La descomposición del Oriente Medio

por Rafael L. Bardají, 25 de abril de 2014

(Publicado en Cuadernos de Pensamiento Político, nº 42, 20 de abril de 2014)

 El final de 2013 supuso una fuerte sacudida para los países de Oriente Medio y el Golfo: El Assad pasaba a ser considerado el mal menor por parte de los occidentales frente a la oposición islamista que le amenazaba; Los Hermanos Musulmanes en Egipto eran derrocados, encarcelados, perseguidos y, finalmente, prohibidos y tildados de organización terrorista por las nuevas autoridades salidas del golpe militar; los Estados Unidos lograban un acuerdo con Irán que rehabilitaba esta nación ante la comunidad internacional, otorgándole una creciente influencia regional; la brecha dentro del frente sunní, entre populistas como Qatar, y tradicionalistas, como Arabia Saudí, se hacía palpable, sumándose a la fractura histórica entre chíies y sunníes; y, no menos importante, Washington seguía infatigable su senda de distanciamiento de su principal aliado en la zona, Israel.

 
El año 2014 no va a traer más estabilidad a la zona, sino que las fracturas entre campos, fronteras, religiones y aliados se van a agudizar. A continuación describimos algunas de las cuestiones que permiten pensar por qué va a ser así.
 
 
El año de Irán
 
En la última década, desde que en 2002 se conoció la dimensión militar secreta del programa nuclear iraní así como sus diversas instalaciones, la comunidad internacional, bajo el liderazgo del grupo denominado P5 + 1 (los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU más Alemania), ha buscado detener el programa nuclear de Irán y eliminar su dimensión militar. Básicamente se trataba de que a través de sanciones, presiones políticas y amenazas militares, los ayatolás renunciaran a la bomba atómica. La ONU pasó sucesivas resoluciones de condena, impuso sanciones y tanto los EE.UU. como la UE fueron capaces de poner en macha un régimen severo de castigo comercial, financiero y económico, como nunca antes.
 
Sin embargo, todo ese esfuerzo laboriosamente puesto en marcha a lo largo de muchos años saltó por los aires con el anuncio por parte norteamericana de que, tras un año de conversaciones secretas y directas con los iraníes, Irán estaba dispuesta a firmar un acuerdo provisional y detener su programa nuclear.
 
Ese acuerdo interino o Plan de Acción Conjunto, preludio de un marco final de cooperación, se firmó el 24 de noviembre de 2013 en Ginebra y entró finalmente en vigor, por un periodo de seis meses, en enero de este año 2014.
 
Lógicamente, su principal valedor, la Casa Blanca, calificó el acuerdo de “histórico” porque congelaba las capacidades de enriquecimiento de uranio iraníes, mientras que el Primer Ministro Netanyahu lo calificaba de “error histórico” porque entendía que lo que Irán prometía (básicamente no instalar más centrifugadoras) no valía lo que la comunidad internacional iba a pagar a cambio: el levantamiento progresivo de sanciones. Su postura era clara: cualquier acuerdo que no supusiera desmantelar de verdad la capacidad de Irán de romper con el Tratado de No Proliferación en un corto plazo de tiempo, cualquier acuerdo que no significara reducir significativamente la capacidad iraní de dotarse de un arsenal nuclear, era malo por definición. Dar dinero a cambio de una mera congelación del programa era tanto como dar un balón de oxígeno a un régimen al borde del colapso, dejar que se recompusiera y permitirle volver a retomar y acelerar su carrera hacia la bomba cuando le conviniese.
 
Es cierto que Teherán ha cumplido hasta la fecha con los compromisos adquiridos en Ginebra. Es más, de acuerdo con el último informe de la AIEA de Viena, Irán ha reducido su stock de Uranio al 20% en los 34 kilos que había añadido en los últimos meses, entre las negociaciones de Ginebra y la entrada en vigor del acuerdo, aunque no ha reducido el número de centrifugadoras (de hecho ha anunciado la instalación de 8 mil más), operando 19.286 en 116 cascadas y retiene 8 toneladas de Uranio enriquecido al 3’5% (susceptible de ser llevado a grado militar y suficiente para poder construir 7/8 bombas). Por el contrario, no ha instalado nuevos componentes esenciales en el reactor de Arak.
 
