La amenaza del terrorismo yihadí: una reevaluación

por Juan Avilés, 3 de marzo de 2006

(Ponencia presentada en FAES el 21 de febrero de 2006)
 
Cuando nos acercamos al segundo aniversario de los atentados del 11-M resulta apropiado replantearse el grado de amenaza que sigue representando el terrorismo yihadí y cual es la respuesta que las sociedades democráticas debemos darle. Para ello partiremos de un análisis de la incidencia de este terrorismo en los últimos años, examinaremos a continuación cual es el entorno social en el que prospera la llamada a la yihad terrorista y concluiremos con una referencia a la respuesta democrática a la amenaza, que se centrara en el tema, hoy de actualidad por las crisis de las caricaturas, del choque de valores, ideas y sentimientos. Nuestra tesis fundamental es que la derrota del terrorismo exige no sólo una eficaz acción de las  fuerzas de seguridad y los servicios de inteligencia, sino también un planteamiento adecuado en términos políticos y morales.
 
Los hechos: el terrorismo, en los últimos años, es mayoritariamente yihadí
 
La impresión de cualquier espectador de televisión es que en el mundo de hoy la mayor parte de los atentados son perpetrados por terroristas de religión musulmana que recurren a una justificación religiosa para sus actos, a quienes en adelante llamaremos terroristas yihadíes. Para comprobar si esto es cierto y para evaluar la magnitud alcanzada por el terrorismo yihadí, hemos procedido a un análisis de los atentados más graves que se han producido en los últimos años, entendiendo como tales aquellos que han producido diez o más víctimas mortales. La restricción del análisis a los grandes atentados no implica que los atentados menores no tengan importancia, sino que se ha adoptado para simplificar el análisis y en la asunción de que resulta más difícil que los grandes atentados pasen desapercibidos para la prensa internacional. Por otra parte, los atentados masivos son los más característicos del terrorismo yihadí de los últimos años.
 
Sin entrar a fondo en la definición de terrorismo, baste decir que utilizaremos la del Código de los Estados Unidos de América, que lo define como “violencia premeditada, una motivación política, dirigida contra objetivos no combatientes por grupos no estatales o agentes clandestinos, habitualmente con el propósito de influir en una audiencia”. En cuanto a la identificación de los atentados terroristas, hemos recurrido a la única base de datos de libre acceso en la que aparecen en principio todos los cometidos en los distintos países del mundo a partir de 1998. Esta base de datos se puede consultar en la página del Memorial Institute for the Prevention of Terrorism y, aunque no carece de imprecisiones, es la más completa de que se dispone por el momento. Según esta fuente, durante los ocho últimos años se produjeron en el mundo 17.295 atentados terroristas, con un balance total de 26.683 muertes. Nuestro análisis se ha limitado sin embargo a los grandes atentados, que según la misma fuente produjeron 11.933 muertes, es decir casi la mitad del total.
 
En el gráfico siguiente aparecen todos los grandes atentados cometidos entre 1998 y 2005, distinguiendo aquellos que podemos  denominar en sentido amplio yihadíes, es decir los cometidos por musulmanes con un objetivo político, pero con una motivación al menos parcialmente religiosa. Como puede verse, en lo que llevamos de siglo, el terrorismo yihadí es netamente preponderante. Algo más del 80 % de las casi doce mil muertes provocadas por grandes atentados entre 1998 y 2005 han perecido a manos del terrorismo de inspiración yihadí. En el último año esa proporción superó el 95 %.

 



Para profundizar en el análisis resulta necesario distinguir entre los distintos tipos de terrorismo yihadí. En concreto debemos distinguir tres tipos, que para los que utilizaremos los términos que a menudo emplean los propios ideólogos de la yihad terrorista:
 
·         La yihad “contra el enemigo cercano”. En este caso se trata de imponer un régimen fundamentalista en un país musulmán, cuyos dirigentes son acusados de haber traicionado al Islam, introduciendo una legislación ajena a la sharia, por ejemplo. Las víctimas suelen ser agentes del Estado o miembros de la sociedad civil, ya sean intelectuales destacados o ciudadanos anónimos víctimas de matanzas indiscriminadas. El caso más trágico de esta variante de terrorismo se dio a comienzos de los años noventa en Argelia.
 
