Irán: doctrina y ejemplo de la guerra inevitable

por Ángel Pérez, 12 de julio de 2007

Irán se ha convertido en un problema regional, y pronto constituirá un notable problema internacional. Esta es en resumen la realidad. Y para que una potencia local, con infraestructuras deficientes y problemas políticos internos pueda convertirse en una nación de riesgo deben darse algunos factores que en este caso son evidentes. A saber, una voluntad política férrea de los dirigentes internos; un control sistemático de la sociedad, carente de espacios de libertad y medios para ejercerla; unos recursos (petróleo) abundantes y controlados por el estado; y una débil voluntad exterior de limitar, socavar o eliminar ese riesgo. Todas estas circunstancias son explicables en su correspondiente marco histórico. La voluntad política interna es el resultado de la victoria en 1979 de una casta política totalitaria y revolucionaria. El control asfixiante de la sociedad es consecuencia directa  de la variable anterior. Como en otros estados, el petróleo ha contribuido a consolidar un sistema que no necesita una economía capitalista, habida cuenta de que sus ingresos no dependen de ella, sino del control de un bien, el petróleo, cuya gestión está sometida casi exclusivamente a criterios políticos. Por último, la inconsistencia de la oposición exterior es fruto primero de la Guerra Fría y su división arquetípica de intereses; y del marasmo posterior de las sociedades occidentales, deseosas de tranquilidad y opuestas en general a nuevas aventuras de similar naturaleza.
 
Aunque las relaciones internacionales poseen un alto grado de aleatoriedad, esto es, las variables que las condicionan pueden relacionarse entre si de formas distintas y ofrecer por tanto resultados no previstos; es necesario resaltar que esos resultados si responden a criterios racionales. La falta de previsión constituye un defecto analítico, y no de naturaleza en las relaciones internacionales. En la gestión del problema iraní nos encontramos efectivamente con variables diversas, y la sociedad internacional espera que de la combinación de aquellas el resultado pueda resultar aceptable, al menos no especialmente violento. Sin embargo esas variables están siendo analizadas desde puntos de vista subjetivos, confundiendo a menudo forma y fondo de cuestiones importantes y matizando el hecho de que cualquiera que sea la combinación de factores el resultado responderá a los mismos criterios racionales, es decir, al mismo resultado. Y ello es así porque las relaciones internacionales son producto de la interacción humana, y no de incontrolables fuerzas naturales. La ascensión regional de una potencia dictatorial, totalitaria y agresiva solo puede generar tensiones regionales, y estas por necesidad, la guerra. Ante tal perspectiva se pueden adoptar dos criterios, uno preventivo, basado en la experiencia histórica, y sometido a numerosas dificultades de aplicación, pues se basa en una previsión que evidentemente incluye un margen de error. El segundo es elusivo, fórmula que exige actuar de acuerdo con los hechos dados, anulando cualquier capacidad de anticipación y aceptando que todas las partes en conflicto reaccionarán con similar criterio. Esta segunda es más cómoda, pero a la larga más gravosa. La primera es más incómoda, y a la larga difícil de medir, pues no existe elemento de comparación posible. Si se atacan las instalaciones nucleares iraníes y se destruye la posibilidad de que ese país adquiera armas de ese tipo a corto plazo, con toda probabilidad surgirán otros problemas posteriores. Y nunca podrá establecerse con absoluta seguridad lo que hubiera ocurrido si tales ataques no se hubieran producido. En perspectiva histórica es posible observar esta contradicción en la Segunda Guerra Mundial,  que bien pudo no estallar si antes los aliados hubieran intervenido en el período crítico que la precedió. Semejante intervención preventiva hubiera evitado la guerra, pero tanto esta como la brutalidad particular de aquel conflicto serían hoy desconocidas y, quizás, inimaginables. Conviene analizar, por tanto, los hechos y sus repercusiones estratégicas; y valorar a continuación la posible acción occidental de acuerdo con un modelo u otro.
 
