La "considerada" China quiere más

por Isaac Martín Barbero, 29 de noviembre de 2006

Cuando, hace poco más de treinta años, Richard Nixon inauguró las peregrinaciones de líderes occidentales a China su objetivo era fundamentalmente político. Buscaba reducir el riesgo de confrontación con la República Popular y contribuir a la construcción de un contrapeso al poder soviético. Las consideraciones comerciales eran tan poco importantes que Henry Kissinger afirmaba que por mucho que se hiciera por promover el comercio bilateral éste seria infinitesimal en relación a la economía americana. La visita de Jaques Chirac a China este octubre (la cuarta en 11 años) y el recién concluido Foro de Cooperación China-África a primeros de noviembre muestran bien a las claras lo mucho que han cambiado las cosas desde los tiempos de la “diplomacia del Ping-Pong” y dan algunas pistas sobre cómo van a seguir cambiando.
 
Ahora, a China se va “de negocios”. Los chinos son prudentes en cuestiones de política doméstica ajena y están dispuestos a premiar con contratos, accesos a su mercado y -según los casos- créditos a los que muestren suficiente indiferencia por la política interna de la República Popular.
 
Chirac tiene razón cuando afirma que el crecimiento chino está “cambiando la faz  del mundo”. También la tiene cuando sostiene que es “un país llevado a convertirse en una de las más grandes....potencias”. Los occidentales para los que la democracia liberal no sea irrelevante quizá deseen que el chiraquiano añadido de “...sino la más grande potencia del mundo” sea sólo un versallesco guiño destinado a excitar la voluntad compradora de Pekín.
 
Los 150 A320 de Airbus en juego justifican un cumplido, sobre todo si a ellos se añade un pedido de locomotoras por valor de 1200 millones de euros. La industria francesa ha estado siempre atenta a las oportunidades y riesgos que la emergencia de China suscita y se ha mostrado tan activa como creativa. Así, el nuevo pedido a Airbus, de materializarse, llevará asociada la instalación de la primera planta de Airbus fuera de Europa. La casi certidumbre de estar alimentando un futuro competidor parece uno de los precios a pagar para empujar a las autoridades chinas a decantarse, en esta ocasión, por Airbus en detrimento de Boeing.
 
Sin embargo, China pide más. China quiere reconocimiento. Dado el contexto y el momento del viaje, los dossieres de Irán y Corea del Norte eran insoslayables. Chirac alabó “el sentido de responsabilidad chino” en la crisis coreana mientras reivindicaba una “disciplina colectiva que lleve a la toma de las medidas necesarias si un país viola sus compromisos y hace peligrar la paz”: un discurso militantemente multilateral y por ello multipolar (el colectivo parecería compuesto por: EE.UU, China y Francia). 
 
Pero Pekin no sólo quiere palabras. China quiere más. Con creciente insistencia reclama el levantamiento del embargo de armas decretado por la UE tras la tragedia de Tiananmen. Chirac, quizá porque sabe que los chinos no han olvidado las ventas de las fragatas francesas a Taiwan a principios de los noventa - un formidable caso de corrupción capitaneado por su ex-ministro socialista de asuntos exteriores Roland Dumas- ha firmado un comunicado conjunto que compromete a Francia a trabajar por el levantamiento del embargo. 
 
Pero la mejor capacidad diplomática la ha mostrado Chirac en el asunto de los derechos humanos. Aquí se ha reafirmado el compromiso compartido con su respeto “sin perjuicio de la consideración de las situa-ciones específicas”
 
Esta consideración de las “situaciones específicas” concebida como una militante indiferencia hacia estas cuestiones - y otras como la corrupción- está detrás del éxito chino en África en años recientes y que estos días se ha plasmado en la cumbre China-África en Pekín. A base de “consideración”, en los ultimos seis años China ha multiplicado por cuatro su comercio con África hasta llevarlo a 40.000 millones de dólares. Esa misma “consideración” ha abierto 8300 millones de dólares en proyectos ferroviarios para las empresas chinas en Nigeria, ha hecho posible la inversión por parte de la petrolera china CNOOC de 2300 milones de dólares en campos petroleros en el mismo país, o ha dado el fruto de 3000 millones en distintos contratos en Gabón. Esa misma “consideración” ha hecho que en diez años las exportaciones de Sudán hacia China (petróleo) hayan pasado del 10 al 70%. Esa “consideración”, junto con la visita de los más altos responsables chinos a 15 países africanos en 2005 y 1400 millones de condonaciones de deuda están logrando maravillas.
 
Alguno dirá que cuando China pide “consideración” sólo está pidiendo reciprocidad. Si el “continente olvidado” la merece cómo negarsela a un país que alberga el mercado más prometedor y el 20% de las reservas de divisas mundiales. ¿Cómo no van a reclamar los beneficiarios de la “consideración” china que se trate con generosidad a su benefactor? ¿Cómo puede Francia, quien tradicionalmente ha considerado África como su esfera de influencia, no mostrarse receptiva a esta nueva sensibilidad?
 
Habrá quien piense que el reequilibrio de poder y de valores al que estamos asistiendo supone un retroceso del “hard power” y una pérdida de terreno de las lógicas materialistas. Otros verán la emergencia de una nueva forma de imperialismo y un reforzamiento del peso de las consideraciones estrictamente mercantiles en la política internacional. Unos y otros quizá coincidan en que está surgiendo un nuevo paradigma de éxito político y económico al que un numero creciente de países emergentes quieren asociarse. Se define por la primacía del crecimiento económico sobre las consideraciones políticas, la indiferencia más absoluta por la gestión que cada gobierno haga de la cosa pública, es compatible con el crecimiento de las diferencias sociales dentro de los estados, poco sensible a las cues-tiones medioambientales y explícita o implícitamente antinorteamericano. Quitando en este último punto, la “economía de mercado de orientación socialista” de la República Popular China parecen estar transformando los modelos del progresismo y de lo políticamente correcto a más velocidad que la propia faz del mundo.

 
 
Isaac Martín-Barbero es abogado y economista. Especializado en Estrategia, Relaciones Internacionales, Negociación y Comunicación Corporativa ha asesorado a altos responsables en el sector privado y la Administración Pública en materias relativas a finanzas y negocios internacionales y seguridad. Fue asesor en el Ministerio del Interior y ha colaborado con el DoD, el National Intelligence Council y Oxford Analytica. Tras dedicarse un tiempo a asuntos europeos y de América Latina, ha vivido y trabajado en Oriente Medio y el Sudeste Asiático. Imparte docencia sobre Globalización y Negocios dentro y fuera de España. Ha publicado en El Instituto Elcano, Expansión, El Mundo, Capital, Economía Exterior, entre otros.