La herencia de Macron
Como toda política, la francesa es hoy un equilibrio de fuerzas, distintas y distribuidas desigualmente entre los distintos actores. Distingamos tres. En primer lugar, la fuerza popular está del lado del Rassemblement Nacional, que con casi ocho millones de votos es la primera fuerza política del país. No sólo hoy con una tendencia al alza sostenida en el tiempo, sino con las mejores perspectivas futuras: los intentos por cercar a cada vez más millones de franceses son cada vez más difíciles y no impiden su avance. Pero en todo caso RN tiene los votos, pero no posee ni la opinión pública ni la calle.
La fuerza de la imagen y del discurso pertenece aún a Macron: las instituciones comunitarias, los grandes empresarios, la mayoría de los medios de comunicación han sido el gran soporte del Presidente, al menos hasta que éste a habierto las puertas a la extrema izquierda. La gran operación de propaganda que se inició en 2016 con la fundación de ¡En Marcha! (EM, sus iniciales) lo ha mantenido mal que bien en el poder hasta ahora. El último servicio ha sido la movilización total que este “liberalismo”, mezcla peculiar de progresismo moral y globalismo económico, generó con éxito tras la primera vuelta de estas elecciones, y que fracasó ayer. El macronismo ha sido una enorme maquinaria de propaganda, pero ni aún así ha sido suficiente: no gana elecciones, su gobierno es incapaz de controlar partes enteras de territorio francés y ha terminado dejando la iniciativa politica en manos de Melenchon.
Por fin, la fuerza bruta de la violencia pertenece al Nuevo Frente Popular. Las imágenes de la celebración del domingo por la noche en la Plaza de la República debieran hacer saltar todas las alarmas: El NFP es una mezcla de resentimiento woke y LGTBI, antisemitismo explícito y revanchismo y gangsterismo callejero. los franceses se han acostumbrado con una pasmosa facilidad a tolerar que estos grupos generen disturbios callejeros de enorme gravedad cada vez que concurren a unas elecciones, ganen o pierdan. ayer ganaron y el resultado fueron disturbios provocados por ellos mismos por media Francia. Aún existe en este país cierta visión romántica del Frente Popular de 1935 que llevó a Lèon Blum al poder un año después. La comparación no puede ser más peligrosa. Hoy el Partido Socialista es una minoría desprestigiada y despreciada por sus compañeros de aventura; Melenchon representa el comunismo revanchista y no sólo aspira a estar en el gobierno, sino a poseerlo; y todo el bloque reacciona sólo con los estímulos de su parte más violenta y radical, que pide sangre, ya sea judía o francesa. A ella, a la peor tradición republicana francesa, han llamado desde las redacciones, las televisiones y Bruselas para salvar a Francia del RN, cuando lo que busca es salvarla de su régimen constitucional.
Salgan como salgan las alianzas y las aritméticas parlamentarias, una cosa está clara: a partir de hoy ni un sólo metro cuadrado de territorio francés será recuperado para la legalidad de la V República. Ese es el legado de Macron y del macronismo.