ANÁLISIS ESTRATÉGICO
 
Un análisis estratégico es por naturaleza defectuoso. Esto es, existen datos, variables o percepciones que bien no son incluidas en el análisis, bien lo son de manera incorrecta. Este principio obliga a partir siempre de elementos que objetivamente sean evaluables, de manera que los errores que sin duda se cometerán resulten poco o nada relevantes. Para ello resulta obligado partir de hechos concretos, de forma similar a como podría, en términos de mercadotecnia, iniciarse el análisis de un mercado. La cuestión que aquí es objeto de análisis, Irán y su entorno estratégico, también puede ser comparada con un mercado, cuyos valores cotizan al alza o a la baja en función de criterios subjetivos unos y objetivos otros. Establecer estos resulta de vital importancia para entender porque tanto con una política elusiva como preventiva el resultado será indefectiblemente similar. So pena de variar algún elemento objetivo fundamental.
 
Los elementos objetivos son aquellos que permiten una evaluación racional a partir de la realidad. En el caso de Irán son los derivados de su geografía, historia contemporánea y recursos económicos. La combinación de estos factores siempre  sigue patrones lógicos y obtiene, se elija el camino que se elija, un resultado similar. A saber, Irán posee un estado totalitario, de carácter revolucionario y fundamentalmente religioso. Se puede discutir el significado de ambos factores en el ámbito de la política o la estrategia; así, por ejemplo, se ha debatido sobre la naturaleza conservadora o no de la revolución en el mundo islámico. Pero esta última constituiría una valoración subjetiva. El término revolucionario contiene en sí mismo elementos de fácil aprensión: modificación del orden establecido, con procedimientos violentos y expansivos, suficientes para valorar objetivamente su naturaleza y posibles consecuencias. Posee una geografía precisa. Entre el mar Caspio y el Golfo Pérsico, entre Oriente Próximo y la India; sus fronteras limitan o traspasan regiones con poblaciones étnica o culturalmente bien diferenciadas; y su propia estructura humana mayoritaria se caracteriza por compartir una variante del Islam, el chiísmo, de escaso predicamento fuera de sus fronteras. Por tanto constituye un lugar de paso, un punto de confluencia de intereses y sobre todo un espacio cuya defensa y fijación exige capacidad resolutiva, capacidad diplomática y opciones factibles de carácter defensivo, que incluyen por necesidad la posibilidad de influir o intervenir directamente en un amplio y complicado entorno geográfico. Todos los factores objetivos nombrados favorecen la articulación de una política exterior capaz de garantizar las fronteras existentes, evitar secesiones territoriales, garantizar la especificidad religiosa en un entorno hostil y extender la revolución fuera de sus fronteras. La única manera de que tal combinación no constituyese un resultado natural de los elementos descritos sería modificando alguno o todos ellos. Por ejemplo, el régimen totalitario puede dar paso a un régimen autoritario, incluso democrático. Ese cambio no modificaría las demás necesidades políticas del Estado, pero pudiera modificar la forma de abordarlas. Otros cambios, menos probables, también influirían en la percepción de riegos y amenazas, por ejemplo la conversión de la mayoría chiita a la tradición sunni; o la modificación de alguna de las fronteras actuales de Irán, dejando fuera a minorías problemáticas, bien por su dinamismo interno o por su significado simbólico para estados vecinos.
 
La posibilidad de que se produzcan cambios en los elementos objetivos de los que parte un análisis riguroso entra sin embargo en el terreno de la casuística histórica o política; en el mejor de los casos permiten imaginar soluciones e inspirar acciones políticas a tal efecto. Por ejemplo, con el objetivo de modificar la naturaleza del régimen se puede promover una fuerza opositora capaz de forzar ese cambio; o con la misión de modificar la tradición religiosa se podría reforzar la capacidad de influencia y comunicación de otros grupos, por ejemplo sunnies. La dificultad que entraña sin embargo poner en práctica políticas de esta naturaleza es evidente, y las posibilidades de fracasar si se ejecutan son siempre elevadas.
 
