Israel, 1957

por Florentino Portero, 30 de noviembre de 2002

(Del libro Israel 1957 de Josep Pla, Barcelona. Editorial Destino, 2002. 267 págs.
Publicado en el Blanco y Negro Cultural, 30 de noviembre de 2002)
 
Es un tópico recordar que Josep Pla es un gran escritor escasamente conocido entre los castellano parlantes e incómodo para los nacionalistas catalanes. Los tópicos suelen tener un fundamento real. En los años venideros resultará apasionante tratar de explicar su compleja relación con los españoles de nuestros días, cuando tan grande es su talento y tan interesante el contenido de su obra.
 
La editorial Destino nos ofrece una traducción del reportaje que publicara tras un viaje a Israel en 1957. La obra, de amena lectura, tiene interés por muy distintas razones. Refleja la primera impresión que de aquel país sacó un viajero ilustrado, profundamente europeo y siempre dispuesto a alabar y criticar con fina ironía. Es también el testimonio del encuentro entre dos pueblos, el catalán y el judío, que tenían y tienen una identidad puesta a prueba a lo largo de los años y que han debatido durante siglos la conveniencia o no de obtener un territorio independiente. Pero Pla era mucho más que un catalanista, era un excelente representante de la escuela liberal-conservadora, un seguidor de Burke, un reformista de raíces empíricas y un profundo conocedor de los procesos históricos.
 
Plá llegó a un Israel socialista, que despertaba pasiones entre las izquierdas europeas y el recelo de los grupos conservadores y de la administración norteamericana. Aquél país, en ciertos aspectos tan ajeno, le apasionó. La voluntad e inteligencia con la que los dirigentes sionistas lograron imponer su voluntad, mientras sus equivalentes árabes cegaron la posibilidad de un estado común como habían intentado los británicos; su firme apuesta por los aliados frente a la opción pro-alemana de sus rivales; la recuperación de la lengua común, el hebreo, debilitada por la falta de uso y la diáspora; el racionalismo y método con el que se planificaba la construcción del nuevo estado; la transformación de la agricultura israelí, convirtiendo secarrales en regadíos; la reinvención de un pueblo a partir de la compleja reunión de comunidades separadas durante siglos e inmersas en ámbitos culturales diversos: comerciantes yemeníes con agricultores polacos, elites intelectuales centroeuropeas que huían del holocausto con sionistas del norte y sur del continente americano... todo ello entroncaba con preocupaciones presentes a lo largo de toda su vida pública.
 
Por el contrario, los árabes quedan difuminados en el texto de Pla. Parecen restos de una civilización fallida, incapaces de dar respuesta al reto diplomático, intelectual y militar israelí. Sus dirigentes no han sido capaces de evitar la creación del nuevo estado y ante él adoptan una posición maximalista, como si de una nueva cruzada se tratara.
 
La obra está llena de intuiciones y sorprende por su actualidad. El conflicto ha dado muchas vueltas, los que apoyaban ahora denuncian y los que recelaban ahora defienden, pero los grandes temas siguen presentes y el Israel de Pla es un excelente testimonio.