La negación del genocidio armenio
por Jeff Jacoby, 5 de septiembre de 2007
(Publicado en The Boston Globe, 22 de agosto de 2007)
¿Hubo un genocidio armenio durante la Primera Guerra Mundial?
Mientras estaba teniendo lugar, nadie llamó a la masacre de cristianos armenios a manos de los turcos otomanos 'genocidio'. Nadie podría: la palabra no se acuñaría hasta 30 años después. Pero aquellos que hacían asunto propio de decir al mundo lo que estaban haciendo los turcos encontraron otros términos para describir la masiva masacre de los armenios patrocinada por el estado.
En su extensa información acerca de las atrocidades -- 145 artículos solamente en 1915 -- el New York Times las describía como 'sistemáticas', 'deliberadas', 'organizadas por el gobierno' y 'una campaña de exterminio'. Un titular del 25 de septiembre de 1915 advertía: 'La extinción amenaza Armenia'. En lo que los turcos estaban enfrascados, decía un funcionario de la noticia que lo acompañaba, era 'nada más y nada menos que la aniquilación de todo un pueblo'.
El personal diplomático extranjero también se daba cuenta de que estaba contemplando un genocidio avant la lettre. Los informes consulares norteamericanos filtrados al Times indicaban que 'el turco ha emprendido una guerra de exterminio de los armenios, especialmente los de la iglesia gregoriana, a la cual pertenece el 90% de los armenios'.
En julio, el embajador norteamericano Henry Morgenthau telegrafiaba a Washington que 'el crimen racial' estaba en curso -- 'una tentativa sistemática por extirpar las pacíficas poblaciones armenias y... llevar la muerte y la destrucción sobre ellas'. Esto no eran estallidos de violencia al azar, destacaba Morgenthau, sino una masacre a nivel nacional 'concertada desde Constantinopla'. En sus memorias, etiquetaban la carnicería abiertamente como 'El asesinato de una nación'.
Otro diplomático norteamericano, el cónsul Leslie Davis, describía en detalle 'el reino del terror' que vio en Harput, y los cadáveres 'de miles y miles' de armenios asesinados cerca del lago Goeljuk. Las deportaciones masivas ordenadas por los turcos, en las que cientos de miles de armenios eran cargados en transportes de ganado y enviados a cientos de millas para morir en el desierto o a manos de escuadrones de la muerte, eran mucho peores que la masacre directa, escribía. 'En una masacre muchos escapan, pero una deportación de una pieza de este tipo en este país significa una muerte más larga y quizá aún más terrible para casi todo el mundo.
Otros testigos presenciales, incluyendo misioneros americanos, proporcionaba sobrecogedoras descripciones de las 'terribles torturas' mencionadas por Morgenthau.
Las mujeres y las niñas eran rapadas y violadas, y después obligadas a desfilar desnudas bajo el achicharrante calor. Muchas víctimas eran crucificadas en cruces de madera; mientras se retorcían de agonía, los turcos les reprochaban: '¡Ahora que tu Cristo venga y te ayude!' Reuters informaba de que 'en una aldea, un millar de hombres, mujeres y niños han sido presuntamente encerrados en un edificio de madera y quemados vivos'. En otro, 'cifras significativas de hombres y mujeres fueron unidos con cadenas y arrojados al lago Van.
Talaat Pasha, el ministro turco del interior que presidió la liquidación de los armenios, no hizo ningún secreto de su objetivo. 'El gobierno... ha decidido destruir por completo a todas las personas indicadas' -- los armenios -- 'residentes en Turquía', escribía a las autoridades de Aleppo. Un fin se debe poner a su existencia... y no se debe prestar ninguna consideración a la edad o bien al sexo, o a escrúpulos de conciencia'. Talaat dijo a Morgenthau que ya hemos dispuesto de las tres cuartas partes de los armenios; no queda ninguno en absoluto en Bitlis, Van o Erzerum. A las protestas del embajador, Talaat respondía concisa en que: 'no tendremos ningún armenio en ninguna parte de Anatolia.
¿Hubo un genocidio armenio durante la Primera Guerra Mundial? El gobierno turco lo niega hoy, pero el archivo histórico, recogido en trabajos como el contundente estudio de Peter Balakian, The Burning Tigris (HarperCollins, 2003) es aplastante. Aun así los turcos son incitados a su negación por parte de muchos que saben la verdad, incluyendo a la administración Clinton y ambas administraciones Bush, y destacados ex congresistas convertidos en miembros de grupos de presión, incluyendo al Republicano Bob Livingston y a los Demócratas Dick Gephardt y Stephen Solarz.
Particularmente deplorable ha sido la larga reticencia de algunas importantes organizaciones judías a llamar al primer genocidio del siglo XX por su nombre, incluyendo a la Liga Anti Difamación, el Comité Judío Americano, y el Comité Americano Israelí de Asuntos Públicos. Cuando Andrew Tarsy, director en Nueva Inglaterra de la ADL, salía la semana pasada en apoyo de una resolución del Congreso que reconoce el genocidio armenio, fue inmediatamente despedido por la organización nacional. Sacudida por la respuesta que siguió, la ADL finalmente se retractaba. El asesinato de un millón de armenios a manos de los turcos otomanos en 1915, reconocía ayer, fue 'realmente equivalente al genocidio'.
Ahora las restantes organizaciones deberían seguir el juego. Su falta de disposición a reconocer que los turcos cometieron genocidio se deriva del miedo a que hacerlo puede empeorar la situación de la apurada comunidad judía de Turquía, o pueda poner en peligro la crucial relación militar y económica que Israel ha forjado con Turquía -- la única de tales relaciones del estado judío con una nación musulmana importante. Ésas son preocupaciones honorables. Pero no pueden justificar mantener el silencio sobre el ataque más deshonroso a la verdad. La negación del genocidio debería ser intolerable para todo el mundo, pero por encima de todo para aquellos para los que 'nunca más' es un principio tan sagrado. Y en un momento en que la violencia jihadista desde Darfur hasta la zona cero ha derramado tanta sangre inocente, el disfraz de la jihad de 1915 solamente puede ayudar a nuestros enemigos.
El genocidio armenio es un hecho indiscutible de la historia. Vergüenza debería dar a cualquiera que rehúse decirlo.