Irán omnipresente

por Florentino Portero, 26 de diciembre de 2006

(Publicado en ABC, 26 de diciembre de 2006)

Desde hace ya mucho tiempo es habitual escuchar a los responsables de seguridad iraquíes que la inteligencia iraní está detrás de las milicias radicales chiíes del Ejército del Mahdi, a las que entrenan miembros de Hizbolah; también de las Milicias Sadr, vinculadas al grupo mayoritario chií dirigido por Abdul Aziz al-Hakim, un hombre más moderado, sobrino del gran ayatolá asesinado tras la caída de Saddam y que goza también de la confianza del gran ayatolá Alí al-Sistani.
 
Los chiíes iraquíes encontraron refugio en Irán durante los años de la dictadura de Saddam y tras la traición de Bush padre. Es normal que traten de mantener un sólido vínculo con el gobierno de Teherán cuando ven que la presión para que los norteamericanos se retiren crece y que la guerra civil se acerca. Pero los iraníes están también colaborando con los suníes en pos de su objetivo primero, forzar la salida de las fuerzas norteamericanas de modo que sea evidente su derrota ante las milicias musulmanas.
 
En Irak su protagonismo es tan evidente como en Líbano, donde el intento de desestabilización del proceso democrático a cargo de Hizbolah sólo se puede comprender en la perspectiva de la estrategia iraní. El gobierno de Siniora representa valores que para los islamistas son contrarios a la interpretación correcta del Islam y que suponen la penetración de los corruptos valores occidentales.
 
La reciente resolución del Consejo de Seguridad es un tímido primer paso para contener a Irán. Para los ayatolás la capacidad nuclear es un escudo que les garantiza seguir interviniendo en otros estados sin riesgo de represalia militar. La resolución apunta a una escalada progresiva de sanciones, pero la posición de Rusia y China, con importantes intereses económicos en Irán, le resta toda credibilidad. Si el Consejo no impide que Irán continúe adelante no sólo fracasará en su principal cometido, sino que además Naciones Unidas entrará en el mismo proceso que su predecesora, la Sociedad de Naciones, cuyo final deberíamos tener presente.