La actualidad del análisis estratégico

por José Enrique Fojón, 1 de abril de 2004

Es notorio que vivimos una época de constante conflicto, algo que tiene precedentes en la historia. Pero el conflicto ha cambiado en la naturaleza de los antagonistas, el ritmo y las modalidades del mismo, su extensión geográfica y sus repercusiones que, en las sociedades desarrolladas, más allá de los resultados materiales, se mide por los efectos que la evolución del conflicto tenga sobre “la realidad” que perciba la opinión pública.
 
Conflicto es el término en uso para definir una situación social que hasta mediados del siglo XX se denominaba simplemente guerra y que, a su vez, constituía una situación jurídica. Actualmente, en su sentido más amplio, cuando se alude a la guerra o al conflicto armado, se hace al empleo de la fuerza organizada con fines políticos, a la violencia real, en una escala considerable y en un periodo de tiempo prolongado. Así, un asesinato aunque sea un acto político violento, no constituye, por si mismo un conflicto armado, al igual que la violencia en gran escala y a largo plazo, sin móvil político, tampoco significa que se esté ante una guerra.
 
La guerra es un fenómeno social. Su lógica no es la lógica del arte, ni de la ciencia de la ingeniería, más bien es la lógica de las relaciones sociales. Los seres humanos interactúan con los demás en formas que son, fundamentalmente, diferentes de la manera en que los científicos interaccionan con la química, el arquitecto o el ingeniero con los arcos y las vigas, o el artista con las pinturas. La interacción que nos preocupa cuando hablamos de la guerra es la interacción política. Los “otros medios” de la definición de la guerra de Clausewitz es la violencia organizada. La suma de la violencia a la interacción política es el único factor que conforma la guerra como una forma diferente de esa interacción, pero esta adición tiene poderosos y singulares efectos.
 
Se puede ilustrar lo  anterior con un ejemplo. En un periodo de veinticinco años -de 1969 a 1994- aproximadamente 3.000 personas murieron en Irlanda del Norte, lo que representa unas 120 personas/año en una población de 1,5 millones. En ese mismo periodo de tiempo, hubo aproximadamente 221 asesinatos por año en la ciudad de Washington, para una población de unas 700.000 personas. La primera situación se estima como conflicto armado o guerra, la segunda no. La diferencia es una cuestión de organización; los perpetradores, las víctimas y los objetivos de la violencia en Irlanda del Norte están relacionados con diferentes grupos políticos implicados en una lucha por el poder. El índice de violencia en Washington, aproximadamente 5 veces mayor que el de Irlanda del Norte, refleja una violencia ocasional, un síntoma de patología social no un movimiento político hacia un fin determinado.
 
Por consiguiente, sobre esto podemos decir que para que una determinada situación se pueda considerar guerra o conflicto armado se necesita:
  • La existencia de organizaciones para el ejercicio de la violencia.
  • Que el ejercicio de esa violencia tenga lugar entre dos o más grupos identificables.
  • Que se emplee la violencia para alcanzar un fin político.
  • Que la violencia se ejerza en una escala y con impacto social lo suficientemente grande para atraer la atención de los lideres políticos.
  • Que la situación se prolongue en el tiempo lo suficiente para tener influencia en los acontecimientos políticos.
Si aplicamos esos criterios a lo que ocurre en el mundo, se comprueba que la situación de conflicto es generalizada. Hace tiempo que se nos anuncia el hecho de que estamos iniciando una nueva época, que se deben definir sus características y adoptar las medidas necesarias para afrontar sus retos. La realidad es bien distinta, se ha adelantado a las percepciones. Esa nueva época ya hace tiempo que está aquí, no es nueva, es la que existe y la falta de adecuación inmediata a sus realidades representa, para quien la soporte, un grave quebranto para sus intereses.
 