Otra variante de esto es el ataque a todo un sector musulmán considerado herático, como es el caso de los numerosos atentados contra las comunidades chiíes que en los últimos años se han producido en Pakistán y en Irak.
 
·        La yihad “contra el ocupante infiel”. En este caso la motivación religiosa y la nacionalista convergen, pues se trata de poblaciones musulmanas cuyos territorios han sido integrados en, u ocupados por, Estados de mayoría musulmana, en un pasado más o menos lejano. Es lo que ocurre en Palestina, Chechenia, Cachemira o Mindanao, casos en los que se observa un creciente peso de las tendencias islamistas frente a las más nacionalistas que predominaron en el pasado. Aunque se trrata de conflictos de larga duración cuya solución definitiva no es inminente, hay que destacar que en el año 2005 la intensidad del terrorismo en todos estos territorios ha sido baja. Pero hay que añadir que a estos conflictos tradicionales se ha añadido recientemente otros dos en los que los “ocupantes infieles” son  tropas occidentales: Afganistán e Irak.
 
·        La yihad “contra el enemigo lejano”. Esta es por supuesto la especialidad de Al Qaeda, aunque es necesario  subrayar que Europa ha sufrido atentados perpetrados por musulmanes y relacionados con los conflictos de Palestina o del Líbano bastante antes de que nadie hubiera oido hablar de Bin Laden, incluido el atentado contra el restaurante El Descanso, en las cercanías de Madrid (1985). La lógica de los atentados cometidos por Al Qaeda y su entorno en América y Europa consiste en un intento de movilizar al conjunto de los musulmanes en una guerra a muerte contra Occidente, en la esperanza de que esa movilización conduzca algún día al establecimiento de un califato fundamentalista.
 
No siempre es fácil catalogar un atentado concreto en uno de estos tipos. El atentado de Bali, por ejemplo, puede considerarse como una muestra de yihad local, pues el objetivo de quienes lo perpetraron es la creación de un califato fundamentalista en el sureste de Asia, o un atentado contra el enemigo lejano, ya que se pretendía castigar a Australia por su papel en Timor (aquí se ha clasificado en este segundo tipo, por ser la gran mayoría de las víctimas australianas).
 
El caso más complejo es el de Irak, donde el origen de la acción terrorista está sin duda en la ocupación del país por tropas extranjeras, pero sin embargo la mayoría de los atentados se dirigen contra iraquíes, ya sean agentes de un Gobierno que los insurgentes rechazan o población civil, en especial chií. Así es que la situación va evolucionando hacia un caso de yihad local y en concreto hacia un enfrentamiento entre varias comunidades étnicas, como ocurrió en el pasado en Irak, aunque hay que añadir que el recurso masivo al terrorismo se ha producido tan sólo por parte de la comunidad árabe sunní, que a consecuencia de la invasión ha perdido su tradicional hegemonía en el país. Por ello, y porque últimamente ese país concentra un altísimo porcentaje de los atentados más graves que se cometen en el mundo, Irak se ha considerado un caso aparte en el gráfico siguiente, en el que se diferencian los distintos tipos de terrorismo yihadí.

 
 

Mentes y corazones: las raíces de la yihad terrorista.
 
La gran cuestión es la de por  qué se da esta propensión al terrorismo en el mundo musulmán de hoy. Para comprenderlo, lo primero que se debe tener en cuenta que el terrorismo es un sucedáneo de la guerra, una estrategia asimétrica que emplean quienes pretenden imponer por la fuerza su programa político, pero carecen de la fuerza militar para desafiar a su enemigo mediante una guerra convencional o de guerrillas. Así es que el análisis del terrorismo debe recurrir a los mismos métodos que se emplean en general para el análisis del conflicto, en el que se toman en consideración tanto factores ideológicos como factores socioeconómicos.
 
