La amenaza fantasma

por Rafael L. Bardají, 1 de julio de 2019

Leo con estupefacción en un titular a toda página (o cinco columnas como se decía antes) en unos de esos periódicos nacionales que se llaman serios “Pedro Sánchez amenaza con nuevas elecciones”. Esto es, que si Podemos no le apoya y el PP o C’s no se abstienen en su investidura (con Vox parece que no cuenta), nos llamará a las urnas nuevamente, una vez transcurrido el plazo legal de seis meses. Lo dice como una amenaza y así lo recogen todos los medios. Lo que dice bastante de la naturaleza democrática española. Hace décadas, la amenaza real era no convocar nunca elecciones; o convocarlas amañadas, como hacen muchos dictatorzuelos en medio mundo. ¿Pero desde cuándo pedir a los ciudadanos que se expresen libremente ha pasado a considerarse una amenaza? Yo creía que poder votar en libertad era un privilegio político alcanzado con siglos de sudor, sacrificio y sangre. Pero parece que no, que andaba equivocado.

 

Hay quien se toma la amenaza del candidato Sánchez como una bravuconada, cuyo único propósito sería doblegar a sus socios preferentes (Pablo Iglesias y Co.) y a achantar a sus adversarios. Para dar fuerza a sus palabras, ahí están las encuestas pilotadas por su ángel de la guardia, Iván Redondo, según las cuales se pronostica que el gran beneficiado de otras posibles elecciones este otoño sería, precisamente, Pedro Sánchez. Puede que sí, puede que no. Como decía el famoso jugador de béisbol americano, Yogi Berra, “es muy difícil hacer predicciones, particularmente sobre el futuro”.

 

Sea como fuere, las cosas están que arden. Y no necesariamente por la ola de calor. Al pobre Albert Rivera le llueven presiones para que su partido se abstenga en la investidura, incluso desde el PP, cuyos lideres ya han dicho que van a votar no a Sánchez. Yo creo, sinceramente, que Ciudadanos hace bien no absteniéndose. No porque fueran los chillones de Ferraz quienes gritaran aquello de “con Ciudadanos no”, frenéticos en su ardor sectario en la noche electoral, sino porque como ha declarado Albert Boadella, “a Sánchez sólo se le puede ayudar a hundirse”.  Quien es de verdad creen -y hay demasiados en nuestra querida y pisoteada piel de toro- que librando a Sánchez de la necesidad de pedir los votos a los separatistas y filoetarras, éste se va a comportar de manera moderada y responsable, es que no conocen lo que es el actual líder del PSOE. ZP fue el pirómano bombero; Sánchez se queda sólo con lo de pirómano. Con o sin gobierno frankestein, Sánchez permitiría las dos cosas que amenazan a España: el separatismo y el comunismo chavista. Porque si alguien cree que, por vivir en un casoplón en Galapagar, los líderes de Podemos han renunciado a empobrecernos a los demás, están muy equivocados. Lo nuestro es de todos; lo suyo es de ellos.

 

Hay otra consideración a tener en cuenta. Unas nuevas elecciones significarían que el actual gobierno de los horrores seguiría en funciones medio año más y, con algo de suerte, hasta nueves meses. Está comprobado que a España le va mejor cuando sus malos gobiernos están en funciones, con sus ansias de malgastar, entre otras cosas, limitadas legalmente, que cuando disfrutan de sus plenas competencias, normalmente amiguismo, clientelismo, despilfarro y maldad.

 

Hay quien afirma que una nueva convocatoria electoral sería una irresponsabilidad, por ejemplo, Pablo Casado. Yo discrepo. Lo dice con la generosidad de quien habla desde una posición de vencedor. Al fin y al cabo, las encuestas que se leen estos días le prometen recuperar en torno al 2% de votos y unos cuantos diputados más. Pero eso no puede ocultar que su PP sigue en plena crisis, con unos resultados muy por debajo de su trayectoria histórica y terriblemente decepcionantes como para poder ser la oposición seria y eficaz como se vende.

 

Llegados a este punto, creo sinceramente que lo mejor sería repetir las elecciones generales. Ya henos visto demasiadas cosas durante el mes siguiente hasta las autonómicas, locales y europeas, y bastante más tras éstas últimas. Me da que unas posibles elecciones en otoño colocarían a cada cual donde se merece. Si los españoles quieren aupar a Sánchez sin ataduras, le podrán votar; si quieren que el PP sea la fuerza hegemónica en el centro-derecha, también tendrán su oportunidad. Pero me da que nada de eso podría llegar a pasar y que los españoles siguieran prefiriendo un panorama político fragmentado y complejo de manejar. Al fin y al cabo, los resultados electorales dependen mucho de la oferta que se haga, cómo se explique y cómo se logre seducir a los votantes. Ese es el juego. Y yo sigo pensando que en esa arena -no importa lo que se diga- un discurso de defensa de lo español, de los españoles, de seguridad y castigo a los delincuentes, de igualdad de género sin criminalizar a los hombres, de convivencia entre laicos y gente de fe, de respeto a nuestra Historia, la de unos y la de todos, orgullo por nuestros valores, por lo que somos, responsables ante el esfuerzo y el trabajo, y entregados a la familia y a evitar el suicidio demográfico, es un discurso ganador. Ningún partido debería tener miedo a unas elecciones. Y eso que no se juegan todavía en igualdad de condiciones. Entendería que el día que los partidos políticos no vivieran de las subvenciones públicas -tal y como defiende Vox- del PSOE al PP estuvieran temblando. Pero, como digo, todavía no es así y los partidos tradicionales salen con más medios y de una casilla adelantada. Pero con todo, no se cuándo, llevan todas las de perder. Por una simple razón de peso: han dejado de representar al español medio. Vox no tiene medios, pero tiene sentido común. No debería tenerle miedo a la contienda electoral.