabe que va a recibir un castigo nuclear devastador por ello. También se cree, como en el caso de Gadafi, que quien se deshace de las armas nucleares, queda expuesto a ser despojado del poder violentamente; y, en cuarto lugar, las armas atómicas se quieren para compensar deficiencias en las capacidades de defensa convencionales o situación es estratégicas muy desventajosas. Si se trata de armas poco sofisticadas, como represalia final tras encajar un ataque mortal o, si son modernas y tácticas, para cambiar el equilibrio en el campo de batalla.

Aunque los españoles somos campeones en reírnos de las situaciones más dramáticas y los memes relativos a Kim Jong-un es lo que domina en las redes sociales, la realidad es que Corea del Norte plantea un grave problema estratégico. Clinton supuso durante años que los líderes de Pionyang sólo buscaban extraer concesiones económicas y comerciales, amenazando con un programa nuclear que nunca acabaría en bomba. Cuando las evidencias destrozaron su visión del problema y se supo que Corea del Norte sí estaba desarrollando un arma nuclear, no se atrevió a hacer nada. El Presidente Bush se encontró ya con un país que estaba instalado en la senda nuclear, produciendo material fisible para cabezas nucleares e intentó montar un frente internacional, incluyendo a China, para presionar a los norcoreanos y que abandonaran sus ambiciones atómicas., en Vano. En 2013 Corea del Norte realizó su gran tercer ensayo nuclear bajo los ojos de un Obama desinteresado por el futuro de la península. Las sanciones no habían dados sus frutos y seguir confiando en ellas fue un ejercicio de puro escapismo. Que el que venga tras de mi, apechugue, fue su filosofía.

abrá muchos que vean cualquier intento no diplomático de eliminar el programa atómico norcoreano como una locura arriesgada que puede llevarnos a una guerra atómica si sale mal. Y en las cuestiones militares, como bien sabemos, todo tiende a salir si no catastróficamente mal, sí como nunca se habían planificado. Con todo, el verdadero problema vendrá de la mano de una Corea del Norte nuclearizada y con capacidad de proyectar su poder atómico a larga distancia. Por una sencilla razón: porque no sabemos cómo entiende Corea del Norte la utilidad y el potencial uso de sus armas atómicas. No parece que responda su ambición al deseo de prestigio ni tampoco a la negociación diplomática para extraer concesiones. Con lo cual, cabe imaginar que la preservación de su régimen despótico sí está presente. Que entienda las armas atómicas como utilizables en el campo de batalla es una posibilidad que no se puede descartar.

El presidente Trump ha afirmado que todas las opciones están sobre la mesa y que cualquier amenaza directa por parte de Corea del Norte se encontraría con una respuesta devastadora como nunca antes se ha visto. Yo no se si ejecutará en algún momento sus palabras pues depende de lo que a su vez haga Kim Jong-un. Pero sí se que hay algo muy claro para los planificadores militares americanos: de tener que recurrir al uso de la fuerza, mejor antes de que Corea del Norte pueda llegar con sus armas a suelo americano.

La crisis actual es mala; la crisis del mañana será pésima.