En segundo lugar, hay que tener en cuenta que los distintos conflictos en los que ha surgido un terrorismo yihadí, aunque tienen orígenes distintos, han convergido últimamente con la visión de una yihad global, predicada por Bin Laden y otros ideólogos. Esta visión se puede resumir en muy pocas palabras: los musulmanes se hayan oprimidos en todas partes, ya sea por gobernantes musulmanes que se han apartado de la sharia, ya sea por ocupantes infieles, ya sea por el dominio económico y el nefasto influjo cultural de un Occidente, percibido a la vez como un poder imperialista y como un foco de corrupción moral. Y esta opresión es posible porque el mundo islámico se ha debilitado, debido a que ha abandonado la pureza original de su fe y sus costumbres, en las que se basó su grandeza de antaño. Así es que los objetivos de restauración religiosa y de grandeza política confluyen en uno solo, que se puede resumir en la restauración del califato. Y el 11-S representó  un enorme golpe propagandístico al demostrar que un puñado de musulmanes, inspirados por su fe, podían golpear el corazón del gran imperio enemigo.
 
De ahí el indudable prestigio de Bin Laden en los países musulmanes. Al margen de mucha evidencia anecdótica esa popularidad se manifestó  en una encuesta realizada hace dos años en varios países musulmanes por el Pew Research Center.


La imagen del mundo simplificada que proyectan los predicadores de la yihad global se ha difundido con facilidad a través de los modernos medios de comunicación, desde las casettes de video hasta internet, pasando por las antenas parabólicas de televisión, que difunden las imágenes de lo que acontece en Palestina o Irak, y las predicaciones de los fundamentalistas por todos los lugares del mundo en que viven musulmanes. El conflicto entre israelíes y palestinos, percibido como una profunda humillación por la inmensa mayoría de los musulmanes, que no logran comprender como un puñado de judíos, a los que durante siglos se habían acostumbrado a despreciar, han podido arrebatarles un trozo de su tierra, ha contribuido particularmente a la popularidad del terrorismo, y en especial del terrorismo suicida, percibido como una forma de martirio.


La intervención de Estados Unidos y sus aliados en Irak ha tenido también el resultado de inflamar el sentimiento musulmán de opresión.
 


No estamos por tanto ante una amenaza protagonizada por un puñado de fanáticos. El problema es que el terrorismo yihadí va a seguir contando con una cantera de reclutas prácticamente inagotable mientras que millones de musulmanes lo sigan considerando una respuesta legítima y eficaz a la opresión que creen experimentar. A pesar de que se trata de una táctica que repugna a la gran mayoría de la humanidad y que dista mucho de ser eficaz.
 
La cuestión de la eficacia merece ser subrayada. Ningún gobierno musulmán ha sido derribado por una campaña terrorista. Los atentados no han llevado a que avance la causa de los independentistas musulmanes de Chechenia, Cachemira o Mindanao. La destrucción de Israel sigue siendo tan quimérica como cuando comenzaron los atentados de Al Fatah. Otras estrategias, basadas en la política y no en la lucha armada, abrían resultado mucho más convenientes para las poblaciones interesadas. Los intereses de los palestinos quedarían por ejemplo mejor servidos por una estrategia negociadora que condujera a la fundación de un Estado palestino viable. En realidad el atractivo del terrorismo viene en parte de la esperanza en que pueda proporcionar el triunfo a largo plazo, pero incluso más de las satisfacciones simbólicas que proporciona de inmediato. Los Estados Unidos siguen siendo la gran potencia mundial, pero el 11-S proporcionó la satisfizo los deseos de venganza simbólica de muchos musulmanes, que vieron complacidos como el gran imperio occidental era vulnerable. Esto  significa que el atentado puede ser visto como un objetivo en sí mismo, independientemente de sus efectos a largo plazo. Sin duda es así para el propio terrorista suicida, que cree conseguir así un acceso directo  al paraíso, pero probablemente también lo es para sus simpatizantes. La venganza es un estímulo muy poderoso.
 
