La farola, las llaves y el borracho

por Rafael L. Bardají, 30 de julio de 2019

Todo el mundo conoce el viejo chiste del borracho que, dando tumbos, intenta encontrar las llaves de su casa, que ha perdido, bajo una farola. Un generoso viandante que se apresta a ayudarle, le pregunta:¿Por dónde se le han caído? Y el borracho responde: “más atrás, calle arriba”, a lo que el viandante le dice: ¿pero, entonces, por qué las busca aquí?, con lo que el borracho, con toda su lógica, le contesta: “toma, porque aquí hay luz”. ¿Qué quiero decir con todo esto?  Pues que a menudo sólo vemos lo que la luz nos deja ver y no somos conscientes y nos perdemos cuanto hay más allá, a su alrededor.

Por ejemplo, para un partido como Vox, que viene de una larga travesía del desierto, ausente de las instituciones públicas, puede verse tentado a interpretar la realidad desde su nueva posición en las Cortes, asambleas autonómicas y ayuntamientos y llegar a vivir como  única opción posible su actividad parlamentaria e institucional. El complicado arranque de la legislatura y las difíciles negociaciones con PP y C’s para formar gobierno allí donde las tres fuerzas sumaran más que la izquierda, ha podido dar esa impresión. El partido queda en un segundo plano tras los responsables de las negociaciones y los portavoces, al menos mediáticamente hablando.

Santiago Abascal dijo hace meses en una intervención en el Club Siglo XXI, que Vox, al día siguiente de las elecciones andaluzas, contaba con mas diputados que personal trabajando para el partido. No se si seguirá siendo el caso, aunque creo que sí, dado que Vox cuenta con 24 diputados en el Congreso, un senador, tres europarlamentarios, decenas de parlamentarios autonómico y bastantes más concejales, y la plantilla del partido no ha crecido tanto, porque no hay necesidad. La cuestión no es que el aparato del partido aumente, sino que sus responsables, la mayoría hoy con escaños o puestos de representación, sigan ejerciendo las riendas de la formación.

Cuando un partido político llega al gobierno, su grupo parlamentario pierde protagonismo (y el partido aún más) porque lo que importa es la acción ejecutiva, con todos los altavoces que conlleva. El parlamento queda supeditado al dictado del gobierno porque nuestra democracia es débil en ese sentido y no permite más que el férreo control partidista de los parlamentarios, quienes votan en bloque. Cuando un partido obtiene una importante representación parlamentaria, el grupo en el parlamento también suele imponerse en densidad mediática y poder a la estructura del partido. Pero cuando un partido es relativamente de reciente creación y sus parlamentarios no cuentan con todas las herramientas institucionales para ejercitar su labor (por ejemplo, no tener representación en la mesa), dejar que el peso de la acción política recaiga en la actividad parlamentaria puede conllevar un cierto riesgo.

En primer lugar, porque pasar de no estar a estar presente en muchas instituciones exige una estructura de partido lo suficientemente fuerte como para hacer frente a la diversidad regional, al aumento de talla y al cambio de funciones. Y para que todo eso funciones, la figura de un secretario general, activo, centrado y con poder, es indiscutible. Yo creo que por sus aptitudes y experiencia, Javier Ortega Smith es la persona ideal para hacer frente a todos los nuevos retos que se abren ante Vox en esta nueva fase de su vida.

En segundo lugar, porque nunca se sabe lo que pueden deparar futuras elecciones. Que se lo digan, por ejemplo, al PP de Casado y su dramática caída que se suma a la reducción ya importante bajo Rajoy. Una reducción drástica e in esperada de parlamentarios cuando es el grupo parlamentario quien lleva las riendas sólo puede causar confusión y debilidad en un partido en recomposición. Que yo no digo que vaya a ser el caso de Vox, pero en una buena planificación hay que tener siempre en cuenta el peor de los escenarios imaginables. Y me da igual estar pensando en noviembre de este año o dentro de cuatro años.

Pero hay algo más profundo, creo. Por mucho que satisfaga tener a los periodistas delante de una rueda de prensa y que se retransmitan las intervenciones (eso, si, siempre y cuando no corten para publicidad y toda la panoplia de trucos antidemocráticos de nuestros medios que odian visceralmente a Vox), la realidad es que el parlamento no es precisamente la institución más seguida por los españoles. Como cámara de reverberación tiene sus límites, me temo. 

Lo he dicho antes y lo vuelvo a repetir ahora: en mi opinión, Vox no es un partido político cualquiera. Su fuerza le viene dada por su capacidad de conectar con muchos españoles que no ven en los partidos tradicionales más que aparatos volcados en si mismos y orientados a promover sus exclusivos intereses, por mucho que se envuelvan en la bandera de los intereses de todos los españoles. Si Vox se contentase con jugar según las reglas impuestas por los demás, acabaría perdiendo su atractivo. Sí, es verdad que ya millones de españoles tienen alguien que amplifique su voz en las instituciones, pero los españoles siguen donde estaban, fuera de ellas, en la calle. Y es ahí donde está el futuro de Vox.  Que la luz puesta sobre los parlamentos no nos nuble la vista. Hay mucho y bueno más allá de la farola.