La larga guerra. Sí, hemos estado en Irak 5 años y lo que falta; y sí, el resultado cuenta

por Clifford D. May, 27 de marzo de 2008

(Publicado en Townhall.com, 21 de marzo de 2008)

Hace 5 años este mes, las tropas americanas liberaron el Irak de Sadam Hussein. Y luego vino lo difícil.
 
La inteligencia americana se había equivocado respecto al arsenal de armas de destrucción masiva de Sadam: No las encontraron por ningún sitio. La mayoría de expertos académicos no había percibido las corrientes de extremismo y sectarismo religiosos fluyendo bajo la superficie secular de Irak. Los consejeros del Departamento de Estado y de la ONU resultaron ser inapropiados a la hora de establecer instituciones políticas democráticas de forma rápida y partiendo desde cero.
 
Los medios de comunicación habían minimizado la barbarie de Sadam: Había sido demasiado riesgoso informar en profundidad acerca de las fosas comunes llenas de disidentes; de las decenas de miles de kurdos gaseados hasta la muerte en sus aldeas; de los campos donde Sadam entrenaba terroristas para misiones en el exterior. Como consecuencia, pocos anticiparon cuán profundamente traumatizados estaban los iraquíes.
 
Y el ejército americano tan hábil derrocando a un dictador, no estaba preparado para la “guerrita” que vendría a continuación: Ataques terroristas contra iraquíes inocentes, por los que la “comunidad internacional” culparía, no a los autores, sino a Estados Unidos.
 
Al igual que la mayoría de estrategas militares de finales del siglo XX, el Secretario de Estado Donald Rumsfeld conceptualizó las guerras del siglo XXI como juegos de computadora. Supuestamente más que la sangre y el sudor, la tecnología avanzada iba a ser decisiva. Y se pensaba que en un lugar como Irak, Estados Unidos debería dejar una “huella” tan ligera como fuera posible porque la estrecha proximidad con soldados americanos seguramente incitaría a la gente del lugar a cometer acciones violentas.
 
El resultado de tantas equivocaciones y juicios erróneos fue catastrófico. 3 años después de la liberación del Irak de Sadam, al-Qaeda se había apoderado de gran parte del país. Otras áreas estaban bajo el dominio de subsidiarios iraníes, en caos, o al borde de la guerra civil.
 
El ejército de Irak había sido disuelto por el enviado americano, L. Paul Bremer. Las fuerzas americanas se encerraron en fuertemente custodiadas bases operativas de avanzada (FOBs, Forward Operating Bases por sus siglas en inglés) esperando por inteligencia aplicable que a duras penas llegaba. Y cuando lo hacía, las tropas salían en sus vehículos para batallar por caminos que sus enemigos habían sembrado de bombas.
 
Finalmente, después de la paliza electoral que sufrió el presidente Bush en 2006, se nombró a un nuevo Secretario de Defensa para el Pentágono, Robert Gates, y para el campo de batalla a un nuevo comandante, el general David Petraeus. Las fuerzas americanas partieron para liberar Irak - por segunda vez. 
 
La estrategia de Petraeus no era nada lógica. Le dio al enemigo más blancos y asignó a sus tropas a posiciones más vulnerables - fuera de las bien custodiadas bases y las dispersó por las tenebrosas calles. Pero una vez que los iraquíes entendieron por qué los americanos estaban allí - para defenderlos de los terroristas - suministraron un aluvión de inteligencia. Al poco tiempo, americanos e iraquíes luchaban hombro con hombro contra sus enemigos comunes, los islamistas.
 
Eso era algo histórico. Debería haber sido la gran noticia. Sin embargo, los medios de comunicación no estaban muy interesados. Como un reportero muy conocido me dijo: “Eso no importa”. Me dijo que lo importante no estaba sucediendo en Bagdad sino en Washington, donde los políticos estaban leyendo las encuestas y veían a los americanos desanimados y listos para retirarse antes de perder más.
 
Peor aún, grupos como MoveOn.org - que apostaron fuertemente por una derrota americana para poder culpar a Bush, Cheney y los “neocons” - tenían un plan bien financiado, el “Verano de Irak”, con el que iban a hacer que fuese insostenible para los miembros del Congreso seguir apoyando la misión en Irak. 
 
Lo que esta facción no tomó en cuenta fue el progreso asombrosamente rápido que Petraeus y sus tropas estaban logrando contra al-Qaeda y las milicias patrocinadas por Irán. Eso estuvo combinado con una batalla de ideas en el frente doméstico: Tenaces grupos a favor de la misión - por ejemplo Vets for Freedom, Families United, the American Legion, Veterans of Foreign Wars, Move America Forward, Freedom’s Watch - formaron una coalición sin ataduras pero efectiva que logró igualar los contactos congresionales de MoveOn.org y contaron cosas que la mayoría de los periodistas no hacía. 
 
Uno puede decir que la invasión de Irak fue poco sensata: antes de destinar tropas para librar una guerra, un presidente debería tener un entendimiento realista de lo que se puede lograr, en qué espacio de tiempo y a qué precio. Uno podría decir que la ocupación de Irak fue una metedura de pata.
 
Lo que uno no puede decir es que el cambio de régimen en Irak fuese injustificado: no si usted conoce el historial de Sadam, sus intenciones claramente anunciadas y sus vínculos con terroristas internacionales - incluyendo, como revela un nuevo informe del Pentágono, un grupo liderado por Ayman al-Zawahiri, ahora el segundo al mando de al-Qaeda.
 
Tampoco se puede decir que el resultado en Irak - el corazón del Oriente Próximo musulmán - será intranscendente para el resultado de la gran guerra emprendida por movimientos islamistas supremacistas y militantes con la intención de nada menos que la destrucción de Estados Unidos y Occidente.


 

 
 
Clifford D. May, antiguo corresponsal extranjero del New York Times, es el presidente de la Fundación por la Defensa de las Democracias. También preside el Subcomité del Committee on the Present Danger.
 
 
 
 
©2008 Scripps Howard News Service
©2008 Traducido por Miryam Lindberg