A finales de febrero, se abrió una nueva ronda de conversaciones, esta vez orientada a definir la agenda y los objetivos del Acuerdo marco que deberían acabar firmando las partes. Mientras que los oficiales del P5+1 indican que sus demandas van en la dirección de exigir a Irán no sólo que “congele” sino que desmantele parte de su infraestructura nuclear, los negociadores y responsables iraníes han expresado su rechazo a perder una sola de sus centrifugadoras.
 
El hecho de que ante el anunciado inmovilismo iraní los occidentales hayan avanzado su buena disposición a extender otros seis meses el acuerdo interino para dar más tiempo a alcanzar un acuerdo mutuamente satisfactorio para todos, que ministros de exteriores y responsables de la UE hayan viajado con delegaciones comerciales a Teherán, acelerando la erosión de las sanciones que, en teoría, aún deben continuar, así como la marginación política de un incidente tan relevante como el apresamiento de un cargamento de misiles y otras armas iraníes camino de Hamás en Gaza, no permite que los dirigentes israelíes puedan ser muy optimistas acerca del contenido del acuerdo final con Irán.
 
Y no debieran serlo, en cualquier caso. Porque la verdad es que estas conversaciones están encaminadas no a acabar con el escenario de una bomba iraní, sino a la normalización de las relaciones políticas con Irán y su reentrada en la escena política regional como una nación más. Si el precio de esta “normalización” es conceder el status de potencia nuclear a Irán en una situación de “ambigüedad estratégica”, esto es, contar con todos los componentes y capacidades para construir un arsenal nuclear, pero no pasar a hacerlo, el acuerdo se firmará. Satisfacería a los europeos, ávidos de comerciar, y a Estados Unidos, deseosos de eliminar otro escenario bélico en la agenda de, no lo olvidemos, el Presidente premio Nobel de la Paz.
 
Sin embargo, esta condición para Irán de “potencia nuclear virtual” no es del arado de todos, más allá de Israel. Arabia Saudí, el otro aliado de Norteamérica en la región, también se ha mostrado supercrítica con la política de concesiones del presidente Obama hacia Irán.
 
En un artículo de opinión publicado en el New York Times el 17 de diciembre y titulado “Arabia Saudí actuará sola” el embajador saudí en el Reino Unido, Muhammmad bin Nawaf bin Abdulaziz al Saud, criticaba duramente a Occidente y en especial a los EE.UU.) por “permitir la supervivencia” del régimen de el Assad en Siria y por “permitir que Irán continuase con su programa de enriquecimiento, con todos los peligros asociados” . A la luz de la falta de credibilidad de las potenciales occidentales y de su deseo de llegar a un acuerdo a cualquier precio, a Arabia Saudí “no le quedaba más opción que ser más firme y decidida en la arena internacional” y “cumplir con sus obligaciones con o sin el apoyo de los socios occidentales”.
 
La declaración, claramente una ruptura con la tradicional dependencia estratégica del reino hacia los estados Unidos, pronto se vio acompañada de sucesivas actuaciones. Riad lanzó una ofensiva diplomática en el seno del Consejo de Cooperación del Golfo con el objetivo de ganarse a los pequeños reinos del la zona frente a Irán y en apoyo de su opción de independencia estratégica. Y aunque los acontecimientos se producen en la región a cámara lenta , el hecho de que a comienzos de marzo Arabia saudí y sus aliados (Kuwait, Bahrein y los Emiratos) retiraran conjuntamente y al unísono sus embajadores en Qatar, no deja de ser una prueba de que la determinación de ejercer un nuevo liderazgo por parte de Arabia Saudí es real.
 