Junto a los elementos objetivos un buen análisis debe contar también con aquellas variables de carácter subjetivo, entre las que poseen una importancia capital las de naturaleza ideológica. Equivale a analizar la tendencia de un mercado en función de los intereses o creencias de los consumidores. La ideología a su vez requiere medios para materializarse y financiarse. El elemento subjetivo permite explicar porque sucede algo y que es lo que puede suceder a continuación. Por tanto en su configuración influye notablemente la percepción y formación del analista. En el caso iraní permite establecer las constantes ideológicas del régimen: islamismo, revolución, totalitarismo, expansionismo, justificación de la violencia, agresividad militar, racismo y utilización de la guerra no convencional como instrumento de valor político, es decir, el terrorismo. Permite constatar su política económica: intervencionismo sistemático, control de las materias primas con valor internacional, como el petróleo; y escaso interés en desarrollar una economía abierta y capitalista, incompatible con la naturaleza estructural e ideológica del régimen. A partir de estas permite explicar la actual actividad exterior iraní: soporte terrorista en Irak, apoyo político a Siria, financiación y rearme de Hizbola; antijudaismo compulsivo, ambigüedad en su política afgana, búsqueda del arma nuclear y oposición sistemática a la preeminencia egipcia y saudí en la región medio oriental. A partir de aquí es posible imaginar el camino por recorrer:
 
Ganar tiempo con objeto de desarrollar una bomba nuclear propia. Los sistemas de misiles que permitirían lanzar esa bomba ya existen.
 
Con objeto de dificultar la atención euronorteamericana en el problema nuclear, Irán intenta multiplicar los escenarios de conflicto, distribuyendo el esfuerzo militar occidental y dinamitando la paciencia de las sociedades que lo soportan y financian. En esa línea debe entenderse la intensa actividad iraní en el Líbano, los ataques de Hizbola a Israel, la guerra civil palestina, el apoyo logístico al terrorismo en Irak y la toma de rehenes británicos en aguas del Golfo. A medida que la presión occidental crezca los escenarios de conflicto aumentarán en número y en intensidad: terrorismo en Arabia Saudí; intervención en Afganistán; apoyo abierto al terrorismo chiita en Irak o financiación de ataques terroristas en suelo occidental.
 
Represión sistemática de cualquier disidencia interior. La posibilidad de que Occidente intente modificar alguno de los elementos objetivos ya descritos llevará al régimen iraní a no tolerar ninguna reacción interna que juzguen peligrosa.
 
Utilización internacional de los elementos ideológicos capaces de aglutinar la tolerancia o el apoyo abierto a su causa, especialmente los de naturaleza religiosa dentro del área de religión musulmana o entre las comunidades musulmanas asentadas en Occidente; o aquellos que acumulen agravios históricos o morales sobre la cultura occidental.
 
Estos son los parámetros generales del análisis estratégico. A partir de ellos caben dos opciones para enfrentarse al problema iraní, la primera desarrollar una política preventiva, que puede adoptar a su vez dos modalidades, la contención y la destrucción. La segunda desarrollar una política elusiva, que puede adoptar a su vez dos modalidades, el apaciguamiento y la rendición. Aunque aparentemente la primera lleva a la guerra y la segunda no, en la práctica ambas conducen al mismo sitio, sencillamente porque la combinación de los factores dados no puede alterar el resultado final, que solo estaría sometido a posibles variaciones  de tiempo y coste humano y material.
 
CRITERIO PREVENTIVO: contención y destrucción.
 