Las razones de por qué tantos millones de musulmanes se ven atraídos por deseos de venganza deben buscarse en lo extendido que está entre ellos el resentimiento  hacia los infieles en general, y hacia occidentales y judíos en particular. Un escritor tunecino residente en Francia, Abdelwahab Meddeb, lo ha resumido con una fórmula muy sencilla, inspirada en Nietzsche: el resentimiento. El recuerdo de la grandeza pasada, sumado al sentimiento de fracaso y a la constatación del éxito de cristianos y judíos ha generado un resentimiento contra Occidente, a quien se culpa de todos los males, explicados mediante un frecuente recurso a teorías de la conspiración, en las que la influencia del antisemitismo europeo juega un gran papel. El resentimiento conduce hacia el integrismo, es decir al rechazo de toda influencia exterior para volver a la supuesta pureza original del Islam, lo que en la práctica conduce a un empobrecimiento de la  cultura islámica. En palabras de Meddeb, el integrismo es la enfermedad que parece el Islam actual, como la intolerancia fue en tiempos la enfermedad del Islam y el nazismo fue la enfermedad de Alemania.
 
El sentimiento de fracaso tiene un fundamento objetivo, como lo muestran, para el caso específico de los países árabes, las sucesivas ediciones del Informe sobre el Desarrollo Humano Árabe, elaborado por un panel de estudiosos árabes encabezados por  el sociólogo egipcio Nadir Firgany,  en el marco del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo Humano (PNUD). Los diversos indicadores muestran que el mundo árabe no es ciertamente la región menos desarrollada del planeta, pues queda por delante del África subsahariana y del Asia meridional en la mayoría de los indicadores, pero ha tenido un éxito bastante limitado en la promoción del desarrollo durante las últimas décadas. Un  par de comparaciones con España incluidas en la primera edición del informe, que tuvo un gran impacto cuando se publicó en el año 2003, bastarán para mostrarlo. A pesar de contar con 280 millones de habitantes, siete veces más que España, los países árabes tienen en conjunto un PIB semejante al nuestro (medido según la tasa de cambio de las respectivas divisas, lo que exagera el atraso árabe respecto a España). Este dato llamó la atención al propio Bin Laden, pero en mi opinión es más significativo el segundo: España traduce cada año tantos libros como los países árabes han traducido en los últimos mil años.
 
El diagnóstico del panel que elaboró el informe se centraba en tres déficits que obstaculizaban el desarrollo árabe: déficit de libertad, déficit de conocimiento y déficit de emancipación femenina. Ahora bien, la solución fundamentalista a los problemas del Islam implica un agravamiento de estos tres déficits, pues niega la libertad de crítica, desprecia todo conocimiento ajeno a la tradición islámica, excepto el puramente técnico, y relega a la mujer. Esto quiere decir que la creciente influencia del fundamentalismo en los países árabes obstaculizará el desarrollo, perpetuando así los motivos de descontento.
 
Otro aspecto importante subrayado por el informe se refiere a la estructura por edades. El mundo árabe se caracteriza por una elevadísima proporción de jóvenes: un 38 % tienen menos de 14 años. Ahora bien, muchos estudios muestran que una elevada proporción de jóvenes constituye un importante factor para la aparición de conflictos, y no es difícil entender por qué. Las numerosas cohortes que alcanzan cada año la edad laboral se encuentran con grandes dificultades para obtener un empleo acorde con sus expectativas, lo que provoca una grave frustración justo en la edad en que la gente está más dispuesta a asumir conductas de riesgo, incluida la violencia política.
 
