Islamismo desbocado en Pakistán

por GEES, 5 de marzo de 2011

El asesinato del ministro de Minorías Religiosas paquistaní, el católico Shahbaz Bhatti, producido el 2 de marzo en Islamabad, por ahora queda impune, pues los criminales de Tihrik-i-Taliban (TTP, siglas del Movimiento Talibán de Pakistán) lograron huir con facilidad. El asesinato del ministro –que ni siquiera llevaba escolta– es el colofón a un agravamiento de la situación en este país asiático.
 
El asesinato de cristianos es, por un lado, buena muestra del crecimiento imparable del radicalismo. Constituyen tan sólo el 2% de la población, son los más marginados socialmente y, al paso que vamos, verán reducido su número si buena parte de sus miembros deciden huir, como por otro lado hacen otros cristianos desde otros países musulmanes donde la lacra yihadista medra de forma imparable. Antes que el ministro Bhatti, había sido asesinado Salman Tasser, gobernador del Punjab, acribillado a tiros por su guardaespaldas el pasado 4 de enero. Ambos altos cargos –los dos militantes del gubernamental Partido Popular de Pakistán (PPP)– se habían destacado por su valiente defensa de Asia Bibi, la cristiana acusada de blasfemia en junio de 2009, encerrada en prisión durante 16 meses y condenada a muerte. El propio presidente de Pakistán, Asif Ali Zardari, le concedió el perdón el pasado 23 de noviembre, pero luego un juez ha revocado dicha decisión del jefe de Estado y la vida de la rea sigue corriendo peligro. Pero esta sórdida historia de altos cargos asesinados y de una presa acosada constituye un capítulo más dentro de la creciente proliferación de actos terroristas y de execrables manifestaciones de visceralismo social.
 
Los últimos años y meses permiten inventariar sangrientos episodios de ataques tanto contra los cristianos como también contra los seguidores de otras creencias en Pakistán. En julio de 2009 una turba de islamistas incendiaba viviendas de cristianos con sus habitantes dentro en la ciudad de Gujrat, y en mayo de 2010 se producía un doble ataque suicida contra dos templos de la secta Ahmadi. Este año el terrorismo suicida ya lleva cobrado un buen número de víctimas: los ataques más graves se producían el 12 de enero, cuando un suicida provocaba 18 muertos cerca de Bannu, en el noroeste del país, y el 10 de febrero un niño de 12 años, actuando también como suicida, mataba a 30 personas en la ciudad de Mardán, también en el peligroso noroeste paquistaní. El radicalismo existente es aprovechado por organizaciones como la susodicha TTP o por otras como Lashkar-e-Janghvi y Jaish-e-Mohammed para engrosar sus filas y para actuar letalmente. Estos grupos son responsables además de delirantes ataques como los realizados el 1 y el 2 de marzo contra centros y autobuses escolares, en la región de Darra Adam Khel o en la susodicha ciudad de Mardán: lanzan granadas contra colegios y ametrallan autobuses escolares, de niñas, porque según sus mentes retorcidas tienen que evitar que se realicen estudios antiislámicos. La perduración de crímenes de honor y la defensa a ultranza que desde ciudadanos corrientes hasta magistrados hacen de la Ley de la blasfemia, introducida en el Código Penal en los ochenta, cuando el radicalismo medró en paralelo al apoyo a la lucha de los Muyahidin en el vecino Afganistán, son un buen ejemplo de que algo funciona mal en la sociedad de Pakistán. E invita no sólo a conocerlo y a temerlo sino también a apostar por corregirlo.