En el mundo de hoy la distinción entre guerra y paz queda difuminada hasta un punto en que se confunden: normalmente no existen los frentes, la distinción entre “civiles” y “militares” es cada vez más tenue, los periodos de violencia y de ausencia de ella se suceden, las acciones tienen lugar en la totalidad del ámbito espacial de los participantes, incluyendo como blanco de las acciones violentas y de propaganda a la sociedad como entidad cultural, no como factor físico. 
 
Según todos los indicios, estamos viviendo una de las épocas más inestables y de mayor confusión espiritual de la historia. La otrora relación de poder ejercida por los Estados se ha visto modificada. En esta modificación ha influido la aparición de otros actores estratégicos, diferentes a los Estados, así como la falta de concreción de la amenaza que se cierne sobre uno de los fundamentos de la estrategia: los intereses nacionales. Para adecuarse a la realidad hay que recurrir al análisis estratégico como el instrumento más valioso de que disponemos.
 
Efectuar un análisis estratégico es, al contrario de lo que normalmente ocurre con el análisis político, un ejercicio de pragmatismo, de búsqueda de referencias. En su sentido más amplio, la estrategia es la manera de averiguar lo que se pretende conseguir, de determinar el mejor modo de emplear los recursos de que se dispone para ello y la ejecución de un plan. Desdichadamente, esto nunca ha resultado fácil, pero en las actuales circunstancias, su complejidad es aún mayor. Por mucho que se busque la excelencia en el pragmatismo, la subjetividad va a tener su lugar, porque estamos ante una obra humana y el ambiente que hay que analizar está presidido por la incertidumbre.
 
La primera necesidad que se presenta es determinar con claridad la situación en que vivimos, cuales son sus actores, los intereses en juego y los medios de interacción; en resumen se necesita disponer de referencias válidas para poder actuar. Como se ha venido repitiendo constantemente en la historia, enfrentamos un problema cuya solución pasa, necesariamente, por el análisis estratégico.
 
En la situación que nos ha tocado vivir, la definición de una estrategia, tomada como conjunto de referencias que van a permitir analizar y afrontar tal estado de cosas, se ha hecho más compleja. Comprobemos en primer lugar la validez de las tradicionales constantes estratégicas que posibilitan el análisis: el ambiente físico, el actor estratégico, el carácter nacional y el equilibrio de poder.
 
El ambiente ha sido tradicionalmente el primer factor que se analiza en el conflicto. En él, no sólo se consideran las características físicas del espacio donde se desarrolla, sino también los aspectos demográficos, políticos, sociales y económicos. Hasta ahora la delimitación del escenario de un conflicto era relativamente clara, o estábamos en una guerra entre Estados o ante un conflicto interno. En la situación actual, aunque las acciones de violencia se circunscriban, con mayor intensidad y frecuencia, a un territorio determinado, dependiendo de la naturaleza de los actores antagonistas, el tradicional factor físico se amplía hasta la globalización y se presenta extraordinariamente complejo. A los tradicionales rasgos físicos de las montañas, cursos de agua, vías de comunicación y clima, habrá que añadir el factor urbano, las megaciudades, que adquieren una gran importancia en el escenario del futuro. Todo indica que la grandes urbes, con su complejidad física y su complejidad demográfica, tendrán gran protagonismo en el conflicto.
 
En cuanto a los actores, es constatable que el Estado ha dejado de tener el monopolio de la acción estratégica. La pujanza de las grandes corporaciones económicas y mediáticas multinacionales, el poder de las organizaciones internacionales del crimen organizado y la actuación de las redes terroristas, les ha otorgado el rango de actor estratégico. Muchos analistas han preconizado que el escenario estratégico del futuro se caracterizará por el fallo de la institución estatal en muchas partes del mundo, lo que no quiere decir que los Estados fuertes no conserven un gran poder, pero lo que se verá afectado es la forma de ejercerlo.
 
El poder estatal en la arena estratégica se ha venido ejerciendo mediante la diplomacia, la acción económica, la capacidad militar y la información. La forma de emplear estas potencialidades en un escenario globalizado y de enorme fluidez, es el reto para el futuro. La información tanto en la acepción de inteligencia, o lo que es lo mismo, el conocimiento necesario para poder actuar, como en la difusión de noticias, se configura como un potencial clave en el diseño de la estrategia. La manipulación de la opinión pública puede llegar a contrarrestar los efectos de las operaciones militares o determinar la acción diplomática.
 