El reclutamiento yihadí en Europa y en  España
 
Como han destacado muchos estudios, entre los que el de Marc Sageman me parece particularmente interesante, el terrorismo yihadí constituye un movimiento en red. Es decir que no se trata de una organización jerárquica estructurada de forma piramidal, sino de un conjunto de grupos e individuos conectados entre sí por una gran variedad de lazos, desde las conexiones familiares y de amistad, hasta los vínculos establecidos a través de internet, que no necesariamente deciden actuar porque hayan recibido una orden precisa del núcleo central de Al Qaeda. Por lo que sabemos muchas células terroristas yihadíes surgen espontáneamente a partir de grupos de discusión religiosa, como el que incluía a Mohamed Atta en Hamburgo, y entran más tarde en contacto con la red global.
 
Así es que nuestro enemigo es una comunidad virtual yihadí, basada en una ideología simple pero muy estimulante, que se nutre de un resentimiento antioccidental ampliamente extendido, y que se interconecta a través de todas las posibilidades que ofrecen las tecnologías de la comunicación. Lo más grave, desde el punto de vista europeo y español, es que en esta comunidad virtual se han integrado un número relevante de musulmanes residentes en Europa, o incluso nacidos en Europa. A diferencia de los atentados de Nueva York y Washington, los de Madrid y Londres fueron perpetrados por residentes locales. Particularmente grave fue el caso de Londres, porque los terroristas eran ciudadanos británicos. Nos encontramos con jóvenes que no se sienten parte de la comunidad nacional en la que viv en y encuentran su identidad en una versión radical de la fe de sus padres, movidos por un resentimiento que nace en parte de sentirse ciudadanos de segunda y en parte de las imágenes de Palestina o Irak que ven en televisión.
 
En la propia Europa hay pues amplias posibilidades para el reclutamiento de terroristas yihadíes y, en el caso concreto de España,  las investigaciones policiales han llevado en los últimos meses a la desarticulación de células. Algunas de ellas se proponían atentar de nuevo en España, como era el caso de los detenidos en la Operación Nova, en el otoño de 2004, y otras servían de apoyo a los yihadíes que operan en otros países, por ejemplo enviando terroristas a Irak, pero en todo caso el número de sospechosos detenidos resulta muy inquietante.
 

¿Qué hacer? El choque de los valores, las ideas y los sentimientos
 
La tesis fundamental de este análisis es que el terrorismo yihadí no es sólo una amenaza en sí mismo, sino que representa la manifestación más extrema de un problema más amplio, el de la adaptación de los países árabes e islámicos a la modernidad. Un problema que no debe ser entendido en clave de choque de civilizaciones, sino por el contrario como un problema interno del mundo islámico, es decir como un choque entre modernizadores y reaccionarios dentro de los propios países islámicos. Lo más grave es que, muy a menudo, los mismos gobiernos islámicos que se enfrentan a la amenaza yihadí asumen la cosmovisión integrista del fundamentalismo islámico, en la que se apoyan los terroristas yihadíes, con lo que indirectamente los legitiman. Es sabido, por ejemplo, que los países árabes se oponen a cualquier definición internacional del terrorismo en la que pudieran quedar incluidos los atentados realizados por  palestinos.
 
Ahora bien, este problema interno del Islam  afecta de lleno al conjunto del mundo y muy especialmente a Occidente, designado como el gran enemigo por los yihadíes. Así es que resulta imperativo que nuestros países diseñen una estrategia adecuada frente al mismo.
 
Esa política tiene dos elementos. El primero es el de la lucha contra el terrorismo en sí mismo y en ello, aunque puede haber errores en su aplicación, los principios están claros: máximo esfuerzo en el terreno de la inteligencia, incremento de la cooperación y severidad en el tratamiento de los delincuentes terroristas, en el marco del respeto integral a las normas del Estado de derecho. Es decir, la estrategia que en España ha conducido a la derrota de ETA.
 