La adopción de una política de signo preventivo se enfrenta a serios obstáculos éticos y políticos, al menos en sociedades abiertas y de signo liberal. Efectivamente desencadenar un conflicto siguiendo esta pauta deja siempre espacio para afirmar su carácter evitable o sobredimensionado, cuando no falto de ética y justicia, pues se pretende evitar un mal que todavía no se ha materializado. Dicho esto, la prevención es una técnica indiscutible de seguridad, y bien podría decirse que no es el acto preventivo en si, sino sus costes, lo que es objetado con mayor intensidad. Por otra parte suele ser falso que las acciones preventivas sean realizadas ex novo, sin contar con hechos estimables como una agresión anterior, o con indicios claros que indican el carácter amenazante de un escenario político.
En el caso de Irán, conocidos sus vínculos con el terrorismo; las declaraciones antijudías de su presidente y los antecedentes del régimen en la guerra convencional, sería difícil negar la existencia de un riesgo cierto, e incluso de una amenaza indisimulable. Al no existir un causus belli único e impactante, y al producirse esos hechos en un marco político elusivo se transmite, sin embargo, a la sociedad la idea de que no constituyen hechos suficientemente graves para desencadenar un conflicto a gran escala. El ejemplo más cercano es el de Irak. Efectivamente existían datos fehacientes de que el régimen de Sadam Hussein constituía un riesgo, pero años de contención en los que se produjeron graves incidentes dentro del país que costaron la vida a miles de personas, presentados como asuntos menores, impidieron hilar la segunda guerra del Golfo con la primera, y condenaron al ataque aliado a formularse como una guerra preventiva en lugar de la continuación de una guerra inacabada.
 
Con los matices expuestos, resulta evidente desde un punto de vista teórico que adoptar un criterio preventivo en el desarrollo de la política occidental hacia Irán es posible. A diferencia del criterio elusivo, este permite abordar tanto los elementos objetivos como subjetivos del análisis, de allí que se distingan con claridad dos modalidades. La primera, destrucción, constituye una fórmula de amplio espectro, que aspira a modificar por la fuerza un elemento objetivo clave, normalmente el régimen político (el caso de Irak, o de Alemania y Japón en la II Guerra Mundial), pero también otros de carácter geográfico, piénsese en la desmembración de Alemania tras la derrota de 1945. Supone por tanto el inicio de una guerra de inmediato con un fin absoluto, la liquidación del adversario. El coste de una operación así resulta elevado. Y el camino hacia la guerra directo. Suele ir seguido de problemas de posguerra no siempre fáciles de resolver, como la ocupación efectiva del estado vencido y la modificación de facto de su orden político y constitucional. Alemania y Japón son dos casos de éxito, Irak un ejemplo de gestión problemática y quizás en el futuro de fracaso. La segunda modalidad, la contención, solo actúa contra los elementos subjetivos, es decir, contra las políticas concretas del régimen agresivo, en este caso Irán. Consistiría en limitar su capacidad de incursión marítima, combatir sus redes terroristas, imponer sanciones económicas o realizar ataques preventivos, pero quirúrgicos y aislados en el tiempo. Se puede sostener una política de contención durante mucho tiempo con éxito, el ejemplo de Marruecos en su guerra contra el Frente Polisario lo atestigua. Pero el problema no se resuelve y tarde o temprano el conflicto vuelve a su forma natural. Por supuesto la segunda opción concede un plazo largo a la diplomacia y modifica el marco temporal; aunque no tanto como el criterio elusivo, todo un clásico ya en la doctrina política occidental contemporánea.
 
CRITERIO ELUSIVO: apaciguamiento y rendición.
 
El criterio elusivo consiste en la elusión consciente del enfrentamiento inmediato, utilizando dos técnicas, el apaciguamiento y la rendición, que pretenden modificar las condiciones previas al conflicto y evitarlo. Tiene tres problemas. El primero que las partes, en particular la que decide utilizar este criterio, conoce de antemano que existe un conflicto. El ejemplo histórico más conocido es la paz ficticia de Chamberlain, en 1938, que autorizó la aniquilación de Austria como estado para apaciguar al régimen nazi. El segundo, igualmente grave, es que no actúa sobre los elementos estratégicos objetivos, a saber, el régimen, la población o la geografía. Sino que lo hace sobre los subjetivos, con lo cual se trata al final de técnicas de contención no violenta de las políticas del estado agresor, es decir, técnicas que actúan sobre el elemento subjetivo, incapaces por naturaleza de evitar la guerra. El tercero, que un comportamiento elusivo adopta siempre la forma externa de una intensa actividad diplomática, confundiendo así conceptos no necesariamente vinculados (pacifismo y diplomacia, moderación y diplomacia, entre otros) que dificultan la correcta apreciación del riesgo y disminuyen la utilidad de la diplomacia a la hora de resolver conflictos internacionales.
 