En todo caso, la casa Saud no busca una ruptura frontal y prematura con América, ni se puede permitir una confrontación abierta en estos momentos con Irán, de ahí que lo visible sea una extraña mezcla para la mente occidental de confrontación y cooperación: los responsables saudíes firman un acuerdo técnico de cooperación nuclear con Japón al mismo tiempo que se dialoga sobre cooperación militar con Pakistán (ambos países visitados hace pocas semanas por el ministro de defensa saudí, el Príncipe Salman bin Abdulaziz); a la vez que se colabora en la estabilidad del nuevo gobierno del Líbano con Irán, se lucha contra sus intereses en Siria y se preparan para el escenario de un Irán nuclear con todos sus medios. Pero no debemos confundir intereses y movimientos tácticos con la orientación estratégica, que es clara.
 
La aceptación occidental de un Irán con derechos nucleares para mantener el enriquecimiento (esto es, un acuerdo que permita retener una capacidad, aunque sea mínima de enriquecimiento de uranio) será durante todo este año un caballo de batalla entre el principal valedor del acuerdo con Irán, la Casa Blanca de Obama, e Israel y Arabia Saudí. Hay quien incluso especula con una futura cooperación entre Jerusalén y Riad frente a Irán. A medida que se acerque el acuerdo, las tensiones aumentarán, rompiendo el eje de alianzas tradicionales en la zona.
 
 
El Assad, ese hijo pródigo
 
A finales de 2013, la política declarada por parte de Estados Unidos y sus aliados de que Basher el Assad no podía continuar al rente de Damasco, fue definitivamente enterrada. El auge de los grupos jihadistas vinculados a Al Qaeda en el seno de la oposición a el Assad asustaba ya más que el brutal dictador sirio a quien se veía como el mal menor.
 
Ciertamente, la falta de capacidad real por parte de los grupos opositores y la marginación prácticamente total de los más pro-occidentales se debía en gran parte a la ausencia de apoyo y ayuda desde Occidente. Algo que hizo enfurecer a los saudíes.
 
Sin embargo, el abrazo no explícito por parte de Norteamérica y sus principales aliados a el Assad se complicaría a comienzos de este año con la campaña de bombardeos indiscriminados (con sus tristemente famosos barriles de la muerte) por parte del ejército sirio a ciudades y barrios donde la oposición se había hecho fuerte. El recurso a la hambruna como arma de guerra y las imágenes con las que los ciudadanos occidentales desayuna todos los días, no permite una fácil aceptación del régimen sirio en ningún proceso de paz. Así y con todo, la Casa Blanca se empeñó en forzar una salida diplomática ante su horror de a) tener que armar a los rebeldes; o b) tener que intervenir directamente. Para desgracia de la nueva estrategia americana, las negociaciones de Ginebra fueron un estrepitoso fracaso y no se espera que se reanuden. En su segunda ronda, a mediados de febrero, los delegados sirios no tenían el más mínimo incentivo para negociar, sabiendo como sabían que los occidentales estaban más preocupados con los jihadistas que con las atrocidades de sus soldados y milicianos y porque la oposición se encontraba tan dividida como en meses anteriores.
 
El temor a una oleada de terroristas bien entrenados y curtidos en el campo de batalla que puedan regresar a Europa y conducir en nuestro suelo su guerra santa no es baladí. Interpol calcula en unos 2000 europeos que han viajado a Siria para luchar allí (unos 100 desde España). Pero eso no puede conducir a la parálisis política. Cuanto más se prolongue el conflicto, más guerrilleros pasarán por allí y más grande será el riesgo aquí. Por no hablar del sufrimiento de los civiles o de las implicaciones de los refugiados en países vecinos como Jordania.
 
Si la vía diplomática quería ser revivida en alguna forma por los Estados Unidos, ésta va a resultar más que difícil tras el enfriamiento de relaciones entre Norteamérica y Rusia con motivo de la crisis de Crimea y Ucrania. Y es que la Pequeña Guerra Fría que se fragua hoy entre ambas partes también tiene su reverberación en oriente Medio.
 
