Japón. Elogio y lecciones

por GEES, 16 de marzo de 2011

Ningún país del mundo saldría ni medio indemne de una catástrofe natural de la magnitud del terremoto que sufrió Japón el pasado viernes. El terremoto de 9.0 grados en la escala Richter, con las réplicas que aún hoy siguen sucediendo y el terrible tsunami posterior, ha tenido devastadoras consecuencias en la población, con una creciente cifras de víctimas y afectados. A todo ello hay que añadir la alarma que se ha producido por los problemas en varios reactores nucleares y que han generado una situación de desconcierto en la población, alimentando el morbo nuclear en el mundo occidental.
 
Es de resaltar que pese a una impresionante cobertura mediática, se está destacando poco la excelente preparación de Japón para este tipo de desastres que, de una forma ciertamente dramática, es un testimonio de como una sociedad civilizada y avanzada puede resistir los embates de la naturaleza. Es evidente que si este terremoto se hubiera producido en cualquier otra parte del mundo –incluida Europa– la cifra de víctimas hubiese sido cientos de veces superiores. Más allá de la geografía, lo cierto es que Holanda, Francia, España, Portugal o Italia quedarían literalmente arrasadas en situaciones parecidas.
 
Tradicionalmente, el pueblo japonés ha convivido a lo largo de su historia con factores naturales extremos. Ya sean terremotos, volcanes o tifones, el peligro y las consecuencias de una mala preparación están siempre presentes en la cotidianeidad japonesa. Cada año Japón sufre miles de temblores de variada intensidad y en general nunca es noticia que provoquen víctimas a pesar de que en muchos casos son comparables en magnitud a otros que en otros países causan miles de muertes.
 
Desde hace décadas la reglamentación de edificación es sucesivamente mejorada, haciéndola más estricta y más preparada para catástrofes de este tipo. Sólo un país con la prosperidad, la capacidad tecnológica y la visión de Japón puede poner en marcha este tipo de sofisticadas medidas. La ley obliga, por ejemplo, a que los edificios tengan zonas para absorber las ondas de vibración, a planes de evacuación a zonas públicas, a simulacros periódicos, etc. Tras el terremoto de Kobe de 1995, Japón incrementó de forma generalizada todas las medidas de seguridad en redes de transporte, de energía y en edificaciones civiles. En el año 2007 se implantó un sistema de alerta preventiva que avisa por televisión, radio, teléfono móvil o por alarmas en las calles, de temblores inminentes para que se activen los procedimientos previamente planificados en hogares, oficinas, escuelas y fábricas que permitieran minimizar las consecuencias. Se aumentó el número de refugios, se mejoraron los planes de evacuación y la formación a los ciudadanos y se reforzaron las líneas de transporte de energía.
 
Y todo ello se puso en marcha el viernes, y es lo que explica la diferencia con las consecuencias de un terremoto así en Haití, Irán, Turquía o China. Y es inevitable hacer comparaciones: la diferencia en número de muertos es la plasmación de la diferencia no sólo con países muy pobres, sino con gobiernos que no tienen ante quién responder por su preparación ante este tipo de siniestros.
 
Es cierto que en los últimos años Japón se ha asociado a un cierto pesimismo. Su economía ha cedido el segundo puesto mundial en favor de China. Lleva más de 15 años dando signos de debilidad, el país está con niveles de endeudamiento propios del tercer mundo, y su clase política ha sido un ejemplo de ineficacia e ineptitud que ha generado aun frustración colectiva en los últimos años. Con todo, es en momentos como estos cuando la verdadera medida de Japón y de sus ciudadanos se pone de manifiesto. Los sistemas de prevención funcionaron, las actuaciones y los procedimientos se siguieron y la población, formada y concienciada ha sabido reaccionar y asumir unas condiciones muy duras sin las quejas o incomprensiones de otros lugares. En Japón no ha habido ni habrá saqueos, no se protestará por cortes de luz y agua y la población aguantará con un civismo ejemplar todos los sacrificios y medidas que sean necesarios.
 
Con o sin terremoto, con o sin zonas arrasadas, Japón sigue siendo una potencia industrial de primer orden, y es un error estratégico olvidarlo. Seguirá siendo el país más próspero de Asia, con los niveles de bienestar más avanzados en la zona. Su planificación, su civismo y su alto desarrollo tecnológico le han permitido estar preparado mejor que ningún otro para este tipo de desastres, y salir mejor de ellos. La experiencia de los últimos días muestra que todos los países que están en zonas proclives a estos desastres deben tomar nota y no dejar al cortoplacismo político o a la improvisación la preparación ante este tipo de tragedias. Y sería bueno que el resto del mundo no se limitara a lamentar el trágico desastre ni a revolcarse en el morbo nuclear, sino que tomara ejemplo de una preparación, de una disciplina y de una capacidad de sacrificio que están detrás del éxito japonés.
 
Japón merece la empatía, la comprensión y la solidaridad por su trágica situación pero también la admiración y el elogio por su ejemplar respuesta.