La última opción

por Rafael L. Bardají, 3 de noviembre de 2022

Yo, como europeo y buen cristiano, siempre he creído que mi mejor opción, esto es, la mejor alternativa para defender y promover la sociedad occidental y los valores sobre los que se ha fundado y desarrollado a lo largo de los siglos, era los Estados Unidos de América. Y que si éstos flaqueaban, la última opción era Israel. Por lo que veo en sus evolución social y política de estos últimos años -y de manera acelerada bajo el presidente Biden-, comienzo a ser escéptico de América mientras que con el retorno al gobierno de Benjamin Netanyahu, Israel gana muchos puntos. Aunque eso signifique que ya no me queda la mejor opción, sino solamente la última.

 

Israel condensa los rasgos de lo que ha sido Occidente: En tanto que Estado judío, ancla la religión del pueblo judío a su sentido nacional, independientemente de que acoja en su seno otras religiones; en tanto que economía capitalista o de libre mercado, ha abrazado la innovación como el motor de su desarrollo, obteniendo de la aplicación de sus programas de investigación la solución a muchos de sus problemas, de la irrigación por goteo dada la escasez de agua a la detección de potenciales terroristas según el movimiento incontrolado de sus músculos faciales; en tanto que nación sujeta al acoso y los ataques de muchos de sus vecinos, que se niegan a reconocer su existencia, el pueblo de Israel sabe que tiene que defenderse por las armas y está dispuesto a los sacrificios que ello conlleva.

 

De ahí que la izquierda europea que vio durante unos años en Israel el experimento socialista de rostro humano en la Tierra, no sólo se desencantó con el país y el pueblo judío sino que pasó a condenarlo por querer prosperar y por querer defenderse para no ser exterminado.

 

Hubo un tiempo en el que lo que era bueno para Coca Cola era bueno para América; y lo que era bueno para América era bueno para el resto del mundo libre y para quienes, bajo el totalitarismo comunista, aspiraban a ser también libres. Hollywood esparcía América por todo el globo y el sueño americano, la posibilidad de que con el esfuerzo propio se podía ascender en la escalas social y prosperar atraía y encandilaba a millones de personas que soñaban con una vida decente, una vida moral, una vida en torno a la familia, gracias al trabajo propio, el esfuerzo y el sacrificio.

 

Desgraciadamente, América ha sufrido una epidemia de wokismo en la que ha perdido el sentido de comunidad nacional para favorecer unas políticas tribales basadas en las identidades más absurdas; un wokismo que en su lucha contra toda autoridad lucha contra el papel tradicional de la familia para desplazarla del centro de gravedad social y que busca confundir, al querer borrar el sexo biológico como factores diferenciados entre hombres y mujeres, entre niños y niñas, en favor de autodefiniciones de mujer no binaria, hombre cuestionable, transgénero o sin género, según el capricho de cada cual y según con el pie que se levante ese día; un wokismo donde las universidades, en lugar de servir de sitio donde confrontar ideas, se convierten en espacios “seguros” donde cualquiera nimiedad es tomada como una ofensa y quienes osan a manifestar sus opiniones son “cancelados” para no molestar a una juventud que sólo quiere oír el eco de sus propias opiniones y evitar abrir los ojos ante la realidad, dura y cruel como siempre ha sido; un wokismo convertido en auténtico instrumento de censura de medios de comunicación y redes sociales, manipulación política incluida por parte de altos directivos de Twitter como hemos sabido tras su compra por Elon Musk; un wokismo que hace de los políticos comportarse como alcohólicos en un grupo de rehabilitación, dispuestos a cada momento a confesar sus supuestos pecados si no salvan el planeta, si no persiguen a los disidentes o si se muestran blandos frente a  todos los que no son de esta tribu.

 

Por otra parte, el capitalismo de amiguete que tanta y tan rápida riqueza ha traído al mundo financiero se ha construido sobre la ruina y el sudor de millones de americanos que luchan por mantenerse a flote en una sociedad donde el ascensor social no funciona y donde el trabajo menos cualificado y el industrial y agrícola se ve con desprecio.  Washington siempre se has visto como un lugar distante desde donde se quería controlar todo el país; ahora son las elites las que se ven aisladas del mundo real de la mayoría de ciudadanos, defendiendo a capa y espada sus privilegios y frustrando el famoso sueño americano. Donald Trump no creó la polarización política y social que aqueja a Estados Unidos, tan sólo la reconoció y se atrevió a hablar de ella y a buscar la terapia adecuada, pero no lo logró. El establishment se mostró más fuerte y decidido de lo que podía pensarse.

 

Esta rápida y corrosiva transformación social de América ha estado a punto de cuajar en Israel, un país donde el menor error estratégico acaba con su existencia. El gobierno rotativo salido de las urnas el año pasado y que ha tenido como primer ministro primero al conservador Bennet y luego al centrista Lapid, prácticamente hizo suyas todas las proposiciones woke que emanaban de Washington. Tal era su deseo de no confrontar con la administración americana. Supongo que unos lo aceptarían con resignación, al considerar  inevitable la dependencia de América y creer que al final, los americanos siempre hacen lo correcto; y otros lo abrazarían encantados al creer la tarea del líder es ir con las modas. Y, sim embargo, el wokismo es el corrosivo más potente al que Israel ha tenido que enfrentarse en los últimos años. Mucho más que las campañas BDS.  Primero, porque afecta a los dirigentes políticos de países aliados o parte esencial de Occidente, empezando por América; segundo, porque también se manifiesta en muchos jóvenes judíos americanos, británicos y franceses. Lo primero amenaza con ahondar la brecha entre Israel y sus aliados; lo segundo, abrir una herida profunda dentro de la comunidad judía. 

 

Con Biden al frente de Estados Unidos y con Lapid como dirigente de Israel, esa doble amenaza sólo podría crecer sin freno. Con Biden en Washington y Bibi en Jerusalem hay una posibilidad de contención. Netanyahu ha dado sobradas pruebas de que si tiene que elegir entre la seguridad del estado de Israel y su relación con el presidente americano, elige la seguridad del pueblo de Israel. Y no se amedrentará si tiene que frustrar un acuerdo nuclear con Irán que sea en detrimento de los intereses de su nación ni quedará paralizado ante las peligrosas ramificaciones de esta mentalidad woke que está destruyendo América desde dentro y que amenaza con saltar por los aires con todo Occidente.