Salvo que Obama se inclinara por castigar a Rusia en Siria, privándole de su protegido el Assad –cosa poco probable en estos momentos- todo apunta a que la guerra continuará y con ella el enfrentamiento entre sunníes y chiíes, entre Irán y Hezbollah por un lado, Al Qaeda por otro, y, finalmente, los grupos financiados y armados por las monarquías del Golfo. Pero incluso aquí se está viendo un cambio de intereses. Mientras que durante todo 2013 lo importante para Arabia Saudí era armar con sistemas sofisticados a los rebeldes, incluidos grupos extremistas y jihadistas (ya que lo importante era acabar con el Assad), el miedo al auge del jihadismo, principal enemigo de la estabilidad de las monarquías del Golfo, les lleva a ser más selectivos y cuidadosos en este 2014. Tanto Arabia Saudí, como Bahrein y Kuwait han prohibido hace pocas semanas que sus ciudadanos viajen a Siria para unirse a la oposición. El apoyo de Qatar a grupos radicales también está en esa creciente fractura del ámbito sunní y que tenderá a agudizarse en los meses que viene.
 
Por último sobre Siria conviene recordar que el régimen no está cumpliendo con los plazos marcados en el acuerdo sobre la destrucción de su armamento químico, del que tan sólo un 11% ha sido puesto a disposición de los técnicos internacionales encargados de su destrucción o envío al exterior. Damasco ha solicitado una ampliación hasta finales de junio, pero es dudoso que incluso llegue a cumplir con sus obligaciones en ese plazo.
 
Permanente fricción en Egipto
 
Siete meses tras haber derrocado al Presidente Morsi y prohibido a su partido, los Hermanos Musulmanes, considerados ahora legalmente una organización terrorista en Egipto, el pasado 24 de febrero dimitía en bloque el gobierno en El Cairo. A falta de una clarificación acerca de las intenciones del general Al Sisi, de quien se tiene la impresión que desea retener el poder en Egipto, vía electoral o no, las razones y los objetivos de dicha dimisión distan mucho de estar claros.
 
En cualquier caso, sean cuales sean las intenciones, el reto más urgente al que deben enfrentarse los líderes egipcios ahora es doble: por un lado continuar con la represión de los Hermanos Musulmanes y sus simpatizantes; y, por otro, combatir la escalada de la insurgencia jihadista que está arraigando con fuerza en zonas como el Sinai y que también cuenta con capacidades operativas en ciudades tan importantes como Alejandría y el mismo Cairo.
 
El Egipto de Morsi estaba apoyado activamente por Qatar y el Egipto post-Morsi o de Al Sisi por Arabia saudí y sus aliados del Golfo, quienes han aplaudido la denominación de los Hermanos Musulmanes como organización terrorista. Sin embargo, la represión ejecutada por el actual régimen ha distanciado enormemente a los militares egipcios de su principal proveedor, los Estados Unidos, y de Europa, quienes han coincido en poner en pie un embargo de material susceptible de ser utilizado en suprimir a la oposición islamista.
 
En Occidente se está convencido de que la represión no basta para poner fin a Los Hermanos Musulmanes quienes estarían aturdidos en la actualidad pero, sin duda, con capacidad y voluntad de regenerarse en un futuro cercano, tal y como han hecho a lo largo de su historia.
 
Tal vez por todo ello Al Sisi haya sido tentado por un rápido acercamiento a Rusia, de nuevo un actor en la zona tras el acuerdo alcanzado gracias a su intervención en Siria sobre el desmantelamiento de su arsenal químico. A mediados de febrero, Al Sisi viajó a Moscú donde, entre otra serie de cosas, alcanzó un acuerdo de suministro militar por valor de 3 mil millones de dólares, capaz de compensar lo que los americanos ahora le niegan. Putin mostró su incondicional apoyo al general egipcio para su promoción a Presidente del país.
 