La diferencia entre apaciguamiento y rendición radica en la actividad política que generan una y otra. La primera opción implica una actitud activa, que pretende disuadir al adversario utilizando para ello una compensación. Este último a su vez encuentra en su camino una cierta oposición, que le obliga al menos durante un  tiempo, a limitar sus objetivos. La rendición supone la desaparición de esa resistencia, aceptando el nuevo orden de cosas y adaptándose lo más rápido posible. Es esta una pretensión que siempre resulta inútil, y con el tiempo gravosa, pues la reacción tardía para contener al adversario exigirá más esfuerzo y sacrificio.
 
En el caso de Irán las técnicas citadas suponen la puesta en marcha de políticas distintas. El apaciguamiento responde perfectamente a la táctica utilizada hasta ahora por la Comunidad Internacional, es decir, por Naciones Unidas y los países occidentales involucrados en las negociaciones con Irán sobre su política nuclear. Ha consistido en ofrecer opciones a Irán que permitan un desarrollo controlado y civil de la energía nuclear. Para ello hasta ahora se han empleado con profusión las técnicas diplomáticas clásicas: oferta de ayuda técnica, amenaza de sanciones económicas y la sutil amenaza militar. Sin éxito, porque lo que el régimen iraní desea es poseer armas nucleares; porque rechaza cualquier control foráneo de sus intereses y, sobre todo, porque Irán percibe esa intensa actividad como una debilidad. Irán de hecho está actuando en un escenario elusivo paralelo, la rendición. Esta técnica consiste en aceptar los hechos, en este caso la capacidad nuclear iraní, adaptándose a las circunstancias. Los factores que parecen confirmar que el conflicto se encuentra en esa vía de desarrollo son varios: la ausencia de respuesta británica en el asunto de los rehenes; la instalación previsible de escudos antimisiles en Europa; el interés saudí en las armas nucleares pakistaníes o la ausencia de respuesta norteamericana ante las evidentes actividades iraníes en Irak. Todo indica que los actores se empiezan a amoldar a un escenario nuevo, pero previsible: una nueva potencia nuclear regional, agresiva y revolucionaria. Por supuesto los mecanismos de adaptación pueden también ser ofensivos, algo que podría traducirse en una carrera de armamentos regional o en la activación de la potencia nuclear ya existente en ese espacio geográfico: la israelí, la norteamericana, la pakistaní y la india, país este último que percibiría la aparición de una nueva potencia nuclear musulmana como una ineludible amenaza. Paradójicamente estas medidas de adaptación parecen indicar que los estados que las ponen en práctica aceptan también el carácter de un enfrentamiento, sin cuya amenaza no tendrían sentido.
 
CONCLUSIÓN
 
Todos los criterios de acción política internacional expuestos llevan, antes o después, al mismo escenario bélico. Y esto sucede porque son los elementos objetivos los que determinan la posibilidad o no de una guerra. Si la combinación de estos resulta adecuada, las acciones de naturaleza subjetiva no impedirán que la guerra estalle. El resultado es el carácter inevitable de la guerra. Por el contrario la acción directa sobre los elementos objetivos puede modificar drásticamente ese escenario, y evitar la guerra. Para ello hay que actuar sobre el régimen político, sus recursos materiales o sus ciudadanos. Eludir el conflicto o adaptarse a él son opciones que no suponen aportaciones creíbles a la disuasión militar o ideológica, como ha demostrado hasta ahora el caso de Irán. Más aun, en uno y otro caso se pretende establecer un proceso de retroalimentación entre el estado o estados que eluden y el estado agresor, de tal forma que este último se incorpore a la lógica elusiva. Esta pretensión desconoce conscientemente la naturaleza del estado agresor y los elementos subjetivos que inspiran su actividad internacional. Así el apaciguamiento es percibido como debilidad; la inacción militar como temor y la tensión política democrática como una prueba más de su superioridad, pues en un estado autoritario, más si es totalitario, la división política es plenamente asumida como una deficiencia, y no como un valor.