El tema se complica cuando abordamos el otro gran elemento de esta política, el que podemos denominar de choque de valores. Es decir, qué mensajes debemos mandar desde Occidente para contribuir a la victoria de los modernizadores en el mundo islámico y, muy específicamente, para debilitar el atractivo de la visión yihadí. Quizá algunos puedan pensar que este elemento resulta secundario respecto al anterior, pero yo no lo creo así. Debe tenerse en cuenta que el enemigo al que nos enfrentamos no es un Estado que puede incrementar sus fuerzas armadas mediante el servicio militar obligatorio. Los terroristas son reclutas voluntarios que acuden a la lucha movidos por unos valores y por una visión del mundo dominada por la creencia de una vasta conspiración contra el Islam, protagonizada por el imperialismo occidental y el sionismo. Así es que, para frenar este reclutamiento y para reducir las simpatías que millones de musulmanes sienten por la yihad terrorista, la batalla de los valores, las ideas y los sentimientos es esencial. Y no debe olvidarse que la ideología de la yihad se difunde también entre los musulmanes residentes en Europa, con los trágicos resultados que hemos visto en Madrid y Londres.
 
En mi opinión, no hay duda de que nuestras posibilidades de triunfo en este choque cultural dependen de una cuestión básica: de que estemos dispuestos a defender nuestros propios valores. Estos valores son los valores democráticos, que no son puramente occidentales, sino que tienen un atractivo universal. Grandes países como Japón e India han demostrado, con su apego a la democracia desde hace más de medio siglo, esta verdad a menudo olvidada: la libertad, el respeto a los derechos humanos, el control del gobierno por el pueblo son principios que tienen un atractivo universal. Y esto se aplica también al mundo musulmán, como últimamente se está demostrando en Indonesia y en Turquía.
 
La fidelidad a los principios democráticos por parte de Occidente es lo que más puede reforzar la posición de los demócratas musulmanes, debilitando las visiones fundamentalistas en que se apoya la yihad. Pero Occidente no siempre es fiel a sus propios principios.
 
No lo es el gobierno del presidente Bush cuando mantiene la prisión de Guantánamo, cuyo único objetivo es evitar que el sistema judicial de los Estados Unidos de América pueda juzgar a los allí detenidos. En una democracia puede haber prisioneros de guerra, tratados de acuerdo con las convenciones internacionales, y puede haber delincuentes, juzgados y condenados por los tribunales competentes. Pero la existencia de sospechosos secuestrados por el poder ejecutivo supone una abierta violación de los principios en que se basa la democracia.
 
La reciente crisis de las caricaturas danesas ha sido muy reveladora de otra faceta de la renuncia a los principios democráticos. Me refiero al relativismo moral, por el cual todos los valores son igualmente legítimos, algo que, en contra de lo que algunos parecen creer, supone socavar las bases de la democracia. Por miedo, por pragmatismo sin escrúpulos, por confusión relativista o por esa extraña tendencia que algunos tienen a atribuir a las democracias occidentales todos los males del mundo, lo cierto es que la respuesta de los políticos, los intelectuales y los medios de comunicación no ha sido todo lo unánime a favor de la libertad de expresión como debiera haberlo sido si se tuviera clara la defensa de los valores democráticos.
 
La cuestión no es si un periódico danés hizo bien o mal al publicar unas caricaturas, ni si es apropiado o no herir los sentimientos ajenos. La libertad de expresión consiste en que se puedan publicar cosas tendenciosas, insultantes o desagradables, siempre que no se sobrepasen ciertos límites, que deben ser definidos por la ley de manera que la libertad de expresión sea lo más amplia posible. La cuestión real es que por parte de muchos musulmanes, no todos ellos integristas, se ha culpado a Dinamarca y a otros países por los actos de unos periódicos y de unos periodistas que, no habiendo violado las leyes de su país, no podían en modo alguno ser sancionados. Ello ha dado lugar a actos de violencia, a amenazas y a un boicot a productos daneses. La respuesta de la Unión Europea debía haber sido pues mucho más clara en el rechazo. Sin embargo da la impresión de que algunos políticos piensan que lo que debería hacerse es restringir la libertad de crítica a las religiones. Es decir, que están dispuestos a hacer el juego a los integristas islámicos y debilitar a aquellos musulmanes que se dan cuenta de que, sin libertad de crítica a los argumentos de los islamistas que se basan en la tradición religiosa, sus países no lograrán la modernización.
 