Por tanto, la evolución en Egipto está abriendo una fractura entre ese país y quien ha sido su principal aliado desde 1973, los Estados Unidos, que va a permitir a Putin plantar una creciente y sólida presencia en la zona. Por otro lado, Israel, otro gran apoyo de los militares egipcios ve con preocupación el creciente descontrol en el Sinai, una zona de nadie donde los jihadistas campan a sus anchas y desde donde se suministran armas a Gaza. La reciente interceptación del carguero Clos C, trufado de misiles y otros sistemas iraníes, en aguas de Sudán, pone de relieve la desconfianza israelí sobre la capacidad del cairo de poder detener este tipo de envíos a través de su suelo.
 
Cuanto menos control, más atentados en suelo egipcio y más represión y, por tanto, mayor distanciamiento de América y Europa; y cuanto más descontrolado esté el Sinai, más problemático para Israel defender el sur de su país y la zona turística de Eilat, su salida al Mar Rojo. Si Israel tuviera que intervenir en detrimento de la soberanía egipcia, otra fractura se abriría entre dos países que, en estos momentos, tienen grandes intereses estratégicos en común.
 
 
El proceso (de paz) interminable
 
A medida que se acerca el plazo fijado por el secretario de Estado John Kerry para conseguir un acuerdo provisional entre Israelíes y palestinos, sin que se haya podido producir ningún avance sustantivo entre las partes, la presión sobre Israel para que haga más concesiones , así, los líderes palestinos se sientan incentivados a firmar un acuerdo, aumentan. De hecho, la entrevista concedida por el presidente Obama al periodista de Bloomberg, Jefrrey Goldberg, rayó en su contenido casi en la amenaza directa contra el Primer Ministro Netanyahu, justo dos días antes de que éste interviniera en la Conferencia Política anual de AIPAC en Washington y se reuniera con él en la Casa Blanca.
 
A pesar de las múltiples visitas de Kerry a Jerusalén y Ramallah, su deseo de que las partes alcancen un entendimiento sobre los asuntos centrales, tales como fronteras, Jerusalén, la presencia militar en el valle del Jordán, refugiados y asentamientos, parece poco probable que se pueda cumplir antes de finales de abril. Las diferencias entre unos y otros son todavía muy grandes. Es más, la petición básica de Benjamín Netanyahu de que los palestinos acepten a Israel como el estado del pueblo judío, así como él acepta que Palestina sea el estado del pueblo palestino, parece en estos momentos inalcanzable. Mahamud abbas no quiere hacerlo y la Liga Árabe, en su reunión de principios de marzo, apoya que no lo haga y lo considera una petición inaceptable por parte israelí. Negativa que, a su vez, refuerza a aquellos que defienden que el conflicto no versa sobre un territorio sino sobre la naturaleza y la existencia misma de Israel. Y tienen razón.
 
El problema es que, estando medio mundo, dispuesto a comprar la narrativa palestina, la falta de avance en la negociación se achacará a una supuesta intransigencia israelí. Y con ello, el sentimiento de abandono por parte del amigo americano, aumentará en Israel. Tal vez esta fractura sea la más importante para el futuro de la región.
 
 
La quiebra de Irak
 
La escalada del enfrentamiento entre sunnies y chiíes en Irak ha alcanzado ya niveles próximo a la guerra civil. De hecho, hay quien habla ya de una “Siriación” de Irak. Sea como fuere, lo cierto es que el grupo vinculado a Al Qaeda ISIL (Estado Islámico en Irak y Levante) logró conquistar y retener una ciudad tan importante como Fallujah y gran parte de la provincia de Anbar, retando la autoridad del primer ministro al Maliki y la capacidad del ejército iraquí para enfrentarse a esta nueva insurgencia.
 
De hecho hay numerosas informaciones que describen a milicianos uniformados chiíes combatiendo al lado de las fuerzas regulares iraquíes, cubriendo las deficiencias de las mismas. Pero como era de esperar, esta involucración de las milicias chíies no ha hecho más que exacerbar la tensión entre los sunníes. Así, la provincia de Ninive ha vivido también combates sectarios lo que ha alimentado la idea de una separación de la parte árabe iraquí y su fusión con el gobierno regional Kurdo. El gobernador de Ninive anunció conversaciones en esa dirección el pasado 16 de febrero.
 