En este sentido, habrá que tener presente que, con la aparición de nuevos actores estratégicos sin capacidad de interlocución y, por tanto, para alcanzar acuerdos, el conjunto de reglas tradicionales de relación entre actores en la forma de lo que se entiende como derecho internacional, ha entrado en crisis.   
 
Tradicionalmente, cuando los actores estratégicos sólo eran los Estados, el carácter nacional se consideraba un factor importante en el análisis estratégico. Este aspecto sigue siendo válido para la estrategia en la actual situación, aunque la alusión tradicional al carácter nacional habrá que extenderla a realidades transnacionales, algunas cimentadas sobre bases étnicas o religiosas. Así, por ejemplo, junto con la consideración del histórico carácter británico, o ruso, habrá que tener en cuenta realidades sin fronteras como el uso de la religión con fines políticos.
 
El fenómeno de las migraciones complicará, aunque no anulará, el empleo de este factor de análisis estratégico, pues las sociedades receptoras de esas migraciones carecerán de la homogeneidad que en otro tiempo tuvieron. En resumen, los antecedentes históricos sobre un determinado carácter nacional habrá que ponerlos en relación con los “injertos” que esa sociedad ha admitido. La cohesión de las alianzas o coaliciones tendrá, en su caso, el valor que en otro momento se le atribuyó al carácter nacional. 
 
Constante de la estrategia ha sido, en sus diversas modalidades, el equilibrio de poder. En un mundo con actores transnacionales este factor pierde claridad y necesita adaptación. Comprender la influencia estratégica recíproca entre los actores tradicionales, los Estados y los nuevos es el mayor reto que se plantea a nivel estratégico: cual es el significado del poder en el mundo actual, como se ejerce y para que sirve.
 
El resultado de la estrategia viene determinado por la victoria o la derrota. En términos clásicos esto ha sido relativamente claro. La imagen de los soldados alemanes desfilando por los Campos Elíseos en París en Mayo de 1940, podía tomarse como el símbolo de la victoria en una guerra. Actualmente, el derribo de la estatua de Sadam Hussein en Bagdad por fuerzas norteamericanas no tiene el mismo significado.
 
Lo que sigue teniendo vigencia es que lo que puede considerarse como victoria o derrota está relacionado con las voluntades en conflicto. Doblegar la voluntad del adversario sigue siendo la meta de la estrategia ¿Son actualmente posibles las victorias absolutas? Si admitimos que estamos ante una situación de conflicto constante y globalizado, habrá que asimilar que tanto las derrotas como las victorias serán parciales, consecutivas en el tiempo y que la perseverancia en la búsqueda del objetivo estratégico será factor determinante en el desenlace.
 
Pasemos a analizar los  objetivos de la estrategia. Tradicionalmente estos se han clasificado en ilimitados y limitados según persiguiesen la eliminación del oponente como sujeto estratégico o sólo la modificación de sus status. Actualmente esta clasificación es válida pero necesita matizaciones. Si se trata de enfrentarse a una amenaza determinada en el tiempo y en el espacio, la estrategia de objetivo limitado tiene sentido. En el caso del conflicto palestino-israelí, la estrategia israelí debe tener un objetivo limitado, anular la  amenaza que las organizaciones armadas palestinas suponen para su estado.
 
Si se considera un conflicto de carácter global, como la denominada “guerra contra el terrorismo”, la determinación de un objetivo limitado sería estéril porque la amenaza no sería eliminada y, consecuentemente, se mantendría el peligro sobre el interés nacional. La amenaza que supone un actor transnacional requiere tiempo y perseverancia, elementos que pueden explotarse como potencialidades o vulnerabilidades.
 
Del análisis estratégico se pasa a la confección de la estrategia. Pero ese es otro problema.