En realidad, algunos comentarios de lideres musulmanes moderados durante esta crisis son una prueba de lo grave que es el problema. Me parecen, por ejemplo, preocupantes algunas afirmaciones del jefe de gobierno turco Erdogan en su carta a Zapatero publicada el 16 de febrero. En ella se dice textualmente que “Ninguna cultura tiene derecho a insultar las sensibilidades de otra”. Aquí la confusión es mayúscula, porque no ha habido ningún insulto de una cultura a otra, ha habido unas caricaturas concretas de unos periodistas concretos que resultaban insultantes para la gran mayoría de los musulmanes. Sin embargo a Erdogan no parece sorprenderle que ello haya creado “una tensión, casi una polarización, entre Oriente y Occidente y entre los mundos islámico y cristiano, sin precedentes en los tiempos modernos”. Resulta asombroso que no se haya parado a pensar que si en Occidente tuviéramos la misma costumbre de confundir a las personas con las civilizaciones, tendríamos todos los motivos para considerar que las matanzas de occidentales perpetradas, en nombre del Islam, en Nueva York, Washington, Bali, Madrid, Londres y muchos otros lugares representaban una declaración de guerra del Islam contra Occidente. Afortunadamente, en Occidente nadie lo ha interpretado así.
 
No menos alarmante resulta que una figura tan representativa del Islam español como Riay Tatari, que no es un extremista, haya afirmado en una entrevista en ABC, refiriéndose al caso de Theo Van Gogh que “Quien provoca la violencia, va a recibir violencia”, una frase que se parece mucha a presentar el asesinato como una forma legítima de crítica cinematográfica.
 
El asunto de las caricaturas ha venido pues a revelar cuan ajenos resultan ciertos principios democráticos básicos a buena parte de los musulmanes. Pero también ha revelado cuantos forjadores de opinión occidentales están dispuestos a ceder al chantaje de los integristas islámicos. Un reciente artículo de Enrique Gil Calvo en El País resulta antológico en este sentido.
 
No es ese el camino para apoyar a los demócratas musulmanes ni para frenar la difusión de las doctrinas integristas que constituyen el caldo de cultivo en el que se forman los adeptos del terrorismo yihadí. Nuestra falta de aprecio hacia nuestros propios principios no nos ganará el aprecio de los integristas, cuanto menos el de los terroristas. Si acaso nos ganará su desprecio.
 
No menos grave resulta el hecho de que esta confusión intelectual y política debilite la voluntad de los ciudadanos de cara a las graves crisis a las que posiblemente hayamos de enfrentarnos en los próximos años. En el caso de España el desconocimiento de la amenaza por buena parte de los ciudadanos resulta francamente inquietante. De acuerdo con una reciente encuesta sólo un 20 % de los ciudadanos considera que la causa del terrorismo islamista es el fanatismo religioso, mientras que el 58 % lo atribuye a la guerra de Irak, a la política del gobierno americano o incluso a la del español. Y la pregunta no se refiere a los atentados de Madrid, sino al terrorismo islamista en general.
 
Opinión de los españoles sobre las causas del terrorismo islamista
Guerra de Irak
26,4 %
Fanatismo religioso
20,4 %
Política de Estados Unidos
18,7 %
Política del Gobierno español
11,0 %
Desigualdad entre ricos y pobres
5,6 %
Conflicto palestino-israelí
2,9 %
Otras causas
2,7 %
NS/NC
12,3 %
“Los españoles y las víctimas del terrorismo”, FVT-CIS 2004
 
En conclusión, me atrevería a afirmar que, si es mucho el esfuerzo que nos queda por hacer para potenciar la capacidad de las fuerzas de seguridad y los servicios de inteligencia de hacer frente a esta nueva amenaza, mucho más es lo que resta por hacer en el terreno, a menudo no suficientemente valorado, de las mentes y los corazones.