El 27 de febrero, el director del Consejo Expeditivo iraní, el ayatolá Akbar Hashemi Rafsanjani, hizo pública la creciente cooperación en materia “antiterrorista” con el gobierno de Irak. En noviembre fuertes rumores corrieron sobre un posible acuerdo de venta de armas de Irán a Irak. Aunque no se ha podido confirmar, los expertos dan credibilidad a dicho acuerdo. Las armas estarían destinadas a luchar contra la insurgencia sunií, lo que reforzaría la posibilidad de reelección para un tercer mandato del primer ministro al Maliki en las elecciones de finales de abril. Mientras que Irán ganaría mayor influencia sobre el mismo. Hay quien ve en la retirada de la escena política del principal adversario de al Maliki, el clérigo Moqtada Sadr, el líder más cercano a Teherán, un regalo iraní para al Maliki.
 
La mayor presencia o influencia iraní en Irak despertará por fuerza el recelo saudí quien sólo verá en esta nueva situación provocada por el abandono americano de Irak, el proyecto hegemónico iraní para toda la región.
 
Jordania, ¿una bomba de relojería?
 
Se ha dicho que la primavera árabe sacudió a los dictadores pero que respetó a las monarquías. Ahí estarían los ejemplos de Marruecos y Jordania. Con todo, la inestabilidad en Jordania parece ir claramente en aumento a medida que se complica la situación de sus vecinos, Irak y, sobre todo Siria.
 
Según los datos oficiales, hay más de medio millón de refugiados sirios en suelo jordano. Esa cifra se dobla según fuentes no oficiales jordanas. O, lo que es lo mismo, un 15% de la población total de Jordania. La factura que el gobierno de Amman debe dedicar al problema de los refugiados asciende a mil millones de dólares al año, una cifra de momento manejable. Sobre todo porque buena parte de ella la cubren organizaciones como la ONU y otros organismos internacionales.
 
Pero aunque en términos macroeconómicos el país vaya bien, en términos sociales, la presencia de los refugiados sirios, dispersos por buena parte del norte del país y la capital, está causando problemas. Sobre todo en el mercado laboral, donde están desplazando a trabajadores nativos al aceptar salarios más bajos y condiciones más precarias.
 
Por otro lado, Jordania comienza a sentir una presión en pinza, desde Irak en el sur, a Siria en el norte, de fuerzas jihadistas. Lo que unido a unos hermanos musulmanes más radicalizados ras el derrocamiento de Morsi en Egipto, no deja de representar un grave problema político.
 
 
El viejo nuevo Oriente Medio
 
La inestabilidad se ha instalado en el Oriente Medio y se va a quedar un buen tiempo. Las líneas fronterizas que en su día trazaron las potencias coloniales, están saltando por los aires, unas tras otras, movidas por las pasiones religiosas, por las líneas sectarias o por la filiación a las tribus. Véase el caos que impera hoy en Libia, por ejemplo.
 
Es posible que todo cuanto estamos viendo hubiera sucedido sin remedio, pero no cabe duda de que se está acelerando a causa de una pésima política americana hacia la región. Tan pésima que Obama ha logrado que América no sea tenida en cuenta como un factor relevante en la zona. Quizá fuese eso lo que quisiera. Pero las consecuencias no pueden ser más peligrosas.
 
La ausencia de América está provocando realineamientos nunca antes vistos pero cuya prolongación no puede ser más que problemática. A pesar de intereses concretos y comunes, han sido muchos los años donde han prevalecido las diferencias. Por eso es más probable que el Oriente Medio se descomponga tal y como lo conocíamos a que se recree en algo nuevo. Lo malo es que, hoy por hoy, quien sale ganando con todos estos cambios es el Irán de los ayatolas.